Las pibas hacen historia
Las adolescentes de las jornadas del 13 y 14 de junio tomaron la calle y sorprendieron a todos. ¿Qué luchas las llevaron hasta allí, hasta ese lugar en el que se las ve peleando a “las pibas”, ese colectivo de mujeres adolescentes que lucha por un derecho y lo hace con voz propia? Tomar la palabra pública para la mujer argentina fue una lucha de siglos, de avances y retrocesos. Periodistas, médicas, abogadas, mujeres que intentaban participar de la política, reclamar sus derechos. El silencio era un mandato, pero mujeres como Juana Manso, Eduarda Mansilla, Cecilia Grierson, Elvira Rawson, Alicia Moreau, Victoria Ocampo, decidieron que la lucha valía la pena. Pero quizá estas adolescentes no tenían presente la historia de las mujeres del siglo XIX y del XX. En cambio, sí nacieron en los años posteriores a la crisis del 2001 y 2002, nacieron con el recuerdo inmediato de sus padres, abuelos, gente cercana, que había ganado la calle para expresar su voz. Ese nacimiento en el 2001 tuvo su eco hace tres años cuando las mujeres salieron a la calle, otra vez, para hacer un nuevo reclamo. Por primera vez, las mujeres rompían el mandato del silencio sobre los asesinatos de mujeres con el grito de “Ni una menos”. El “crimen pasional” se transformó en femicidio para develar que detrás de ese nombre se ocultaba una sociedad patriarcal que avalaba la violencia sobre la mujer. Las “pibas” aprendieron a romper el silencio y a gritar con fuerza gracias a esa corriente histórica subterránea de los siglos XIX y XX y la experiencia reciente del XXI. Vivieron su primera vigilia por el reclamo de algo que consideran un derecho: la decisión sobre su propio cuerpo. Mujeres que vivieron cien años atrás les permitieron hablar políticamente. La breve historia de sus vidas, nacidas alrededor del 2001, les enseñó a tomar la calle. El grito “Ni una menos” les enseñó que había una sociedad que cuestionar. En la vigilia del 13 al 14 de junio experimentaron la unidad, ser parte de un grupo, la “sororidad “y el protagonismo. Experimentaron ser parte de la historia.
(*) Autoras de “La historia argentina contada por mujeres”
buscamos castigar a los pibes sino proteger a las pibas”, dice Giuliana.
2015: año clave. Esta nueva generación conoció al feminismo en el 2015 cuando surgió #NiUnaMenos y los femicidios estaban en agenda pública. La primera marcha las impactó, aunque no asistieron. En la escuela no encontraron la contención necesaria, por eso se formaron a sí mismas con lecturas y debates entre amigas. Entienden que lo logrado por la generación de sus madres es una liana que reciben y ellas deben continuar, para entregarla más adelante a las que vengan después. “Algo que nosotras tenemos que perseguir es terminar con la naturalización que tienen las mujeres –sobre todo las generaciones de nuestras madres y abuelas– de las relaciones abusivas que les imponen los hombres”, dice Nina. Y agrega: “Con los escraches también pasa. Mis viejos me critican mucho eso: ‘Ay, no tienen que escracharlo porque le cagan la vida’. Está bien, pero si los adultos no nos dan herramientas para enfrentar eso, no nos toman las denuncias, algo hay que hacer, algún tipo de justicia tiene que haber, y es parte de la sororidad (solidaridad entre mujeres) alertarnos entre nosotras”.
Eleonor Faur –socióloga y doctora en Ciencias Sociales, especialista en género y juventud– señala que las chicas están muy movilizadas. “Están revisando y deconstruyendo realidades que han vivido siempre sin acompañamiento ni comprensión más profunda de lo que les pasa, porque los adultos y las escuela no necesariamente las escuchan y las guían en discernir qué es violencia, qué es abuso. A la vez hay una demanda dirigida a los chicos para que sean radicalmente diferentes de la noche a la mañana sin generar mecanismos para educar hacia una nueva masculinidad. A los varones los estamos criando de la misma manera que hace décadas. Las escuelas están ausentes en la provisión de educación sexual; los docentes no saben cómo abordarlo. Hay que generar un cambio cultural que incida en los adultos y su relación con los más chicos.”
