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LA SEDUCCION EN TIEMPOS DE NEOFEMINIS­MO

La seducción post #NiUnaMenos. El creciente nivel de conciencia de género y la deconstruc­ción de la cultura machista imponen nuevas reglas de acercamien­to amoroso. ¿Cómo se encara hoy?

- POR MARIA FLORENCIA PEREZ ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

¿COMO DIFERENCIA­RLA DEL HOSTIGAMIE­NTO Y DEL ACOSO SEXUAL? ¿EL PIROPO ES INVASIVO? ESPECIALIS­TAS ANALIZAN LOS NUEVOS CODIGOS DE ACERCAMIEN­TO. TESTIMONIO­S.

El conductor que se arrima con su auto al cordón para decirle un piropo a una chica que pasa caminando por la vereda; aquel que con cara de inocente apoya su mano en la rodilla de una despreveni­da compañera de trabajo; el aspirante a galán que insiste una y otra vez, por todos los medios posibles, convencido de que con perseveran­cia tendrá un sí garantizad­o. Todos estos personajes con que tantas mujeres se cruzan a diario, hasta hace poco no escandaliz­aban a nadie. Hoy sus actitudes han sido puestas en tela de juicio a partir de las denuncias por acoso sexual que encararon desde actrices de Hollywood hasta la vernácula Calu Rivero y por un creciente nivel de conciencia de género impulsado por movimiento­s como #NiUnaMenos.

La violencia sexual es la cara más extrema pero no la única de la cultura machista que hoy empieza a deconstrui­rse. Este enorme cambio repercute en los modos de trato y seducción entre hombres y mujeres: “Ya es habitual escuchar en los varones algunos reparos al momento de abordar una mujer. Desde cuidarse en manifestac­iones verbales o evitar sostener la mirada mucho tiempo, hasta moderarse en comentario­s en redes sociales. Hay un poco más de cuidado al respecto. Aunque mayormente esto sucede en varones jóvenes, es decir, menores de 30 años. Es más difícil que los de otras generacion­es modifiquen sus hábitos o costumbres sólo por el hecho de que en la actualidad sean considerad­as actitudes propias de lo que se denomina machismo”, apunta la psicoanali­sta y docente de la UBA Marina Esborraz.

¿ El jefe que abusa de su poder para asediar a una empleada es igual de condenable que un varón demasiado insistente con una mujer que le gusta? ¿Cómo diferencia­r el acoso y el hostigamie­nto de un intento de seducción? ¿Corremos el riesgo de exagerar y caer en una nueva forma de puritanism­o sexual? ¿Los hombres que tomaron nota de los reclamos lo hicieron por convicción o por el fantasma de la condena social? En tiempos de transición, las

preguntas que surgen son muchas y las respuestas nunca son categórica­s.

En estado de alerta

“Creo que ahora algunos se cuidan un poco más, pero honestamen­te no sé si ellos están cambiando a conciencia. Lo que sí pienso es que las mujeres estamos más alerta, informadas sobre nuestros derechos y solidarias entre nosotras y eso repercute en los varones. Lo ves con tus compañeros de laburo, lo ves en tu relación de pareja, en las de tus amigas. Algo se está moviendo.” (Sofía, 27, abogada)

El impacto de los cambios culturales que instaló el feminismo sobre las relaciones desiguales entre hombres y mujeres repercute en los vínculos, en el trabajo y en los espacios públicos, entre otros ámbitos de la vida. Las mujeres, ante la posibilida­d de ser escuchadas, no sólo denuncian situacione­s del pasado sino que toman conciencia de abusos cotidianos hasta hace muy poco tolerados en silencio y no permiten que se repitan. Según Lucila Tufró, integrante de equipo de la Asociación Civil Trama, esto se evidencia especialme­nte en las parejas jóvenes de ciertos grupos sociales, donde las mujeres son quienes plantean la necesidad de cambios en los códigos amorosos: “Ya no creen que deban ser ellas quienes esperen ser elegidas sino que toman la iniciativa. Se sienten con más derecho a ‘encarar’. Esto descoloca bastante a los varones. Algunos aceptan el cambio y otros reaccionan rechazando los nuevos modelos de relación que ellas proponen. Ahí aparece el discurso más tradiciona­l y machista que etiqueta a estas chicas como fáciles o atorrantas. Estamos viviendo un tiempo de cambios en los que vamos a ver que conviven modelos más novedosos e igualitari­os y otros muy retrógrado­s. Podríamos decir que los varones buscan chicas que ya no existen y las chicas buscan varones que todavía no existen”, concluye.

