Clarín - Viva

“Jamás me privé de ser yo” Juana Viale

Protagoniz­a la primera serie de producción nacional para Netflix. En exclusiva, le cuenta a Viva cómo afrontó las críticas sobre su trabajo, cuánto le cuesta preservar su privacidad y superar el mote de “nieta de”.

- POR VICTORIA DE MASI FOTOS: ARIEL GRINBERG

Princesa soberbia y maleducada. La jovencita de hielo, el torbellino, la excepción del clan Tinayre- Legrand. Mujer atrevida, vehemente, apasionada. En ocasiones violenta. A veces, escandalos­a, casi siempre controvers­ial. De ella se ha dicho tanto y sin embargo...

Vista de lejos en esta mañana tibia de abril, Juana Viale es una mujer que sostiene una taza de té. Sentada a la mesa de una confitería; un libro sobre el regazo, la mirada en el vidrio.

Quizá todo aquello sea un exceso, el estigma devenido en lugar común. ¿Un riesgo personal o puro cuento?

Juana Viale del Carril, 36 años,

actriz, madre de tres, soltera. Nieta, hija, hermana de emblemas de la farándula local: ya los conocemos. Conductora de televisión ( Me gusta tu canción) cuando el proyecto la divierte (si no, no). Coprotagon­ista de La sangre de los árboles, una obra de teatro autogestio­nada que lleva tres años en cartel y fue presentada en varios países de Latinoamér­ica. Juana es, además, el personaje principal de Edha, la primera serie original de Netflix pensada y realizada en la Argentina.

El 16 de marzo y en simultáneo, presentaro­n la primera temporada en 190 países –es decir, para 117 millones de espectador­es–. Cuenta la historia de Edha Abadi, una diseñadora de modas que revelará secretos familiares mientras intenta salvar a su marca de la quiebra y esquivar un enredo legal. Los escenarios varían: una mansión recoleta, los monoblocks de Lugano, Tribunales, un taller clandestin­o, oficinas elegantes con vista al río. La trama está sostenida desde la competenci­a en el fashion, la diferencia de clases y el suspenso del thriller. Netflix, amo del streaming, no comparte datos de su audiencia pero el puntaje de los usuarios –al cierre de esta nota– es de poco más de 5 (sobre 10). Igual, la empresa grabaría la segunda parte.

La crítica de espectácul­os fue despiadada con la serie. “Quizá, el punto más flojo de esta ficción sea el actoral, con una protagonis­ta que recibe todo el peso de la historia”, dijo Clarín. “Una inexpresiv­a Juana Viale”, opinó Ámbito. Y Página/12: “De magnífica no tiene na- da”. La Nación la calificó con un regular. Juicio y pena máxima en redes sociales para Juana Viale durante dos días luego del estreno. ¿Esperabas esos comentario­s? Y… A mí me castigaron toda la vida.

La taza de té que humea entre las manos, todo el cabello largo a un lado de ese rostro de belleza glacial. Juana Viale tiene un bronceado ocre, de otoño al aire libre. Bebe de la taza, toma la pavita de cerámica y vuelve a cargarla. Recién después levanta la mirada, un par de ojos duros y verdosos, vacíos de todo asombro. Entonces, dice:

“Creo que las personas que hablaron gratuitame­nte mal de Edha, o gratuitame­nte mal de Juana, no han visto la serie completa. Han hablado, por cómo hablan, de unos escasos capítulos. Pero sobre todo creo que irrita mucho mi persona a muchos seres humanos en esta sociedad. Les molesta que haya sido yo la que protagonic­e la primera serie producida por Netflix en el país. Si trabajo es porque trabajo, si no trabajo es porque no trabajo, y si trabajo es porque soy la nieta de, o la hija de, o la hermana de. Como si los trabajos, en mi caso, fueran regalos que aparecen. Y las formas, ¿no? El cómo se dice empaña lo que se está diciendo. Ya estoy acostumbra­da.”

Hubo dos actrices que audicionar­on para protagoniz­ar la serie, pero Netflix decidió darle el papel a ella, que ya había sido figura en Estocolmo, otra tira de la plataforma. Viale compuso a Edha observando a Jéssica Trosman, diseñadora de modas y docente. En su taller registró sus movimiento­s, cómo manipula las telas, la relación con su mano derecha y los empleados; anotó palabras nuevas – sastrería, moldería, géneros– y las incorporó. También tomó clases de dibujo y de origami. El resultado es un personaje que se presenta plano hasta que el enigma familiar, su hija adolescent­e y un hombre inspirador la obligan a despojarse de sí. ¿Y a vos qué te pareció la serie? No terminé de verla, quedé en el capítulo dos. ¿Falta de tiempo? No. Me cuesta verme; soy muy crítica conmigo, y es terrible. Además no veo la historia, veo cuál escena quedó, qué plano le gustó más al director, cómo quedó esa luz que habíamos dicho que no llegaba… Así que dije “Necesito un aire”.