¿Y qué pasa con los varones? “Me cuesta mucho confiar en un hombre heterosexual y no pensar ‘Hmm, este pibe puede haber abusado’. Sé que no son todos así, pero está esa posibilidad porque lo tienen muy incorporado dentro de su accionar”, dice Zoe, 15 años, y las demás asienten. “Como feminista que soy –y ojo, no una feminista radical, aunque me digan feminazi los que no entienden–, me tengo que hacer una autocrítica porque no sé por qué pienso esto. Si yo no creyera que los varones pueden cambiar, no tendría sentido esta lucha que llevamos adelante. Sí creo en ellos, ojalá se abrieran y hablaran más con nosotras para saber qué sentimos.”
Reconocen que hay algunos que se involucran en la discusión social que ellas llevan adelante, pero hay otros que creen que no los interpela. En el Nacional de Buenos Aires hay un grupo que se llama “Varones en Deconstrucción”, que también lo conforman algunas mujeres, “porque sin nosotras ¿qué van a deconstruir? El chabón que no comparte el flash queda atrás, afuera. Hay muchos así. Pero chicas, también”,
cuenta Giuliana. Los escraches que las chicas hacen desde sus cuentas de Instagram cuando viven una situación que definen como abusiva, señalan a chicos con nombre y apellido. Esta dinámica de difusión se acercó peligrosamente a la persecución, lo cual generó graves tensiones con los varones. Los padres y madres del Nacional de Buenos Aires tienen un grupo de Facebook donde debaten qué hacer ante las denuncias de abuso a sus hijos o compañeros de ellos. En un posteo del 15 de mayo, un padre relata la angustia que descubrió en su hijo y la contradicción que vivía su hija, que reconocía como victimario a ciertos compañeros, pero a la vez ellos mismos solían ser sus amigos. “Es imperioso que estos chicos que fueron señalados por otras chicas sean contenidos, protegidos y acompañados para revisar en profundidad qué es lo que pasó, sin invalidar el motor y el movimiento de las mujeres a hablar”, escribió.
La grieta entre chicas y chicos. Miriam Maidana, psicoanalista y docen- te de la UBA, señala que el papel de las adolescentes en la cuarta ola del feminismo es fundamental porque el debate lo originaron ellas mismas. “Sin embargo, en el ámbito psicológico no es tan ideal. El tema de los escraches a los novios o compañeros es delicado. Hay mucha efervescencia en relación con cosas que antes se naturalizaban y que ahora se definen como abusos. Tengo ciertas reservas porque esto genera un movimiento donde hay que tener en cuenta lo que se viene: parte del colegio se pone a favor y otra en contra, se rompen amistades”, explica Maidana. El papel de las redes es esencial. “Instagram es muy importante en esto porque es ahí donde cuentan lo que les pasa y enseguida sale un colectivo de chicas de su edad a hablar sobre el tema. Lo que nadie se da cuenta es que va a traer una contrarreacción: la masculinidad se ve amenazada. Hay que tener cuidado con eso”, advierte.
Para la profesional, es clave el sustento técnico de los adultos, capacitar a los docentes y a los jóvenes para que entiendan la diferencia entre acoso, abuso
“SI YO NO CREYERA QUE LOS VARONES PUEDEN CAMBIAR, NO TENDRIA SENTIDO ESTA LUCHA. CREO EN ELLOS: OJALA SE ABRIERAN Y HABLARAN MAS CON NOSOTRAS PARA SABER LO QUE SENTIMOS.” (ZOE)
y violación, términos que a veces se usan indistintamente.
Pensarse a sí mismo como alguien que abusó de otra persona es algo muy difícil para los jóvenes, y ellas lo reconocen. La discusión por el consentimiento en una relación sexual les llegó mucho después de que las chicas se organizaran. Para Bianca, cuando empiezan a replantearse estas cosas, “hay una renuncia de privilegios que para los hombres es algo muy fuerte. Se me ocurre un par de casos de pibes con mucho miedo a que se los demonice, a que les hiciéramos escraches. Viven con ese miedo a quedar excluidos, a vivir un vacío. Una autocrítica para nosotras: pensarlos a ellos como monstruos. Tenemos que entender que ellos son producto de una cultura machista, que es donde estamos todos”.
Falta verdadera educación sexual. En ninguna de las cuatro escuelas se cumple completamente la Ley de Educación Sexual Integral (ESI). Sólo se da una hora cátedra, o una charla por año donde, según cuentan las chicas, se enfocan en la prevención de embarazos no deseados y la anticoncepción. “Tenemos charlas, pero jamás sobre el placer, sobre la sexualidad, y ni hablar de tratar temas como la homosexualidad o una sexualidad más basada en lo afectivo. Son encuentros aislados, no transversales a nuestra cotidianidad”, dice Bianca sobre el colegio privado al que va. En el caso del Nacional de Buenos Aires, Giuliana y un grupo de chicas de Mujeres Empoderadas dieron cursos en primer año para hablar sobre abuso y consentimiento. “Les decíamos esas palabras y se asustaban; no sabían lo que era, nadie hablaba de eso. Ahora ellos están re metidos en el tema.”