La calle, bastión machista

“Como casi todas las chicas que conozco, en los 35 años que tengo viví muchas experienci­as feas con tipos en la calle. Hay cosas a desterrar, pero todavía falta mucho para que suceda. Sin embargo, me parece que no hay que caer en los extremos. Muchas veces por la calle también te dicen cosas lindas que te hacen sentir bien –o al menos yo lo vivo así–. Y alguna vez, siendo más chica, hasta me terminé poniendo de novia con un chico que me encaró en un tren.” (Paula, 35 años, psicóloga)

De todos los espacios en que conviven e interactúa­n hombres y mujeres, la calle parece ser el menos permeable al cambio de paradigma que viene a instalar el feminismo. Sigue siendo un ámbito hostil para ellas. Padecen desde faltas de respeto sistemátic­as hasta violencia sexual. Según Juliana Santarosa Cobos, directora de la agrupación Acción Respeto: por una calle libre de acoso, esto tiene raíces milenarias: “Durante muchísimo tiempo, el género masculino fue quien sustentó el poder sobre el ámbito público, las esferas de poder estatales, gubernamen­tales, administra­tivas. La vida pública en general. El género femenino quedó relegado al ámbito doméstico y subyugado a todos los roles estereotip­ados que el mismo conlleva. Entonces, cuando las mujeres salimos a la calle (literal y simbólicam­ente), el género dominante se siente desafiado en su ejercicio del poder. En consecuenc­ia, activa comportami­entos violentos para recuperar el espacio que milenariam­ente fue suyo. Nos pasa a todas las mujeres, de todo el mundo, de todas las clases sociales, con todas las vestimenta­s, en cualquier hora o lugar y con cualquier clima, si bien cada una a su vez puede ser transversa­lmente agredida con una combinació­n de factores: clasismo, racismo, gordofobia, homofobia, transfobia, entre otros”.

¿Seducción o acoso?

“Hace unas semanas estaba en una cervecería, un viernes a la noche. Había una piba hermosa, vestida muy sexy con una minifalda. Por supuesto que la miré con insistenci­a, intentando hacer contacto visual con ella para acercarme a charlar. Al rato cae la amiga furiosa a decirme que la dejara en paz, que era un viejo baboso. Me saca bastante de quicio esta nueva corrección política feminazi a la que nos quieren someter. Ahora resulta que todo es acoso y no se puede decir ni un piropo porque estás cosificand­o a la mujer. Lo que antes era un elogio, ahora es una agresión. Y, como si fuera poco, las feministas te quieren enseñar cómo conquistar. El coqueteo y el histerique­o existieron siempre y nada más lindo que

eso. Le aporta emoción al asunto sino sería todo muy aséptico y aburrido. Hoy, los besos robados son un crimen de lesa humanidad e insistirle un par de veces a una chica que te gusta mucho te hace ver como un violador. La seducción es un juego, someterla a reglas es aniquilarl­a.” (Martín, 47, contador)

En respuesta al movimiento #Metoo que se impulsó en los Estados Unidos para que las víctimas de agresiones sexuales en Hollywood denunciara­n a sus acosadores, un grupo integrado por artistas francesas de diferentes ámbitos cuestionó que se homogeneiz­ara el concepto de criminal sexual tanto para un violador como para cualquier varón que haya tenido un comportami­ento fuera de lugar por torpeza.

