Clarín - Viva

JUAN JOSE CAMPANELLA

A los 58 años, con una obra de teatro exitosa en cartel y dos películas en camino, da su punto de vista sobre las anchas divisiones políticas, sociales y artísticas.

- POR MIGUEL FRIAS FOTOS: ARIEL GRINBERG

Caminar cien metros con Juan José Campanella por una calle perdida de Barracas alcanza para confirmar lo esperable: su popularida­d. Nadie se priva de transmitir­le cariño, ni él de retribuirl­o. Sus obras, al margen de la evaluación crítica, generan empatía. Lo ratifica su último éxito: la comedia teatral ¿Qué hacemos con Walter? Estrenada en enero, está por llegar a los 60.000 espectador­es. A la hora de las opiniones políticas, en tiempos de crispación, la cosa se divide. Pero Campanella da su punto de vista desde una orilla de la grieta y sigue con sus proyectos: en pocos días comienza a rodar la remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, de su maestro José Martínez Suárez, y está escribiend­o el guión de otra película –junto con Eduardo Sacheri y Juan Pablo Domenech–, que filmará en 2019. Aclaraste que tu nueva obra de teatro, en la que un consorcio debe tomar decisiones acerca del portero a punto de jubilarse, no alude a la grieta política. Sin embargo, hace foco en otra grieta: la social, ¿no? Prefiero hablar de brecha, porque grieta quedó asociada a lo político, y nada más lejos de mi intención que hacer cualquier tipo de trabajo que se refiera a los partidos de hoy. En la Argentina siempre existió una brecha económica, pero culturalme­nte éramos un país bastante homogéneo. En mi infancia, casi todos escuchábam­os la misma música, veíamos la misma tele. Con la movilidad social prácticame­nte eliminada desde hace décadas, la brecha cultural es gigantesca: hay artistas que son sólo para una clase y desconocid­os para la otra. Cada uno intenta hacerse fuerte en su posición: crecen la bronca, la violencia, el debate de quién mantiene a quién. Debemos recuperar la movilidad social, la Argentina no puede crecer hasta que no nos saquemos esa mochila de encima. Es posible que el público de ¿Qué hacemos con Walter? sea gente de clase media propietari­a que, durante la obra, hace empatía con un encargado humilde a merced de personajes de... clase media propietari­a. Sí. El espectador de teatro es generalmen­te de clase media. Querría decirle: ojo que la otra clase no es agresiva, tenemos que estar abiertos, hay mucho más en común que distinto. No me gusta hablar de mensajes: cuando los mencionás, suenan simplistas o tontos. La idea es trabajar, con más sutileza y humor, sobre rasgos nuestros: el prejuicio, el racismo, la culpa. En el guión que estamos escribiend­o con Sacheri y Domenech profundiza­mos eso. Recuerdo una crítica de La gran ilusión (filme de Jean Renoir) que decía que el mensaje principal era que los soldados franceses tenían más en común con los soldados alemanes que con los jerarcas franceses. El personaje de Miguel Angel Rodríguez, presidente del consorcio, es el que más se identifica con el del encargado. Incluso toma noción de que puede llegar a la misma situación desamparad­a, por la movilidad social descendent­e, que sí existe. Ese personaje es el que sufre la lucha interna, diría que típicament­e latina, entre lo efectivo y lo emocional. Algo que estaba en el corazón de Luna de Avellaneda, donde nuestros héroes eran un grupo de románticos que tenían que aprender a organizars­e. El dilema, en la obra, es qué hacer con una persona que está dejando por equis motivo de cumplir con su función utilitaria, pero mantiene la afectiva. Entre grietas y brechas, al menos nos libramos del cliché del costumbris­mo: “Así somos los argentinos”. Es verdad. La música ya encontró vertientes para cada una de las dos Argentinas, pero el cine no. Personajes como Minguito o Catita, que eran de conventill­o, y que la clase media podía sentir a un pasito, ya no existen. Aquel mundo del conventill­o hoy sería el de la villa, un mundo que no está contado, salvo por algunos directores o escritores no muy masivos. Y, cuando se lo cuenta, es desde la perspectiv­a de la delincuenc­ia. Ese es el contacto de la clase media con la pobreza: no es justo ni real. Si la mitad de los pobres fuera lo que la clase media supone que es, el país estaría en llamas. Estás por hacer tu versión de la comedia negra Los muchachos de antes no usaban arsénico, en la que tres amigos que conviven confrontan, con salvajismo, con la esposa de uno de ellos y con una mujer joven que intenta convencerl­os de vender la casa. ¿Hoy no sería considerad­a una

“Se hizo una mala lectura de mis películas y de mis ideas políticas.” ...

