Clarín - Viva

LOS EXTRAS DE LA GLORIA MUNDIALIST­A ARGENTINA

Dos hinchas únicos. Uno dio “El abrazo del alma” en 1978 y el otro cargó a Diego en sus hombros en la vuelta olímpica de 1986. Víctor Dell’Aquila y Roberto Cejas, juntos aquí por primera vez.

- POR MARIANO GAVIRA - FOTO: GERMÁN GARCÍA ADRASTI

ROBERTO CEJAS Y VICTOR DELL’AQUILA PROTAGONIZ­ARON DOS FOTOS EMBLEMATIC­AS DE LOS MUNDIALES ‘86 Y ‘78. VIVA LOS REUNIO POR PRIMERA VEZ.

Yo digo que en Rusia salimos campeones... ¡ si viajamos los dos!” Víctor hace jueguitos con una pelota desinflada y lo único que se escucha es el ruido de sus pies mientras golpea ese pedazo de cuero redondo. Una, dos, tres, dieciséis veces lo repite hasta que la duerme con el empeine y la baja al piso para esconderla debajo de la suela. Explota en aplausos Roberto, que lo mira anonadado mientras acaricia el algodón de una camiseta celeste y blanca que perteneció a otro Roberto, Perfumo. Y un perfume de duendes y mariscales empieza a flotar en el aire.

Nunca jugaron al fútbol de manera profesiona­l, pero sí una vez entraron a la cancha. Uno en 1978, el otro en 1986. Dieron la vuelta olímpica y se transforma­ron en leyendas anónimas. Ahora dicen que para que la Selección se consagre en Moscú, tienen que estar ellos presentes, bien cerca de Messi.

Es probable que todo argentino los haya visto alguna vez. En publicidad­es, en libros, en documental­es, en diarios. A uno inclinado, con las mangas de su suéter vacías e impulsadas hacia adelante por la inercia; al otro, gigante de bigotes, llevando en andas al mejor de todos los tiempos y junto a él, a la más linda, la Copa del Mundo. A Víctor Dell’Aquila la vida le devolvió su felicidad con un abrazo invisible. A Roberto Cejas la entrada a la gloria eterna le costó apenas 17 dólares.

Por primera vez en la historia de la pasión argentina, Viva reunió a estos protagonis­tas de los pósters más emblemátic­os de los campeonato­s mundiales logrados por la Selección. Nunca se habían visto personalme­nte. Pero cuando se miraron a los ojos, se transporta­ron hacia un pasado feliz. Y juntos, posando ante la cámara, mejoraron el retrato del amor por el fútbol argentino.

El primero en llegar a la redacción fue Roberto, ya sin los bigotes del ‘86, con menos pelo, con más panza y acompañado de cientos de recortes de diarios y

revistas en los que aparece él con Diego Maradona sentado sobre sus hombros en el calor del Estadio Azteca. Luego llegó Víctor junto a su mujer, un cuadro y una pelota Tango oficial.

“Te vi tantas veces que es como si te conociera de siempre”, le dice Roberto a Víctor, que se ríe y abre los ojos para verlo mejor: “Con razón pudiste levantarlo a Diego, sos grandote, eh”. La voz de Víctor es ronca. Pero no ronca como la de un hombre mayor, sino más bien ronca y feliz, como la de alguien que acaba de gritar un gol. La de Roberto es firme pero serena, y deja entrever en la tonada su origen santafesin­o. Uno es hincha de Colón, el otro, de Boca.

“Ah, pero vos sos bostero y tu foto más famosa es en la cancha de River”, lo apura Cejas y Dell’Aquila responde rápido: “Claro, pero fijate a quién estaba buscando yo en la corrida, ¡a Tarantini!, que era uno de mis ídolos”, le aclara. No hacen falta periodista­s en esta conversaci­ón, la charla brota como una avalancha en plena popular.

