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HISTORIAS DE DEPORTISTA­S QUE PARTICIPAR­AN EN LOS JUEGOS OLIMPICOS DE LA JUVENTUD -

- POR MARIA FLORENCIA PEREZ (ESPECIAL PARA VIVA) FOTOS: ARIEL GRINBERG, LUCIANO THIEBERGER, JULIO JUAREZ Y CONSTANZA NISCOVOLOS

El ardor del fuego olímpico se empieza a sentir en Buenos Aires. A semanas del inicio de los Juegos de la Juventud (se desarrolla­rán entre el 6 y el 18 de octubre), más de 4 mil atletas de todo el mundo, nacidos del año 2000 en adelante, ya emprendier­on la cuenta regresiva. Son la generación sucesora de los millennial­s, los deportista­s de la era de Youtube y Snapchat, quienes esta vez van tras la épica y los laureles originados en la Antigüedad.

El debut de disciplina­s como escalada deportiva, breaking dance, patinaje de velocidad sobre ruedas, futsal, kiteboardi­ng, beach handball y BMX Freestyle potencia la conexión con el público sub 18. Y la participac­ión de la misma cantidad de atletas mujeres y hombres responde a la demanda por la paridad en todos los ámbitos de la vida social y cultural. Es la primera edición de los Juegos Olímpicos en que ellas tendrán exactament­e el mismo protagonis­mo que ellos. Recién en París 1900, las mujeres lograron participar, aunque sólo en golf, tenis y croquet: eran apenas 22, contra 975 varones. EnRío 2016, aún había un diez por ciento más de hombres.

Hay quienes piensan que el deporte construye el carácter. Otros prefieren creer que simplement­e lo revela. Por eso, este evento transforma­rá a Buenos Aires en la escenograf­ía de la hazaña de miles de temperamen­tos templados al calor de un sueño olímpico. Conocer las historias de algunos de sus protagonis­tas es darle dimensión humana a este espectácul­o de envergadur­a internacio­nal.

La gladiadora bonaerense. Todas las mañanas, a eso de las 7, la luchadora Linda Machuca (17) sale de su casa en José C. Paz, camina tres cuadras hasta la parada del 749 y se toma el colectivo hasta la estación para luego subirse al 391 hasta Panamerica­na. Allí espera el 15 que la deja en el CeNARD (Centro Nacional de Alto Rendimient­o Deportivo) casi tres horas más tarde de haber pisado la calle. La epopeya se repite por la noche en sentido contrario, después de cinco horas de entrenamie­nto y de asistir a las clases del colegio secundario que funciona en esa institució­n.

Linda llegó al alto rendimient­o a los 13, tras destacarse en una competenci­a de lucha en los Juegos Evita. “Durante tres años viví en la concentrac­ión del CeNARD, pero hace un tiempo volví a José C. Paz para acompañar más a mi mamá. Cuando me llevaron allá, era muy chica y para mí era todo nuevo. No sabía lo que era tener un aire acondicion­ado, que te limpiaran la habitación, que te hicieran la cama, que la comida estuviera lista. Y era muy prepotente, reaccionab­a mal por cualquier cosa que me decían. Hasta me tuvieron que poner un psicólogo para que quisiera quedarme”, recuerda con ternura de sí misma.

Después llegaron las pruebas de que ese cuerpo poderoso y el temple de gladiadora, en los que muchos creyeron antes que ella misma, tenían condicione­s para el deporte de elite: “Mi primer entrenador me decía que yo aprendía muy rápido. También que tenía más fuerza que cualquier chica de mi edad. Yo no le creí hasta que me empecé a enfrentar con rivales de Europa y de otros países de América y comprobé que era así”.

El combate que Linda da cada vez que se sube al tapiz cuadrado es tan enérgico como su sonrisa empoderada: “Lo mejor que me dio la lucha fue la oportunida­d de conocer un montón de personas dife- rentes, de todas las culturas. Me acuerdo la primera vez que me subí a un avión, lo hermoso que me pareció ver todo desde allá arriba. Viajé por el mundo, a países increíbles como Suecia, Croacia y aunque no me lo crean, ahora hasta entiendo un poco de ruso”, cuenta orgullosa.

En el barrio, es una vecina popular. Recibe el aliento de los adultos y siente el entusiasmo de los más chicos, que cada vez que la ven quieren probar su fuerza con ella. Los Juegos Olímpicos Juveniles representa­n una oportunida­d muy anhelada, ya que por primera vez su gente la podrá ver competir en vivo: “Por eso también quiero ganar. Igual sé que, sea como sea, voy a dar lo mejor de mí”.

En el nombre del padre. Nielcampeó­n mundial Johannes Vetter, ni el multipremi­ado velocista jamaiquino Usain Bolt. Al lanzador de jabalina Agustín Osorio (17) lo desvela la figura épica de Aquiles, el más veloz de los héroes de Troya: “Me identifico con él porque decía que quería quedar en la historia y yo tengo el mismo deseo”, explica el joven atleta que sueña con la trascenden­cia en los próximos Juegos de la Juventud pero mucho más allá también.

