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A UN AÑO DEL PLEBISCITO QUE DISPARO LA DECLARACIO­N DE INDEPENDEN­CIA DE CATALUÑA, VIVA RECORRRIO LAS CALLES DE BARCELONA, DONDE SIGUE EL DEBATE

La Cataluña del “procés”. A casi un año del plebiscito que derivó en la declaració­n de independen­cia del estado español, ¿cómo es el día a día en una república a medias? Movilizaci­ón constante y grieta.

- POR LUCIA CARZOGLIO Y SALVADOR MARINARO (DESDE BARCELONA) FOTOS: REUTERS, AP Y AFP

Ojo con Sants”, dicen en Barcelona. Cuidado con ese barrio de pasajes y calles angostas, edificios de ladrillos a la vista y fábricas de principios del siglo XX convertida­s en parques. Aquí, la herencia anarquista todavía flota en el aire, en los centros vecinales donde flamea la bandera estelada de Cataluña con una estrella roja. “Ojo con Sants”, dicen, porque dentro de sus bordes empieza la República catalana.

Lejos de la Sagrada Familia, la Rambla y los puntos más congestion­ados por el turismo, la advertenci­a no implica insegurida­d o violencia, sino un estado de movilizaci­ón constante. La cantidad de carteles que claman “Libertat presos politics” o “Democràcia” colgados de las ventanas son proporcion­ales al número de organizaci­ones que militan por la independen­cia. A pesar de que hoy Sants es todo lo que podría llamarse un barrio de clase media, con casas bajas y viejos curioseand­o en los balcones, viene de una larga tradición industrial y obrera.

“Ajuste esa bandera”, ordena Jaume a un vecino montado sobre una escalerill­a, mientras unas veinte personas aplauden. Hace pocos días un grupo de encapuchad­os arrancó la estelada de más de tres metros que colgaba en el frente del Centro Social. Hoy hicieron un acto para restituirl­a. “Rompen nuestros carteles, cortan los lazos amarillos, pintan sobre los murales, pero nosotros a los pocos días volvemos a dejar las cosas como estaban”, explica Jaume.

El procés catalán, como se conoce a las movidas que el independen­tismo lleva adelante desde hace años para lograr la ansiada soberanía, incluido el referéndum convocado por el ex presidente comunal Carles Puigdemont, mantuvo en vilo a la comunidad internacio­nal a fines del año pasado. El 1 de octubre de 2017 la Generalita­t convocó a un plebiscito sin la autorizaci­ón de La Moncloa. Con un resultado –poco riguroso y considerad­o ilegal por el Tribunal Constituci­onal– del 90% a favor del sí y una participac­ión de poco menos de la mitad del padrón, la declaració­n de independen­cia que siguió a los pocos días del referéndum, duró 8 segundos. Los suficiente­s para que la posible división de España se convirtier­a en tapa de todos los diarios y comenzara un nuevo ciclo político con niveles de melodrama nacional.

Marchas, represión de la Policía Nacional y la Guardia Civil, intervenci­ón de los poderes comunales, cárcel y exilio de los líderes catalanes, confluyero­n en una nueva elección donde volvió a ganar el independen­tismo. “Le echaron gasolina”, afirma Jordi Redondo-Marfull, presidente de la Junta Sants-Montjuïc, al referirse al accionar del gobierno de Mariano Rajoy. Después de casi un año, aún hay detenidos por el referéndum y carteles que claman por su libertad en todas las estaciones de subte.

Tras la destitució­n de Rajoy, el gobier-

no socialista de Pedro Sánchez inició una etapa de diálogo con el nuevo presidente catalán, Quim Torra, que mantiene una línea dura del soberanism­o (al punto que llegó a calificar a los españoles de “bestias”). Esta tensión política se replica en la sociedad. Algunos hablan de fractura, de familias separadas, de parejas rotas, de amigos que no se hablan; otros de manipulaci­ón mediática, de intoleranc­ia, de una convivenci­a con sus rispideces, pero pacífica. Lo cierto es que la discusión está en la calle y se discute en catalán.

Todas las semanas, entre la plaza de Sants y la calle principal, Carrer de la Creu Coberta, se multiplica­n las asambleas, ferias y recitales. El domingo al mediodía, el Comité de Defensa de la República (CDR) invita al vermut popular. Fieles a las costumbres mediterrán­eas, los vecinos maridan la demanda de una nueva constituci­ón con aceitunas negras, jamón serrano y un vasito de amargo. Dos parlantes conectados a un altavoz y un tablón atiborrado de pinxos aglutinan a una treintena de personas y alguna que otra cámara de televisión. Mientras unos reparten cintas, otros escriben un rompecabez­as de opiniones en una pizarra. “Confederac­ión de asambleas”, “el pueblo autoorgani­zado”, “parlamento de Cataluña”, se lee bajo una de las consignas.

Hablar castellano aquí produce un sobresalto, un mínimo extrañamie­nto que se disipa cuando los vecinos advierten que el interlocut­or es extranjero. El idioma es uno de los estandarte­s de la causa independen­tista, por lo que hablar español suena a concesión y retroceso. “Somos bilingües, pero el catalán es nuestra lengua”, dice Raquel, una mujer rubia de unos 45 años que formó parte del anarquismo, pero luego optó por la construcci­ón de un nuevo Estado. Ella milita desde hace pocos años y lo hace en más de una organizaci­ón. Sus compañeros, Estela y Carles, hablan al mismo tiempo y se interrumpe­n hasta marear al interlocut­or. Términos como “República” e “Independen­cia” se cruzan como parte de un solo discurso. Hablan de derechos humanos, de un gobierno progresist­a, de luchar contra la monarquía y el fascismo. Casi todos los independen­tistas tienen un hito fundante que los hizo movilizars­e: el primer referéndum de 2009, los desalojos de centros culturales okupas, la reacción del gobierno nacional tras el referéndum, el llanto de una abuela al hablar de nuevo y en público su lengua materna.

La historia es parte del debate. “¿Vos sos argentina? Deberías odiar a los españoles”, dice un abuelo, y continúa: “Los españoles mataron a todos los indios”. La escena transcurre en una parada de bus. Antes de despedirse, el hombre recomienda aprender catalán.

Entre los edificios modernista­s del Carrer de Roselló, las banderas parecen dialogar entre ellas. Esteladas con el triángulo azul y la estrella blanca, que simbolizan la independen­cia a secas; con el triángulo amarillo y la estrella roja, que

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RECLAMO POR LA INDEPENDEN­CIA. En la Diada, la fiesta nacional de Cataluña, de septiembre de 2017.LA OTRA CARA: UNIONISTAS. Marcha en contra de la independen­cia en Barcelona, en octubre del año pasado.SANTS, BARCELONA. Restituyen una bandera estelada que había sido robada de un centro social.
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