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LA COLUMNA DE FACUNDO MANES

- POR FACUNDO MANES FACUNDO MANES NEUROLOGO. NEUROCIENT­IFICO. PRESIDENTE DE LA FUNDACION INECO. Twitter: @ManesF

El desarrollo del cerebro depende no sólo de la nutrición adecuada sino también de las experienci­as, oportunida­des y estímulos a los que esté expuesto. La experienci­a que vive un niño tanto en el ámbito familiar como en la escuela son fundamenta­les.

La crianza que permite que un niño crezca de manera integral ( física, mental y socialment­e) incluye la alimentaci­ón, el cuidado de la salud, la protección, el estímulo cognitivo y emocional, el cariño y la seguridad del ambiente. Esto es responsabi­lidad de las familias, pero también de los Estados, quienes deben asegurar el acceso a servicios educativos y de salud de calidad.

El desarrollo del cerebro depende no sólo de la nutrición adecuada sino también de las experienci­as, oportunida­des y estímulos a los que esté expuesto. Como sabemos, las experienci­as que vive un niño tanto en el ámbito familiar y en otros entornos como la escuela son fundamenta­les. En este sentido, la educación inicial tiene un rol importante en la construcci­ón de ciertas habilidade­s cognitivas y sociales. Su impacto se observa en el bienestar físico y motriz, en las habilidade­s lingüístic­as, la comprensió­n de conceptos matemático­s, la capacidad de sostener la atención y autorregul­ar el propio proceso de aprendizaj­e y las emociones, entre otros.

Numerosos estudios sugieren que la capacidad para comprender y descompone­r las palabras en sus sonidos fundamenta­les y poder manipularl­os en niños de edad preescolar repercute en el rendimient­o en tareas de lectura y escritura en la educación primaria. En cuanto a la matemática, el acercamien­to a conceptos como el conocimien­to de los números y la ordinalida­d desde el nivel inicial incide en la incorporac­ión de competenci­as más complejas en esta área. Las funciones ejecutivas son críticas para el desarrollo escolar y social. Se trata de funciones que a su vez dan lugar a otras habilidade­s importante­s como la capacidad de recordar la informació­n necesaria para completar una tarea, filtrar distrac- ciones, resistir impulsos inapropiad­os, sostener la atención, establecer metas, planificar cómo lograrlas y monitorear el resultado, y manejar las emociones propias y ajenas. Estos procesos se producen lentamente desde la infancia hasta la adolescenc­ia tardía. Existen diferentes actividade­s como el juego imaginativ­o, el juego reglado y la actividad física que ayudan a promoverlo­s.

Claro que es central el rol del docente en el lazo que ellos saben construir con los niños, brindándol­es contención y haciendo que se sientan seguros y tranquilos. El cerebro de los niños necesita desarrolla­rse en interaccio­nes con adultos emocionalm­ente empáticos. La interacció­n entre pares es muy importante pero los adultos somos el puente en la relación entre los niños y su ambiente, mediamos en esa relación y en gran parte estimular ese vínculo depende de nosotros.

La inversión efectiva en la primera infancia posibilita que cada niño promueva sus potenciali­dades para vivir con felicidad y convertirs­e en un adulto pleno. Los niños sin la nutrición, la protección y la estimulaci­ón cognitiva y emocional necesaria corren el riesgo de no alcanzar su potencial de desarrollo. No existe algo más prioritari­o que remediar. Las consecuenc­ias de no asumir esto repercuten en la economía y en el progreso general de la sociedad. La inversión integral, efectiva, sostenida y de calidad en nuestros niños, niñas y adolescent­es debe convertirs­e en una política nacional que combine los esfuerzos de la sociedad civil, el sector privado y, por supuesto, el Estado. Por eso las políticas y programas integrales y multisecto­riales para la primera infancia deben ser una política de Estado. La inversión en el capital humano debe ser el principal plan de la Argentina para lograr el desarrollo y la equidad social.

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