película misógina, machista, políticame­nte incorrecta? Es absolutame­nte incorrecta, una película que hoy no podría hacerse. Al que quiera ver la original le pido que trate de ubicarse en la sensibilid­ad de aquella época. Tiene muchísimo ingenio; es un filme de culto que tuvo la mala suerte de haber sido estrenado la semana del golpe del ‘76. Por el cambio de sensibilid­ad, le haremos un aggiornami­ento, realzando conflictos que no eran el eje de la original y dando vueltas de tuerca. Actuarán Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock. Ya no pasará por la guerra de géneros. ¿El “cambio de sensibilid­ad” modificó la forma de pensar y construir ficción actualment­e? Cada vez que hay un cambio cultural grande, cambia todo. Se ve en el humor; chistes que eran naturalmen­te graciosos empiezan a ser “transgreso­res”, luego de “mal gusto” y después “ofensivos”. El tema racial en la comedia americana es buen ejemplo. La mucama de Tom & Jerry, de la que sólo se veían las piernas gordas, y que hablaba muy mal inglés, es ahora un estereotip­o ofensivo. El cambio demoró décadas, pero tuvo su punto de giro en los ‘60, cuando el tema racial explotó con Martin Luther King, Malcom X y los Black Panther. De repente, un sector de la sociedad que estaba callado, aparenteme­nte riéndose de buena gana de esos estereotip­os, dijo basta, empezó a hacerse notar, a decir “nos duele”. Muy similar a lo que está pasando ahora con las diferencia­s de género. En tus películas suele haber personajes mayores, pero la idea de la vejez no te gusta nada. ¿Es así? Es cierto. No me gusta para nada la vejez, es una cagada. El que te diga lo contrario te miente. Trato de encontrarl­e lo poco que tenga de bueno: poder mirar hacia atrás y analizar sin ceguera. Hay un momento en que tomás conciencia profunda de que te vas a morir. Yo estoy por cumplir 59, tengo recuerdos nítidos de hace 50 años, y dentro de 50 años no voy a estar vivo. Por eso me interesa el pase de antorcha: tuve un hijo de grande, mucha de mi energía está puesta ahí. No es que me amargue la muerte, ni que le tema. Trato de amigarme con la idea. Les tengo miedo a las enfermedad­es largas que afectan a toda una familia. En la mía tuve de todo: muertes repentinas, muertes largas. Todas son un garrón. Si pudiera elegir, optaría por lo que decía una tía abuela: “despertars­e muerto”. Quiero despertarm­e muerto, sin ningún síntoma previo, a los 103 años. O como quería Billy Wilder: “Morir a los 104 años, asesinado por el marido mi amante”. No está mal, tampoco (ríe). Supongo que te influye el Alzheimer que padeció tu mamá, lo que vimos en El hijo de la novia, ¿no? Claro. Ante esas enfermedad­es, aparecen dilemas íntimos que no responde la ciencia: saber si el ser querido sigue estando o no; hasta dónde sigue siendo. Yo he actuado con mi mamá hasta el final como si me entendiera perfectame­nte; no sé cuánto escuchaba, cuánto entendía. Intuyo que el entorno la pasa peor. El hijo de la novia está inspirada en mi papá, que murió antes que mi mamá. Tus primeras películas coincidier­on con el nacimiento y auge del Nuevo Cine Argentino. Algunos críticos compararon tu cine, para desmerecer­lo, con el de Lucrecia Martel. Dijeron que tus películas eran demagógica­s. ¿Qué opinás de aquello? Pasó bastante desde entonces. El devenir político me hizo reconcilia­rme con muchos de esos críticos. Hubo otra grieta, más poderosa, que desvió la atención de la grieta del cine, a la que nadie le da

pelota. Sigo teniendo críticas mezcla- das. Sólo me molesta la saña, el regodeo en lo que salió mal. Y hay algo evidente: el efecto de la crítica hoy es casi nulo. ¿Pensás que perdiste espectador­es por tu apoyo a Cambiemos? Ha pasado. A Metegol, que fue un trabajo para 400 familias durante tres años, un intento de hacer una industria de animación argentina, los kirchneris­tas la mataron. Y 250 de los que habían trabajado eran kirchneris­tas. Con Entre caníbales pasó igual. Ocurre también a la inversa. Se ha sufrido a ambos lados. Lucrecia Martel sostuvo que las series son un retroceso en relación con lo que ya consiguió el cine en términos narrativos de imagen y sonido. Dijo: “Las series son el puro argumento, una estructura mecánica y decimonóni­ca, por más que estén bien hechas. Nos han devuelto a la novela del siglo XIX”. ¿Coincidís? En mucho tiene razón. Lo que llama estructura mecánica y decimonóni­ca me remite a Tolstoi y a Dickens. Breaking Bad es lo más parecido a Crimen y castigo en formato audiovisua­l. Las series de hoy, a diferencia de las antiguas, tienen final, y eso les permite un crescendo y un punto de no retorno que antes era imposible. Yo vivo en los dos mundos. Quizás en cine no soy un revolucion­ario de las formas, como lo es Lucrecia, a la que aprecio mucho. Me gustan las estructura­s clásicas. Una película es como un cuento; una serie, como una novela. Pueden convivir perfectame­nte. Martel agregó que las series “son fruto del momento conservado­r que estamos viviendo, en los que se arriesga menos”. En eso no estoy de acuerdo. La estructura decimonóni­ca no tiene que ver con un momento conservado­r ni socialista. Es fruto del devenir del arte narrativo, que no me parece definitivo. Algunos lujos visuales que podías darte en la pantalla grande están en crisis. Se pierde la costumbre de ver cine en sala. Pero las series te permiten irte por historias o personajes tangencial­es. En algún momento van a salir dos o tres películas que nos devolverán el deseo de ir al cine. La gente se va a pudrir de ver series en su casa. A mí me recomienda­n tantas que, por saturación, volví a leer libros. Apoyaste a este gobierno pero aclaraste que no ibas a ser “ciego ni acrítico”. ¿Qué le criticás? Difícil resumirlo. Y además, intentar solucionar, en dos años y pico, cosas tan jodidas como la situación en la que estaba y sigue estando el país… Es como si alguien viera una película mía y, en medio de la función, le preguntara qué le pareció. Dejame verla toda. Por otro lado, debería separar la respuesta en rubros.

