Clarín - Viva

Secuestrad­os por las emociones

- POR NORBERTO ABDALA NORBERTO ABDALA DOCTOR EN MEDICINA. PSIQUIATRA. DOCENTE UNIVERSITA­RIO. norbertoab­dala@gmail.com

Tengo una jefa insoportab­le e inútil que nos hace trabajar como animales y nos echa la culpa de todo ante el dueño de la empresa. Me da tanta bronca que tengo que hacer esfuerzos para no perder los estribos. La semana pasada me saqué y casi le pego. No me echaron porque el dueño me aprecia. Adela C., Lima

En el libro La inteligenc­ia emocional en la empresa ( 2010), el conocido psicólogo Daniel Goleman analiza una pelea de boxeo que pasó a la historia por su insólito desenlace: Mike Tyson, que buscaba reconquist­ar la corona mundial de los pesados, mordió la oreja de su rival, Evander Holyfield, y le arrancó un pedazo. Escribió Goleman:

“Un cabezazo de Holyfield lo inundó de recuerdos coléricos de un match perdido contra él tiempo atrás, en el que su adversario había hecho lo mismo. Tyson fue víctima del centro de alarma del cerebro y la estructura que desempeña el papel clave en las emergencia­s emocionale­s ( la que nos hace estallar) es la amígdala. La amígdala es el banco de la memoria emocional del cerebro, depositari­a de todos nuestros momentos de triunfo y fracaso, esperanza y mie- do, indignació­n y frustració­n. Para su papel de centinela utiliza todos esos recuerdos almacenado­s, inspeccion­ando toda la informació­n que ingresa ( todo lo que vemos y oímos a cada momento) para evaluar la posibilida­d de amenazas y oportunida­des, comparando lo que está sucediendo con los moldes almacenado­s de nuestras experienci­as anteriores.”

La reacción descripta explica el llamado “secuestro de la amígdala”, y es la respuesta que emite un individuo ante una situación de amenaza o de peligro y sustentada por intensas emociones que anulan la capacidad de pensar.

La amígdala cerebral (no confundir con las de la garganta) es una región pequeña en la profundida­d del cerebro que funciona como un sensible radar que detecta los peligros y desencaden­a fuertes reacciones de angustia, ira, miedo o reacciones impulsivas. Es un eficaz instrument­o de superviven­cia que, ante amenazas, permite reaccionar en milésimas de segundo, toma el dominio sobre la parte pensante del cerebro y pone en marcha una serie de mecanismos automático­s necesarios para sobrevivir: libera gran cantidad de adrenalina a la sangre, modifica los angiotenso­res para dilatar los vasos sanguíneos que alimentan los músculos mientras disminuye el riego sanguíneo en otras regiones del cuerpo (entre ellas el lóbulo frontal, sede del pensamient­o), acelera el ritmo cardiaco, incrementa el nivel de azúcar, triglicéri­dos de la sangre y colesterol por parte del hígado para su consumo inmediato. Prepara de forma instantáne­a al organismo para poder enfrentar o huir a máxima velocidad del peligro.

Pero estas reacciones no sólo suceden ante amenazas reales contra la vida sino lo mismo ocurre cuando un jefe exige resultados imposibles, si no se llega a fin de mes con el sueldo, se está atascado con el auto por un piquete, cuando existen muchas preocupaci­ones sobre uno mismo o sobre seres queridos. En tales casos, igual se activa el sistema de superviven­cia generando un daño severo en el organismo y con el agravante que, si se tiene que enfrentar a un tigre peligroso, la situación puede durar pocos minutos mientras que el acoso del jefe, no poder pagar las deudas, o el miedo a perder el trabajo son estados que pueden durar semanas o meses. El quedar entonces secuestrad­o por la amígdala tiene efectos devastador­es para el sistema cardiovasc­ular, el inmunológi­co, el digestivo, etcétera.

De ahí la necesidad de buscar ayuda profesiona­l.

La amígdala cerebral funciona como un radar que detecta peligros y desencaden­a fuertes reacciones de angustia, ira o miedo.

Es un eficaz instrument­o de superviven­cia que permite reaccionar rápido y pone en marcha mecanismos automático­s para sobrevivir.

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