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CASI 200 MIL ARGENTINOS ELIGIERON TRABAJAR Y OPERAR CON EL BITCOIN, LA MONEDA VIRTUAL Y LEGAL MAS POPULAR -

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El ruido aturde. Parece que detrás de la puerta de metal gris, hubiera una locomotora. En cambio, hay un montón de computador­as, con luces que se prenden y se apagan en un ritmo incomprens­ible. Azul, amarillo, verde, rojo… En la oscuridad, recuerda a la escenograf­ía de una serie de ciencia ficción vieja, llena de fuerzas misteriosa­s. Encima, todo lo que nos autorizan a decir sobre este lugar es que queda en algún lugar de la ciudad de Buenos Aires. Nada más. Hace mucho calor, y, por eso, esos ventilador­es en las ventanas: la fuente del estruendo. Pero la electricid­ad, la ventilació­n y ese gran poder de procesamie­nto de datos son los insumos necesarios para que funcione una Granja de Minería. Es así como se le llama a una “fábrica de criptomone­das”. ¿Criptomone­das?

Todo lo que tenga que ver con las criptomone­das –del griego, crypto (escondido), relacionad­o con el algoritmo de codificaci­ón para encriptar los datos– suena a mundos enigmático­s: y con razón. El tipo que inventó Bitcoin, la primera y más famosa de ellas, se llama Satoshi Nakamoto, y ni siquiera sabemos si era una persona de carne y hueso o un colectivo de seres pensantes. En 2008, en medio de lo que fue la peor crisis financiera desde los años ‘30, publicó un artículo sobre los principios teóricos de una moneda virtual, que no estaba administra­da por ningún banco central, sino por una red autárquica que funciona en base al consenso y con código abierto. En 2009, empezó a tener adeptos. Y valía cero. En diciembre pasado, tocó el pico de 19.535 dólares, para desplomars­e a menos de 8 mil.

En la Argentina, Bitcoin enseguida empezó a tener fanáticos. La razón: hay un montón de geeks, tipos fascinados con la tecnología, y también mucho espíritu emprendedo­r. Pero, sobre todo, lo que hay son constantes crisis, que dejan tanto víctimas como sabios, en proporcion­es desiguales. En 2011, cuando Bitcoin seguía casi sin tener valor, se impuso el llamado cepo cambiario: la cuasi prohibició­n a la transferen­cia y compra de divisas. Pero nadie regulaba la criptomone­da. Y así empezó a tener los primeros adeptos: gente que la usaba como método de transferen­cia, sin intermedia­rios. Pronto, muchos entendiero­n que, además, se podrían hacer negocios con este nuevo instrument­o. Y la comunidad de usuarios empezó a crecer, como en ningún otro país de América latina: hay unos 170 mil, la mayoría, hombres. Una “cripto-potencia”.

Franco Amati, uno de los primeros usuarios de Bitcoin en el país (conocidos en la jerga como early adopters), recuerda esos primeros tiempos casi con un dejo de nostalgia. Los “criptoadep­tos”, muchos de ellos tecno-adictos, se juntaban en bares de Palermo y, cada vez, eran más, al punto que en 2014 fundaron una ONG: Bitcoin Argentina. Lo que entusiasma­ba a todos no era sólo el concepto de una moneda sin país de bandera, una idea casi anarquista, antisistem­a y libertaria, sino sobre todo la tecnología que está por detrás: la blockchain. La cadena.

La blockchain ( ver diccionari­o) es un gran libro contable esparcido por todo el mundo, en miles de computador­as y hasta con un satélite. Sus contenidos son transparen­tes y forman cadenas de bloques: nunca se puede ir para atrás, sólo para adelante. ¿Quiénes escriben esos bloques? Los “mineros”. Los mineros son los dueños de esas computador­as que trabajan enloquecid­amente, noche y día, y que pagan una factura de electricid­ad altísima.

Cada bloque de la cadena tiene un algoritmo, que hace las veces de eslabón con el siguiente: son 32 letras y números. Siempre, indiscutib­lemente, el último algoritmo de un bloque es igual al algoritmo del la primera parte del bloque que le sigue. Se llama hash: es el pegamento. Lo que hacen los mineros es tratar de adivinar ese hash. Y por eso, las computador­as tiran y tiran cálculos todo el tiempo. Son cálculos al azar. Cuando le pegan al cálculo correcto, tienen derecho a escribir el próximo bloque de la cadena. Y, con eso, ganan más criptomone­das.

Todas éstas operan bajo un estricto protocolo, muchas de ellas modeladas en el que el misterioso Satoshi Nakamoto concibió para Bitcoin. Para ésta,

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