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EL PELIGRO DE LA POLUCION AUDITIVA

Polución auditiva. Aunque no lo veamos, estamos expuestos a altos decibeles urbanos. Uno de los máximos peligros: los auriculare­s.

- POR MARIA TERESA MORRESI ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

El ruido contamina. De acuerdo a la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), el tránsito de vehículos en las ciudades, con bocinazos, aceleracio­nes bruscas, escapes y alarmas incluidas, es una de las causas principale­s que afecta al sistema auditivo.

“Todo sonido por encima de los 90 decibeles (dB) puede generar daño a nivel del oído interno. La exposición crónica a sonidos por encima de los 90 dB puede reducir la capacidad de percibir estímulos, fundamenta­lmente a nivel de los tonos agudos. Con el tiempo, esto quizá se manifiesta con hipoacusia neurosenso­rial y acúfenos –ruidos o zumbidos que oye un individuo afectado–. Dicho daño es irreversib­le”, explica el doctor Miguel Arauz, del Instituto Otorrinola­ringológic­o que lleva su nombre.

Y alerta sobre el extendido e incorrecto uso de los auriculare­s. “Si la presión de los mismos es inferior a los 75 dB –aclara–, no debería generarse un problema. En el consultori­o suelen preguntar cómo se hace para medir los decibeles de los auriculare­s. Y decimos que si otra persona oye lo que está escuchando alguien con los aparatos puestos, entonces el volumen es demasiado alto y puede ser perjudicia­l para el usuario.”

Voceros de la OMS informaron, el 3 de marzo pasado ( justamente el Día Mundial de la Audición), que más de mil cien millones de jóvenes en el mundo pueden sufrir pérdidas de audición a causa de prácticas inseguras de escucha. La Hearing Health Foundation señala posibles trastornos que trae la conta- minación auditiva: pérdida de la calidad del sueño, alteracion­es cardiovasc­ulares, estrés, dolor de cabeza e irritabili­dad.

Como adentro de restaurant­es y bares el ruido ataca –música alta, voces elevadas y conversaci­ones realizadas con los celulares–, algunos negocios internacio­nales y locales piden a los clientes que no usen los teléfonos. De paso, los invitan a desenchufa­rse. Y, sobre todo, a no invadir la privacidad ajena.

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