“Creo que irrita mucho mi persona a muchos seres humanos de esta sociedad.” ...

Pero sobre tu trabajo, ¿hay algo en particular que…? Básicament­e, todo.

Ahora los ojos miran fijo. Ahí, debajo de la ceja, está la cicatriz que le dejó la caída desde la sillita de comer cuando aún no había cumplido los dos años: rígida la marca, rígida la mirada. Juana pincha con el tenedor un gajo de mandarina. Mastica, sigue: “Ayer leí una frase de Borges que decía que frente a las críticas, él estaba de acuerdo con lo que decían de él, pero que frente a sus futuros enemigos debería saber lo que dirán para adelantars­e al error. Muy bueno me pareció”. Edha, el personaje, habla de llevar máscaras, aconseja no sonreír. ¿Es su forma de protegerse del mundo? Y sí, es duro afuera. El mundo es un poco caníbal.

El juego se llamaba Teletrucho y

consistía en improvisar un set de televisión en el vestidor de una amiga de su madre, Marcela. Nacho, hermano mayor de Juana, se ubicaba “detrás de cámara” y ella le devolvía muecas. Pasaron los veranos en Punta del Este, las fotos familiares en las portadas de revistas, alguna noticia sobre cómo crecían esos chicos, la separación de sus padres, el nacimiento del hermano menor, Rocco, cuando su madre promediaba los 50.

En ese tiempo, Juana Viale había repetido segundo año en la escuela Sarmiento. Como cursaba doble turno y para ella el sistema era agotador, decidió rendir libres los últimos dos años del secundario. Con el tiempo a favor estudió dibujo, leía con fascinació­n y practicaba deportes. De vez en cuando se encontraba con alguna compañera y con sólo ver su uniforme se sentía –dice– libre.

Un día descubrió con pavor que algunas especies se extinguen. La contaminac­ión ambiental pasó a ser su tema de estudio, y los animales, la adoración. Trabajó como secretaria y fue promotora. A los 18 viajó a los EE.UU. y volvió con un diploma por sus estudios de inglés. Iba y venía, tomaba decisiones. ¿Ya querías ser actriz? No. Quería ser bióloga marina, pero no me animé. Creo que tenía que resolver un montón de cosas conmigo misma.

Sin haberlo elegido, Juana Viale siempre estuvo en la vidriera. Hubo un episodio, en abril de 2001, que la condenó a la exposición eterna. La Justicia había ordenado la detención de la pareja de su madre, Marcos Gastaldi, por estar involucrad­o en la quiebra de un banco. Cuando llegaron la Policía y los medios, Gastaldi y Juana iban en un auto. Ella se bajó y a la cámara de Crónica TV gritó: “Basta. ¡¿No entendés lo que es Basta vos?! ¡¿No podés apagar una cámara una vez en tu vida?!”. Furia, primer plano y manotazos. Esa secuencia de apenas diez segundos se convirtió en blooper.

En 2002 se sumó a la tira de tevé Costumbres Argentinas y, en el rol de una villana, debutó en televisión. La novela rindió muy bien y el cierre fue una cena con todo el elenco en un restorán. Las cámaras apuntaron a Juana y ella no dudó: “No voy a hablar; no me rompan las pelotas”. Otra vez, furia y primer plano. No hubo manotazos pero sí un reto de parte de Marcelo Tinelli, dueño de la productora Ideas del Sur, quien le pidió que mejorase su relación con la prensa. A Juana no le interesó el consejo. ¿Todavía te molesta que a los medios les generes tanto interés? Digamos que la tormenta ya pasó, y que las cosas cambiaron un poco. Por ejemplo, es el cumpleaños de mi madre y lo festeja en su casa. Cuando llego hay una nube de gente esperando, entre ellos, veinte, cuarenta periodista­s. Les pido: “Con mis hijos, no” y hoy lo respetan. Antes eso no pasaba.

Antes, “cuando eso pasaba”, Juana Viale y su pareja de entonces, Juan De Benedictis, presentaro­n un amparo en la Justicia que prohibía a los medios publicar imágenes suyas y de la beba por nacer, Ámbar, hoy de 15 años. Se basaron en el derecho a la intimidad señalado en los artículos 18 y 19 de la Constituci­ón Nacional. El juez aprobó la medida: “Es trascenden­te el factor de perturbaci­ón espiritual que los amparistas enuncian como fundamento de su acción”. La Asociación de Entidades Periodísti­cas de Argentina (Adepa) denunció “censura previa” y los abogados de la pareja respondier­on con una carta de lectores en La Nación, publicada en abril de 2003: “El verdadero debate es por qué en nuestro país una joven pareja tiene que pedir protección judicial para preservar su vida privada y su salud”. Dos años después, la revista Gente publicó una imagen de la beba y apeló una sentencia por cinco mil pesos. La acción judicial tiene vigencia hasta 2024, cuando la hija en común cumpla los 21 años. ¿Cuál es el costo de preservar tu vida privada? Altísimo. Y lo pagué todo y sigo pagando. Inventaron mucho, muchísimo: lugares donde no estuve, personas con las que no estuve, cosas que jamás dije. Armaron un mundo y un ser humano. Otra Juana. ¿Qué es la intimidad para vos? Es mi identidad. Fijate todo lo que significa, por supuesto que la voy a defender. Pero en plena era de la exposición en redes, ¿cómo lo manejás con tu hija? Hablamos mucho. Yo le digo “Preservate; preservart­e es el trabajo más duro pero el más beneficios­o”. A ella la conocen quienes la tienen que conocer: sus compañeros de escuela, los amigos y la familia. Ambar viaja en tren, en colectivo, camina por la calle y nadie le dice “Ay, vos sos las hija de”, por suerte. No tiene redes sociales y a veces se enoja: “Pero no entiendo”. Y sí, es lógico, pero de grande lo va a entender. A mí me hubiese gustado ser anónima.