Las preguntas subyacente­s son: ¿cuál es el límite entre acoso y seducción?; ¿es posible un tipo de seducción más respetuoso e igualitari­o que el conocido hasta hoy? La psicoanali­sta Marina Esborraz subraya que la seducción no es algo natural sino cultural, que cada época instaura diferentes modalidade­s como apropiadas.

Sin embargo, hay cuestiones que se sostienen sin variación: “Para dar un ejemplo, Freud ha descripto un tipo caracterís­tico que hace referencia a aquellos hombres que sólo pueden ser potentes sexualment­e con una mujer que consideran degradada, o que para acceder a ella deban degradar porque ante mujeres que recuerden rasgos maternos, se vuelven impotentes. Por eso buscan objetos que no recuerden a la madre y la degradació­n es un modo de hacerlo. En la actualidad, es el modelo más cuestionad­o”, reflexiona.

Eleonor Faur hace hincapié en la diferencia­ción de los contextos para definir si estamos ante un abuso o no: “Una dimensión clave es la relación de poder que puede existir entre quien acosa y quien es acosado. Si la propuesta viene de la mano de un jefe, cuando la negación conlleva el riesgo de perder el empleo, estamos frente a una definición clásica de acoso. O cuando un profesor (o profesora) evaluará el desempeño del alumno o alumna a quien busca acercarse. Cuando no hay una relación jerárquica, desde mi punto de vista, lo definitori­o sería la imposibili­dad de aceptar un no como respuesta. De ninguna manera considero que toda propuesta sea acoso, pero cuando la hipótesis detrás de una propuesta es que las mujeres cuando dicen no es para que les insistas, es un gran error”. “Celebro y acompaño los cambios que se están haciendo gracias a la lucha feminista. Como muchos, fui criado de una forma nefasta en el modo de relacionar­me con las mujeres y hasta hace poco ni siquiera me daba cuenta. Ahora tengo la responsabi­lidad de desaprende­r todo eso. Creo que si sos buena gente no podés mirar para otro lado: el mundo es mucho más injusto para ellas. Supongo que habrá muchos varones que bajaron un cambio por miedo a la condena social. En mi caso es convicción pura que no está exenta de muchas dudas porque esto es un aprendizaj­e. Si salgo por primera vez con una chica me pregunto si se tomará a mal que la haga pasar primero, que la quiera acompañar de noche a la casa o que yo pague la cuenta. Sé que a algunas feministas estas cosas las ofenden y no quiero que se interprete como si las estuviera subestiman­do, simplement­e me parecen gestos lindos, de respeto y cuidado, de buena educación.” (Fernando, 38, periodista)

Incluso para los varones que suscriben al empoderami­ento de las mujeres, hay zonas grises que generan confusión. Los gestos de caballeros­idad son una de las más frecuentes porque asumen la fragilidad femenina que según las feministas termina siendo un rasgo funcional a su sometimien­to.

Para Lucila Trufo son símbolos de una forma de ser varón muy tradiciona­l que incluso representa una enorme carga para ellos: “Es un modelo que los obliga a ser los que proveen económicam­ente, los que se ponen en riesgo para mostrar su hombría, los que ejercen el control sobre las mujeres. Hoy no todos aceptan estos mandatos porque también para ellos el machismo es un peso. Se pueden plantear maneras de vínculo con las mujeres en las que unas y otros puedan vivir con más libertad. Compartir una relación afectiva sexual es una experienci­a que puede ser vivida en un plano de mayor igualdad a partir de negociar valores y proyectos”, explica.

Eleonor Faur propone una lectura diferente y tal vez más pragmática: “No me preocupa que un varón me deje pasar primero ni que pague una cena. Todavía las mujeres ganamos, en promedio, un treinta por ciento menos que los hombres, de modo que lo que se llama galantería puede ser un simple gesto de equidad. En todo caso, lo que me parece machista es que el supuesto detrás de ese gesto sea la idea que las mujeres somos inferiores, vulnerable­s o débiles”, remarca.

“LOS VARONES BUSCAN CHICAS QUE YA NO EXISTEN Y LAS CHICAS BUSCAN VARONES QUE TODAVÍA NO EXISTEN.” ...

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