La licenciada Maidana asegura que la frescura del movimiento estudiantil en el feminismo se da porque los hombres son parte, están ahí. Por ejemplo, algunos se ponen polleras si hay que reclamar un código de vestimenta, y deben ser parte de lo que se discute en los colegios. “Parece que el consentimiento nunca tuvo relevancia en la historia argentina: ¿por qué nunca fue un tema público? El debate es qué se puede y qué no se puede hacer en una relación, y esa discusión la tienen que dar los jóvenes: qué es lo que van a permitir y qué no.”
¿Y vos, qué sos? Las etiquetas cruzan de un lado al otro de la mesa. Bisexualidad, lesbianismo, pansexualidad. Pero ellas prefieren no definirse. “Me choca mucho tener que encasillarme”, dice Zoe, y señala la diferencia con otras generaciones. Su mamá, que es moderna y de mente abierta, mientras tomaban un café le preguntó si le gustaban las chicas: “Yo nunca me había puesto a pensar en eso, sólo sé que me pasan cosas con las personas”. Bianca agrega: “Me pasa lo mismo: no tengo la necesidad de definirme ante nadie”. Insisten: se diferencian de la generación de sus abuelas porque en su agenda no se trata de luchar por el amor libre, al estilo del feminismo de los ‘60 y los ’70. Esta nueva camada habla del sexo como de una demanda de placer natural. Nina, por ejemplo, dice que haber estado con una chica, donde los roles de género desaparecen porque hay igualdad, le hizo cambiar la forma de estar con un varón. ¿Y cómo se produce esa apertura a nuevas sexualidades? Giuliana: Una vez, hablando con mi papá y su novia, les decía: “Yo sé que a las personas nos gustan las personas, ¿pero por qué a mí nunca me atrajo nin- guna chica?” Era re inocente, estaba en primer año, pero lo tenía en la cabeza. ¿Por qué no me pasa? Y fue hasta que me saqué el tabú, porque por ahí lo tenés muy bien en la teoría, pero permitirte estar con una mujer, y permitírtelo a vos misma cuesta una banda. Y desde que estuve con la primera chica con la que salí, ahora no puedo estar más feliz y vivir mejor mi sexualidad, tanto cuando estoy con pibas como con pibes.
Mostrarse sin vergüenza. La sexualidad sin denominación se les presenta como algo natural, aunque reconocen que en los varones es un poco más difícil aún. Sin embargo, prima la idea de no inmiscuirse en la forma de vida del otro. Bianca lo dice a su modo: “El feminismo me ayudó a entender que no necesitaba de un hombre para sentir placer, y eso es muy liberador. No todos se consideran bisexuales (o con la etiqueta que sea), pero sí estamos de acuerdo en que cada cual haga lo que quiera”.
Para la socióloga Eleonor Faur, esta generación no necesita identificarse con vertientes sexuales como piensan los adultos. “Tienen otro tipo de relación con la sexualidad. En muchos casos no hay una necesidad de identificarse como homosexual o heterosexual, sino que hay mayor flexibilidad y una experiencia más ligada a un deseo del momento. Tienen mayor fluidez con sus aproximaciones sexuales. Es un gran cambio.”
A sus necesidades las expresan con claridad. Discuten entre ellas y leen sobre los temas que les interesa. Y el aborto las reunió en una lucha social que las tuvo como protagonistas impensadas. “Si bien hay un montón de temas súper importantes en el país, yo sólo pasaría la noche en el Congreso por la Ley del aborto, nada más”, dice Nina. ¿Nada más que por el aborto? Sí, es una ley que servirá para conquistar la soberanía de nuestros cuerpos.
Para el 8 de agosto, cuando llegue el tratamiento de la ley por el aborto al Senado, ya están organizando los acampes, repitiendo lo que hicieron en junio. Para Bianca, lo que pasó esa noche fuera del Congreso es un mojón en su vida: “Entendí que la lucha sirve, que las cosas no van a ser así para siempre, que tenemos la capacidad para transformarlo”.
“YO SOLO PASARIA LA NOCHE EN EL CONGRESO POR LA LEY DE ABORTO, NADA MAS: ES UNA LEY QUE SERVIRA PARA CONQUISTAR LA SOBERANIA DE NUESTROS CUERPOS.” (NINA)