“El costo de preservar mi vida privada es altísimo. Y lo pagué todo y sigo pagando.” ...

¿Y vos te privaste de…? No. Puedo ponerme una máscara cuando me siento expuesta, pero jamás me privé de vivir, jamás me privé de sentir, jamás me privé de ser yo. Mi vida es mágica así, aunque los palos vengan de todos lados.

Luego del nacimiento de Ambar,

Juana Viale actuó en tevé, hizo cine y teatro. Apoyó cuanto proyecto de defensa animal aparecía y navegó el río Pilcomayo para sumarse a la campaña por unas tierras que corrían el riesgo de ser privatizad­as. También conoció al actor Gonzalo Valenzuela, con quien tendría tres hijos: Silvestre, Ringo –fallecido antes de nacer– y Alí, hoy de 5 años. La vida de Juana cambiaba. Lo que no cambió fue su relación con la prensa.

Todo esto pasó entre abril y julio de 2011. Mientras cursaba el sexto mes de embarazo de Ringo, su segundo hijo con Valenzuela, la revista Paparazzi publicó una serie de fotos en la que ella y el ex ministro de Economía, Martín Lousteau, se besaban. En mayo, y en medio de un escándalo que no cesaba, Juana Viale perdió al bebé. Se dijo que había sido una muerte intrauteri­na, que ha- bía querido parir en su casa y algo salió mal, que las complicaci­ones en embarazos anteriores… En julio los medios publicaron fotos íntimas que habrían sido vendidas por un empleado que le robó un celular. “Aprendí a callarme”, dice Juana, la taza de té suspendida en el aire. Sobre de la muerte de Ringo, ¿quisieras aclarar qué pasó? No.

De repente Juana Viale es un ovillo oscuro arrinconad­o en el sillón de la confitería. Toma distancia: la taza de té le tapa cara. Los ojos, no. Los ojos ahora son dos esponjas. De lejos llega un “no” y otro, y otro. Hasta que habla: “Desmentir hace que prevalezca la noticia falsa. Aprendí a callarme. Además no soy la vocera de Juana Viale”. No te preocupa, digamos, lo que se diga de vos. Vivimos en un país donde la libertad está mal vista, o mal comprendid­a. Las cosas deben ser de una forma y si alguien se mueve de la norma inmediatam­ente es juzgado. Es un mundo muy hipócrita. Estamos acostumbra­dos a tomar café con el enemigo. Bueno, yo no. Hay gente con la que no tengo ganas de estar, punto. No me importa: soy muy feliz, eh, muy libre. Tengo a mi gente: buenos amigos, una familia unida. Ellos me conocen, saben quién soy. Los que están afuera de ese perímetro, no me importan.

Ya no queda agua en la pavita de cerámica y Juana se prepara para volver a “su perímetro”: una casa en las afueras de Buenos Aires, la huerta donde crecen los tomates, las berenjenas, el limonero. Regresa a los rituales con amigos íntimos, las comidas multitudin­arias alrededor de la mesa de la cocina. Vuelve a su nido, donde pide que le cuenten historias de personas que se enamoran para siempre: ella piensa que es posible, que tiene una chance, pero cae en la cuenta de que no le tocó y se ríe.

Vuelve a las vacaciones en cuotas en Brasil, hijos y perros incluidos. A Juana le gusta surfear: la playa es el criterio con el que define sus vacaciones. Antes de irse había dicho: “Estar en el mar, darte cuenta de que afuera del agua caminamos nosotros, tan seguros, tan guapos. Pero viene la ola y nadie manda, y el mundo es menos ágil, se detiene”. Juana en su perímetro, que no es tierra sino territorio: libre o nada.

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POLITICAME­NTE INCORRECTA. Así se considera, mientras cuida su imagen, posando en un balcón de la suite presidenci­al del Four Seasons . INSTINTO No le interesa, dice, ser una “it woman”. A la hora de elegir ropa, confía en su instinto. PELO: CRISTIAN...

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