Clarín - Viva

EL CAMBIO DEL GALAN DE LAS CACHETADAS

“NO DISFRUTABA DE MIS EXITOS: ME PREOCUPABA EL MAÑANA” Actor de raza. A los 74 años, el galán de Pobre diabla, Piel naranja y Amo y señor revela que vivía la profesión con angustia, obsesionad­o por el rating. Su infancia en Paraguay, la muerte temprana d

- EN TERAPIA CON JOSE EDUARDO ABADI

ARNALDO ANDRE HABLO, EN EL DIVAN DEL DR ABADI, SOBRE LOS CACHETAZOS QUE LE PEGABA SU PERSONAJE DE “AMO Y SEÑOR” AL DE LUISA KULIOK, EN LOS ‘80 . “LA GENTE SE DIVERTÍA, AL IGUAL QUE NOSOTROS. NO ERAMOS CONSCIENTE­S. HOY NADIE ACEPTARÍA ALGO ASI.”

Acaba de salir Por lo que usted y yo sabemos, tu autobiogra­fía. ¿Qué te llevó a escribirla? Hace alrededor de diez años estaba en mi quinta. Antes de hacer el asado, me gusta sentarme en el parque y leer el diario. Me acuerdo que invité a unos amigos y me sacaron una foto desde atrás. Me la mandaron. “El reposo del guerrero”, me escribiero­n. ¿Por qué? Porque había mucha paz y yo estaba ahí, solo. Supongo que en esa paz empezó todo. Siempre quise escribir: cine, guiones. Pero nunca lo había hecho. Hasta que una vez, para recordar todo lo vivido, me compré un cuaderno y empecé a escribir. En aquella época, mi madre había empezado con dolencias, había que internarla seguido y con mis hermanas nos turnábamos para ir a acompañarl­a. Yo llevaba mi cuadernito y escribía. ¿En Buenos Aires? Sí. Quizá venían las enfermeras, me pedían que saliera un rato y seguía escribiend­o en el pasillo. Cuando murió mi mamá, que fue cuando estaba haciendo Los monstruos sagrados, suspendimo­s una función. Al día siguiente del entierro, los productore­s me dijeron que podíamos seguir suspendien­do las funciones, pero les dije que no, porque seguir haciéndola­s era el mejor homenaje. Ese cuadernito quedó en un cajón; la vida te va ofreciendo otras cosas. Hasta que el año pasado me propusiero­n de Planeta escribir mi biografía, y acepté. Fue un trabajo arduo. Me llevó a replantear­me cuánto he vivido, cuántas cosas hice bien y en qué me equivoqué. ¿Qué era lo primero que aparecía? Mis comienzos en San Bernardino, Paraguay, una ciudad chica que hoy es orgullo del país: se convirtió en lugar de veraneo, en nuestra pequeña Punta del Este. Ahí nací. A mis cinco años, vinimos con mi familia a Buenos Aires. Pero, a mis nueve, mi mamá extrañaba a su madre y nos volvimos. Dos años después perdí a mi papá y me convertí en el padre de mis hermanas mayores. Tuviste que sostener y ser adulto desde chico. Sí, pero no tengo el recuerdo de que alguien me haya dicho que a partir de ese entonces tenía que trabajar. De golpe,

“Antes no tenía paz. Si pasaba un tiempo sin trabajo, me preguntaba por qué no me llamaban. Ya no me pasa. Disfruto más de la vida.” ...

cuando vi que mi papá se fue, pensé: “¿Cómo sigue esto? Alguien tiene que trabajar”. Y surgió una posibilida­d: un amigo de mi papá, jefe de correos, nos ofreció un trabajo, para no regalarle dinero a mi mamá. Eran cuatro horas de hacer nada, pero yo lo tomaba con total responsabi­lidad: clasificab­a cartas, cebaba tereré, hacía otras tareas. ¿Allá mismo empezaste a trabajar en tu carrera como artista? No. Mi idea era venir a Buenos Aires. Más adelante, en Asunción, tomé un curso de radiofonía y locución. Y a los 16 años ya trabajaba en tres radios como locutor. Pero quería ser actor, venir a la Argentina a estudiar. Se lo propuse a mi madre y no lo entendía. Nadie entendía cómo un chico de 16, tan exitoso, que ganaba bien, quisiera largarse a la aventura de ir a Buenos Aires sin trabajo fijo. Aquí sólo tenía unos tíos que vivían en Bernal Oeste. Vine, me puse a trabajar. ¿De qué? Hice un curso relámpago de dactilógra­fo y me conseguí un trabajo de eso. Después estudié actuación en la academia de Angela Ferrer Jaimes. Al terminar, vino la dura tarea de ir a tocar puertas y que me echaran de los canales. En esa época no existían los castings: te ibas enterando por lo que te contaban. Fueron años de mucha búsqueda. Encontraba bolos, pero quería vivir de mi profesión. Ganaba bien en la oficina. Hasta que un día tomé la decisión y le dije a mi jefe que renunciaba. Me preguntó por qué y le dije que quería buscar trabajo de actor todos los días. Y así fue. Hemos llegado a estar en bancarrota con mi familia porque seguía siendo el que aportaba, a tal punto que no podía pagar el departamen­to que teníamos en la calle Charcas. Nos fuimos a vivir a una casita en Quilmes que no tenía ni asfalto. Hasta que surgió el milagro. El milagro no, lo venías buscando desde hacía cuatro años. La suerte se encuentra si uno la busca. Es verdad, no me quedaba quieto. Todo fue gracias a Daniel Tinayre y Mirtha Legrand, y la obra 40 kilates. ¿Ahí empezaste? Claro. En Belgrano estaba la Asociación de Escribanos Públicos y tenía una salita. Ahí hice una obra. Le comentaron a Tinayre, que buscaba un actor. A él no le convencía ninguno de los galanes de esa época gloriosa de la televisión, los ‘70. Se vino hasta el teatro, ubicado en la calle Virrey del Pino, un domingo. ¿Vos sabías que estaba él ahí? No. Vino con Mirtha. Tal vez el autor lo sabía y no nos avisó para que no nos pusiéramos nerviosos. Cuando terminó la función, nos dijo que habían estado ellos y que habían dejado saludos. Ahí, pensé, terminaba la maravillos­a anécdota, pero no fue así: al otro día me sonó el teléfono y era Daniel que quería verme. Me habló del proyecto: “Son todas figuras muy importante­s, usted sería el único desconocid­o. Piénselo, acá le doy el libreto”, a lo que le dije que sí sin pensarlo. “No, vaya y léalo. Después me cotesta”, insistió. Esa noche lo leí todo. ¡Qué impresiona­nte! Sí. Soñaba con eso. Leía en las revistas sobre la vida de los actores, en especial los de Hollywood. Y fantaseaba: “Por ahí me cruzo con un director importante que me va a pedir una prueba. O quizá me ve trabajando en un lugar”. Se dio exactament­e así. Me cambió la vida. ¿Tuviste miedo la primera función? No. Recuerdo que, mientras esperábamo­s el debut, cuando ya escuchábam­os

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina