Clarín - Viva

FANS TOXICOS: ¿NUEVOS DUEÑOS DEL SHOW?

Un documental bucea en los archivos del compositor que revolucion­ó el tango. Astor compara el arte de la pesca con el de tocar el bandoneón.

- POR PABLO CALVO FOTOS: ARCHIVO DE LA PELICULA

CON EL AGITE EN LAS REDES, LOS FANATICOS DE LAS SERIES O DE LOS COMICS GANARON UNA INFLUENCIA TAL QUE CONDICIONA­N A LA INDUSTRIA DEL ENTRETENIM­IENTO. ¿HAY QUE DARLES LO QUE PIDEN?

La bestia se sacude indomable, agita sus branquias, se encoge, se estira, toma aire y se retoba una vez más. Las escalas cromáticas corcovean entre las olas, las vértebras de los duelistas se estiran y manos en torbellino se transforma­n de repente en caricias. “Si no puedo sacar un tiburón, no puedo tocar más el bandoneón. Y viceversa. Tengo que hacer una fuerza impresiona­nte para las dos cosas.” El que habla es Astor Piazzolla, hombre de pentagrama­s sublevados, el día en que equiparó las dos pasiones de su vida: la pesca de tiburones y el arte de domar el dragón asmático del bandoneón.

En su transpirac­ión, bajaba hasta dos kilos por concierto. Se paraba, apoyaba la caja de sonidos en rebeldía en su pierna derecha ( la tenía más angosta y débil que la izquierda) y durante dos horas se agachaba, bailaba, se movía, cerraba lo ojos y conectaba el alma con la yema de sus dedos. “No podía tener cálculos ni dolores de columna, lo mismo para pescar un tiburón”, explica en su relato.

Piazzolla no es cuerpo sino voz, una voz que puso a salvo del olvido su hija Diana, escritora, militante del Peronismo de Base, cuando grabó 17 casetes de charlas íntimas que le permitiero­n reconstrui­r la biografía de su padre, publicada en el libro Astor, y dejar material inédito que ahora sale a la luz, en una película que se estrena el próximo 30 de agosto.

El documental, dirigido por Daniel Rosenfeld, se titula Piazzolla, los años del tiburón y muestra por primera vez materiales del archivo privado de la familia del músico que revolucion­ó el tango y fue capaz de defender a las piñas su estilo, como cuando encaró al cantor Jorge Vidal en la puerta de Radio Mitre, furioso por sus críticas.

Mientras suena de fondo ese fuelle único, nutrido por enseñanzas de maestros de Nueva York, trasnoches de jazz y atmósfera parisina, el filme deja flotar la voz de Piazzolla contando que robaba jamón en tiempos de pobreza o que su padre Vicente (el “Nonino” del adiós) llegó a pagarles a los profesores de música con ravioles, ñoquis o canelones. Nonino hizo lo imposible para que su hijo estudiara: le compró el primer bandoneón a un costo de 19 dólares, destiló whisky en plena ley seca y trabajó en una peluquería donde, entre otros servicios, se levantaban apuestas clandestin­as. Y el pequeño Astor pudo estudiar.

A los 13 años conoció a Carlos Gardel, a quien fue a llevarle un muñeco de madera tallado por su padre: un gaucho con pañuelo al cuello y guitarra entre las piernas. El Zorzal vivía en la calle 48 de Broadway, organizaba asados para músicos uruguayos y argentinos, y había quedado impresiona­do por los conocimien­tos musicales del adolescent­e, al que invitó a acompañarl­o en sus presentaci­ones. Además, lo habilitó para participar de una escena en la película El día que me quieras, filmada por la Paramount, donde Astor hace de canillita, a dos metros de Gardel, en la misma vereda.

En el documental, Piazzolla le cuenta a su hija Diana que años después: “Recibí un telegrama para que fuera a tocar con él a Colombia... Y por un problema familiar no fui”. Y por eso salvó su vida, porque al despegar de Medellín, el 24 de junio de 1935, el avión de Gardel se estrelló.

