Clarín - Viva

LAS MANOS MAGICAS DEL PATO

Ubaldo Matildo Fillol celebra los 40 años del Mundial ‘78. Cuenta una increíble experienci­a mística y dice que “el ostracismo que vivimos por haber salido campeones en la dictadura quedó atrás”.

- POR PABLO CALVO FOTOS: RUBEN DIGILIO

Con esas manos lavó copas, cargó sifones, encarnó anzuelos, levantó paredes en San Miguel del Monte, hizo un bolso, se despidió, abrió la puerta de una pensión, amasó pan, lijó el arco de la cancha de Quilmes, le pasó antióxido, lo pintó de blanco, ahí entrenó, defendió ese arco, empuñó un fusil en la colimba, hizo la venia, firmó contrato con Racing, brilló, manejó hasta Núñez, se calzó el buzo de River, rezó para ser llamado a la Selección, se pellizcó cuando lo convocaron, saludó a la hinchada de los papelitos, le atajó el penal al polaco Deyna, le tapó un disparo a quemarropa a Rep, demostró contra Holanda una dimensión desconocid­a de los reflejos, la sacó por encima del travesaño, se persignó cuando llegó la final, cruzó los guantes sobre su pecho, la palma derecha sobre el hombro izquierdo y la izquerda sobre el derecho, sintió un escozor que le llegó hasta la punta de los dedos, se arrodilló, miró el pasto, quedó en silencio en medio del Monumental rugiente, y fue en ese instante, sin más testigos que su alma, que el Pato Fillol vio la cara de Cristo.

¿Cómo fue eso, Pato? Fue el momento previo al abrazo del alma con el Conejo Tarantini y Víctor Dell’Aquila. Yo estaba solo. Termina la final, salimos campeones, se me aflojan las piernas, caigo arrodillad­o, cruzo mis manos, agacho mi cabeza y... se me aparece una imagen. Y fue lo más lindo, lo más hermoso y lo más fuerte que me pasó en mi vida. Todo el mundo desconoce eso, ahí empieza el abrazo del alma. Hay un diálogo, una imagen. Era Jesucristo. Tremendo. No sé en qué tiempo sucedió esa cosa maravillos­a, pero sucedió. Y ahí vino el abrazo del alma, una foto hermosísim­a, pero no una simple foto, sino un testimonio de un momento muy especial de mi vida.

Fillol ha vuelto.

Tras años de vivir dolido por la vinculació­n que se hacia entre la Copa del Mundo de 1978 y la dictadura que en esos años avasalló los derechos humanos, considera que “por fin salimos del ostracismo deportivo al que nos había llevado esa situación”.

“El paso del tiempo ayuda, cicatriza. Ahora sentimos un reconocimi­ento enorme y el cariño de la gente se manifiesta como nunca. Yo no llegaba a darme cuenta que despertaba tanta admiración. Hoy hacen encuestas de arqueros y estoy siempre ahí”, se alegra Ubaldo Matildo, nombre único, convertido en sello de identidad.

El arquero más importante de la historia de la Selección Argentina ha regresado con recuerdos, embolsados en una autobiogra­fía que presentó en la Feria del Libro, nada menos que junto a Víctor Dell’Aquila, el hombre sin brazos que le dio “el abrazo del alma”.

No son perfectas las manos de Fillol: hace poco maniobró mal su celular y borró de un saque todos sus contactos: “Pasame el teléfono de Víctor, que lo perdí y hace años que vengo prometiénd­ole un asado”, pide, mientras revuelve un pocillo de café.

Fillol revela que hay un momento sagrado en que sus memorias afloran, cuando sale en bote a pescar. Mecido por el agua, como buen Pato, le vuelven postales de su infancia, flashes de su carrera deportiva y anécdotas con personalid­ades del fútbol. “Pescar es maravillos­o y estar en contacto con el agua me devuelve mucha energía. Le tiro al pejerrey, a la tarucha, a la lisa. Voy mucho a Corrientes, al Paraná, hay dorados, surubíes. Y pesco con devolución. A lo sumo saco un pescadito para comer ahí. Cuando me meto en una lancha y quedo solo en la inmensidad del mar o del río, viajo. Es una terapia tremenda para mí. Me siento en el limbo.”

A veces en el limbo, y 40 años después de haber salido campeón del mundo y de haber sentido la presencia de Cristo, Fillol reconstruy­e su vida.

“Yo era el más chico de 4 hermanos, todos trabajábam­os y estudiábam­os para ayudar a la familia. Fui ayudante y mozo en el bar La Enramada de Monte, pinté casas rodantes en Quilmes, y en la panadería Garibaldi, donde iba de madrugada, me trataban de maravillas”, cuenta, para mostrar los cimientos de sacrificio que lo llevaron a la cima.

¿Hizo muchos goles jugando de 9, antes de ser arquero? Lo mío era potrero puro. Y jugaba donde hiciera falta. De arquero, de cinco, de

nueve. Amaba y amo el fútbol. Con 12 años, jugaba con tipos de 30, poníamos un bultito acá, un bolsito allá, y la línea del saque lateral era lo que se veía de campo. ¡No se iba nunca la pelota, jajaja! Un día, un amigo, Martillo Tolosa, me fichó para San Miguel. Arrancaba el sábado en la Cuarta atajando y al rato, en la Tercera, jugaba de cinco. ¡Jugaba dos partiditos! A los 13 años ya me fui a probar a Quilmes. Y no llegaron a mí porque deslumbré a alguien siendo pequeño, no: los dirigentes fueron a buscar a Pandito, apodo de Néstor Bustos, un jugador fuera de serie, dos años mayor que yo. Eramos rivales en los campeonato­s barriales nocturnos: él era del Barrio de la Cruz y El Porvenir, y yo, del Barrio Cóppola. Pando era oro en polvo, pero le daba pereza ir a la prueba y yo le dije que lo acompañaba, que era una oportunida­d muy linda, así que fui de relleno.

¿Cómo se sobrepuso a su debut en la Primera de Quilmes, con seis goles en contra? Tomándolo como algo que me puso Dios en mi camino, una cosa del destino. Yo lo recuerdo como un día maravillos­o. Me fueron a buscar a la pensión, donde vivía solito, fuimos almorzar al restaurant­e El Ciervo. Yo jugaba en la Quinta y el técnico interino, Florencio Doval, que me conocía de las inferiores, me preguntó si había dormido bien y si me animaba a jugar en Primera. Me agarró de sopetón: no podía contárselo a mi familia, no había teléfono, pero le dije que sí. Y jugué. Y perdimos 6 a 3 contra Huracán, en cancha de Boca. Fue doloroso, mi primera adversidad en el fútbol, el primer obstáculo a superar. Pero pedí revancha al nuevo técnico, Carmelo Faraone; mi atrevimien­to le gustó y me dio otra chance. Mi ilusión estaba intacta.

Dice Kempes que usted nunca le agradeció la “verdadera” atajada del Mundial ‘78, la de él en Rosario cuando se venía el gol de Polonia... Sí, jaja, siempre dice eso. Hasta se mofa de un gol olímpico que me hizo en España, cuando él jugaba para el Hércules y yo para el Atlético de Madrid. Mario es un campeón. Y también sacó su biografía... ¡estamos grandes, jajaja!

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ATAJA Y SONRIE La imagen confirma que el Pato Fillol es un hombre señalado por el índice del sol.

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