“¿Qué hacías ahí? ¿Cómo entraste?”, le dice uno al otro. “Yo siempre iba a la cancha y me metía en el campo para saludar a los jugadores. Pero ese partido era diferente, nadie me conocía y había más seguridad”, cuenta Víctor que sabía que si tenía una chance no la iba a desaprovec­har. El momento llegó cuando el árbitro levantó la mano y pitó lo que muchos pensaron que era el final del partido. El hombre entonces saltó con sus 50 kilos desde una rampa y cayó al césped sin que nadie se diera cuenta.

Comenzó a correr y levantó la vista, el partido todavía se jugaba y lo que había pitado el árbitro era una falta. Entonces caminó y se quedó quietito junto a uno de los palos del arco donde atajaba el Pato Fillol, quien lo miró de reojo y le dijo “¿Qué hacés acá?” Víctor le respondió: “¡Lo mismo que vos! Esperando a que se termine para poder festejar”. Lo que siguió fue el descontrol de la alegría, las corridas y la foto eterna captada en la cámara de Ricardo Alfieri.

“Esta foto –baja la cabeza Roberto para volver a ver la imagen– es la más linda que vi en mi vida. Esta foto es el fútbol entero, es la síntesis perfecta. Pasan los años y yo creo que fuimos elegidos. Teníamos que estar en ese lugar, no sé por qué pero teníamos que estar ahí”. Para Víctor, que perdió sus brazos a los 12 años cuando se subió a un poste de luz para ver las calles del barrio San Francisco Solano desde arriba y se electro- cutó, el fútbol fue su terapia. El fútbol le regaló un pedazo de esa inmortalid­ad con la que soñó mientras escalaba esa torre electrific­ada.

Se hace silencio en la sala y Roberto lo corta con otra humorada: “Igual no fuiste el único que se metió en una cancha alguna vez”. El grandote que hace 32 años tenía bigotes le había jurado a sus compañeros de trabajo de la Lotería Santa Fe, que si Argentina le ganaba a Bélgica las semifinale­s, viajaría a México. Sin entradas llegó con un grupo de amigos un día antes y para ingresar al estadio tuvieron que sobornar con 17 dólares al controlado­r de una de las puertas para que lo deje entrar: “Algo que hoy sería imposible en una final del mundo”, acota.

El partido lo vio detrás del arco donde el Tata Brown metió el cabezazo para poner el 1-0 parcial en el primer tiempo. Con el partido terminado, Roberto –como Víctor– también saltó, en este caso la fosa que separaba la tribuna del campo. Descontrol­ado corrió y empezó a mover una peluca que había conseguido: “Pensaba que así me iba a poder reconocer en los videos. Iba a mirar las imágenes y les iba a poder decir a mi familia ‘mirá ese que salta ahí soy yo’”. Nunca pensó que el destino le tenía preparada una anécdota mejor.

En medio de la algarabía Roberto corría detrás de Maradona, que ya tenía la Copa del Mundo entre sus manos. “En un momento alguien levanta a Pasculli que también trotaba junto a Diego, quien se frenó, se dio vuelta y me miró como diciendo ‘ dale, levantame’. No sé cómo me agaché y él se sentó en mis hombros. Yo no veía nada, sólo fotógrafos a mi alrededor y Diego me manejaba con las piernas. Di casi media vuelta olímpica con él ahí arriba”.

Sin proponérse­lo, los dos se transforma­ron en el símbolo de los mundiales ‘78 y ‘86. Ahora, soñando juntos, dicen que en Rusia, la Argentina puede salir por tercera vez campeón. Eso sí, si viajan los dos. Si alguien los lleva.

Roberto considera que es el momento de llevar en andas a Messi. Y Víctor, que es tiempo de dar otro abrazo, de esos que son eternos, que forman parte de un momento único. De esos abrazos que nacen del alma.

“PASAN LOS AÑOS, VEMOS LAS FOTOS, Y SENTIMOS QUE FUIMOS ELEGIDOS PARA ESTAR AHI.”

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LEYENDAS. Roberto, Víctor y la pelota Tango de 1978.

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