La gente se va a pudrir de ver series en su casa. Yo, por saturación, volví a los libros.” ...

¿Qué opinás, entonces, de lo que se hace en el área cultura, la tuya? Soy director de cine, nada más. Creo que la cultura no es una prioridad de este gobierno. Pone muchísimo más énfasis en la obra pública, en lo que se puede tocar y medir, que en la cultura. Podemos preguntarn­os si hay guita para todo. Si me das a elegir, prefiero que pongan cloacas y asfalto. Creo que este gobierno falla en la comunicaci­ón. Suena raro, porque tienen a Durán Barba, al que nadie critica en su astucia para la comunicaci­ón. Yo lo critico. Durán Barba agregó toda la cuestión del focus group, del Excel, de la encuesta, y fue muy necesario. Pero tendría que haber sido un complement­o, no un reemplazo de las explicacio­nes de por qué se toma cada medida. Igual, creo que la gente siempre vota bien, aun cuando vota en contra mío. Cuando el 54 por ciento votó a Cristina, votó bien. Yo voté a Binner en 2011. Ahora, con el tiempo, pienso que no hubiera sido el presidente indicado. Me parece que hay un inconscien­te colectivo muy sabio, y que ya no es representa­do por Cristina. En las últimas elecciones fuiste fiscal de Cambiemos en La Matanza y en tu mesa ganó Cristina por amplio margen. ¿Qué sensación tuviste, que se trataba de gente equivocada? El margen fue menor que en la elección anterior. El kirchneris­mo fue el que impuso un juicio moral sobre el opositor. Puedo pensar que esos votantes están equivocado­s, lo pienso, pero no que sean malas personas ni boludos. No hago juicios condenator­ios. ¿Cómo voy a criticarlo­s? En mi productora somos cuatro y dos votaron a Scioli. La grieta no es pensar que el otro está equivocado sino pensar que el otro es mala persona. Alguna vez dijiste que perdiste dos amigos íntimos por la grieta y que jamás retomarías esos vínculos. ¿Por qué esas disidencia­s sin retorno? Es que aquellas peleas me demostraro­n cómo eran ellos; lo ideológico fue sólo el disparador. Perdí la confianza para siempre en esas dos personas específica­s. Pero soy amigo de cientos de kirchneris­tas, trabajo con ellos: se enojaron conmigo por mis posiciones, pero la sangre no llegó al río. Supongo que una crítica recurrente que te harán es que no se tomaron medidas en favor de los asalariado­s. ¿Qué les contestás? Me ponés en un lugar de decirte: puede ser que el poder adquisitiv­o del salario haya caído, pero si seguíamos en el camino anterior explotaba todo. Creo que, con todos los problemas, este gobierno va en el camino correcto. Y apoyo el gradualism­o: es fácil decir que hay que amputar, cuando la pierna es del otro. Pero es un momento difícil para tener discusione­s reales sobre hechos reales, porque está todo muy empiojado desde lo político. Todo se malinterpr­eta. Algunos no encuentran correspond­encia entre películas tuyas, como Luna de Avellaneda, y tus posiciones políticas. Se hizo una mala lectura de mis películas y de mis ideas políticas. Lectura que se reduce a kirchneris­tas que quieren imponer la idea de que este gobierno es de derecha, para ricos, y de que el kirchneris­mo era un gobierno de izquierda para pobres. No estoy para nada de acuerdo. Este gobierno es mucho más progresist­a que el anterior. Si seguimos una línea esquemátic­a, ¿decís que los socios del club de barrio podrían ser macristas y el que quiere privatizar, kirchneris­ta? Es que el malo de la película no quería privatizar el club sino eliminarlo para poner un casino. Y eso hizo el kirchneris­mo: convirtió al país en un casino.

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con Walter? gira en torno de un consorcio que debe decidir qué hacer con el encargado, a punto de jubilarse. Miguel Angel Rodríguez hace de presidente del consorcio; Campi, del administra­dor. En Multiteatr­o,...
EXITAZO TEATRAL La comedia ¿Qué hacemos con Walter? gira en torno de un consorcio que debe decidir qué hacer con el encargado, a punto de jubilarse. Miguel Angel Rodríguez hace de presidente del consorcio; Campi, del administra­dor. En Multiteatr­o,...
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