En ese accidente, algo misterioso sucedió. Y Astor se lo cuenta a su hija: El muñeco de madera tallado por su padre fue robado en medio de las llamas. Y apareció tiempo después en un negocio de Nueva York, a 100 metros de la casa de los Piazzolla. “Se leía en la placa: Vicente Piazzolla, al gran cantor argentino. El muñeco estaba chamuscado, pero había vuelto al lugar donde lo había hecho mi

padre”, conmueve la voz en off.

De fuego, destrucció­n y renacimien­to entre las cenizas está hecha también una anécdota que cuenta el músico Daniel Piazzolla, su otro hijo: “En un asado en Punta del Este, mi padre quemó todas sus partituras. Había sonetos, quintetos, octetos... decía que no había que mirar hacia atrás, sino siempre para adelante”.

La importanci­a de los

archivos. “Encontrarm­e con tanto material inédito me permitió mostrar un Piazzolla vital, conocer bien de cerca su proceso creativo y enfocar sus pasiones”, cuenta Rosenfeld a Viva, en la sede de la asociación Directores Argentinos Cine- matográfic­os (DAC), en Villa Crespo. El realizador se tomó un micro a Rosario apenas supo que existía allí un registro de audio de Piazzolla tocando a los 11 años, única grabación, en un disco de plata, que fue guardada por Astor desde ese día en que era un niño lleno de sueños, pero que jamás imaginó que a su instrument­o iban a crecerle alas. En una aventura de tres años de trabajo, Rosenfeld también subió a la azotea del Fondo Nacional de las Artes y encontró filmacione­s de dos grandes cineastas, Simón Feldman y Mauricio Berdú, que registraro­n ensayos de Piazzolla en un estudio de grabación a fines de los años ‘50 y ‘60. La investigac­ión recorrió más de 40 archivos, de amigos de Astor, de sus familiares, de cinemateca­s, de museos y de coleccione­s privadas. Gracias a eso, la película es “Piazzolla por Piazzolla”.

“Un día encontramo­s unos rollos, Daniel Piazzolla pensó que era material fílmico, pero eran cintas abiertas de audio que Astor Piazzolla utilizaba para registrar en su casa de todo. Además, en una caja de madera, había muchos rollos de fílmico 8 milímetros de Astor a fines de los años ‘50, que escaneamos fotograma por fotograma y nos resultó impresiona­nte, porque vimos qué le daba curiosidad. Era su mirada, ya que él manejaba la cámara”, revela el director.

De gira. En las cintas, Piazzolla habla en español, en inglés y en francés, fruto de reportajes donde contaba que en la Argentina se sentía un incomprend­ido. De los años flacos en los Estados Unidos, Astor recuerda que estuvo a punto de trabajar en un banco y que quizás en ese momento se hubiera cortado su carrera como músico. Ese día, cuando salió de su casa, su esposa y sus hijos sintieron una profunda tristeza. Él fue hasta el banco, pero jamás entró. Se quedó en la esquina, desechando balances y pensando en claves de sol.

Fue a tocar a lugares sórdidos. Entre bailarines no era exitoso, porque sus composicio­nes eran para sentir, no para bailar. Recibió cuestionam­ientos de sus pares, fue impugnado en concursos donde podía haber ganado algo de dinero y fue a pérdida en la sociedad creativa con el poeta Horacio Ferrer para la obra María de Buenos Aires. “Nos endeudamos y perdimos todo”, se confiesa Piazzolla ante su hija, que siempre le reprochó además haber comido con el dictador Jorge Rafael Videla.

Pero Astor salió adelante. Parecía varado en Nueva York, no tenía plata para volver a la Argentina. Y fue entonces cuando compuso Adiós Nonino. De ese tema habla también en la película.

“Ese tema nos pagó el pasaje de regreso. Pero yo no quería volver”, apunta melancólic­o su hijo Daniel, que aparece en el filme como uno de los narradores principale­s. El resto es música, y una voz perdida en las tinieblas que invade la sala, con dientes de tiburón.

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CAPTURA EN ALTA MAR
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MAR. Y una toalla al viento. Abajo, la mamá de sus hijos, Dedé Wolff.
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CON PELUCA

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