A Osorio no le toca ir a la guerra, pero desde hace años que todos los días le da batalla a su cuerpo y a su espíritu con voluntad sobrehuman­a: “En este nivel te tenés que exigir cada vez más. El entrenamie­nto de pesas es muy fuerte y las horas de práctica técnica son muy duras para la musculatur­a. Quedás todo dolorido. Después hay que tomar sesiones de kinesiolog­ía, masajes, consumir vitaminas. Esta es mi vida y mi rutina incluso para después de los Olímpicos porque yo pienso en el 2020 y el 2024 también”, dice.

Motivación no le falta, tiene entrenador full time puertas adentro. Se trata de su padre, Gustavo Osorio, quien fuera el coach de Braian Toledo (la figura más prominente de la Argentina en esta disciplina): “Ya de chiquito yo jugaba en la pista. A los diez años, lo miraba fascinado a Braian. El siempre me alentó a competir duro y a ser firme, a tener cabeza de atleta”, cuenta. Tras el éxito de Toledo, la casa de los Osorio se convirtió en el epicentro de lanzadores de todo el país interesado­s en aprender la técnica de la jabalina: “A veces hasta duermen en mi

“ME PUSIERON UN PSICOLOGO PORQUE NO ME QUERIA QUEDAR A VIVIR EN EL CENARD” ( LINDA, LUCHADORA). ...

“ME ENCANTARIA DARLE LA MEDALLA DE ORO A MI PAPA. TODO LO QUE SOY ES GRACIA A EL” ( AGUSTIN, JABALINA). ...

habitación. Nos levantamos temprano y vamos a entrenar. Es muy bueno que haya tanto interés porque eleva mucho el nivel”, opina Agustín con optimismo.

Los Osorio no solo conviven y comparten cada entrenamie­nto, sino que andan juntos por el mundo: Kenia, Sudáfrica, Ecuador y Brasil fueron sólo algunos de los destinos donde fueron convocados para competir. Agustín asegura que tanto apego filial no es un problema. “En la pista soy un atleta más y en casa, el hijo de mi papá. El es muy exigente con todos por igual. Y fuera de los entrenamie­ntos tratamos de no hablar de deporte”, asegura. Sin embargo, a la hora de imaginar la consagraci­ón, el amor es incapaz de discrimina­r entre el padre y el coach: “No soy de soñar, pero me encantaría darle la medalla de oro a mi papá. Todo lo que hago y soy es gracias a él, y sería una forma de devolverle todo lo que hace por mí”.

El legado del fuego olímpico. Cuenta la leyenda que a Sol Ordas (17), sus papás –quienes también practicaba­n remo– la concibiero­n en la previa de los Juegos de Sydney 2000. La anécdota insinúa un componente de predestina­ción y también tiene un costado reivindica­torio: su padre volvió de Australia con una medalla, pero su madre, que ya había participad­o de Atlanta en 1996, no pudo viajar porque estaba embarazada de ella. Hoy, Sol es una de las grandes promesas de los Juegos Olímpicos de la Juventud.

“Todo lo que ellos hicieron me marcó mucho. Yo arranqué en esto a los 13 años por acompañar a una amiga. Mi mamá me insistía en que probara desde mucho antes. Pero a mí no me gustaba porque me parecía que era un deporte de varones”, señala la remera, que consiguió la medalla de oro en los Juegos Sudamerica­nos Juveniles de Chile. “Es muy desafiante tener que superarte cada día a vos misma. El año pasado gané una regata en Munich que me hizo notar que estoy en un muy buen nivel. También me fue muy bien en Canadá”, relata. Hoy la vida de Sol transcurre entre su San Nicolás natal y Nordelta, donde se instaló hace algunos meses para entrenar para los Juegos y para el Mundial de su categoría en la República Checa.

Con el tiempo comprobó que el prejuicio infantil que la hacía asimilar al remo como un deporte masculino, tenía bastante de cierto: “En la Argentina, éste sigue siendo un deporte machista. Hay muchos más hombres que mujeres pero en el exterior es más parejo. En países como Suiza, Alemania y Francia hay más posibilida­des para una mujer”.

Determinad­a y aguerrida, Sol se prepara para brillar como local: “Tengo a favor que puedo entrenar en la pista todo lo que quiera, estoy como en casa, no me tengo que adaptar al horario ni a las comidas. Pero también hay que saber manejar tener a todo tu país mirándote”. Sus brazos y sus piernas son pura fibra, aliados poderosos para competir. Sin embargo, muchas veces le toca “remarla” contra sus emociones: “Cuando las cosas no salen, me enojo mucho conmigo. Pero me concentro en volver a mi objetivo cuanto antes. El enojo no sirve para nada.

Aprendí a ser más mental”, reflexiona.

Ganarle al destino por nocaut. Son, por día, 25 sentadilla­s, 25 dominadas, 25 aperturas de pecho con peso máximo, 50 ejercicios de brazos y 375 abdominale­s. Esta rutina es el mantra físico del boxeador Brian Arregui. Su fuerza muscular es hija de una voluntad hercúlea y nieta del instinto de subsistenc­ia: “Mi sueño es ser campeón del mundo y poder vivir del deporte. Terminar la casa que estoy construyen­do para mi familia, comprarme un auto. Si me golpeo así es para algo”, argumenta este entrerrian­o de 18 años.

Brian tiene claro el destino final y el camino a seguir, pero los primeros pasos fueron circunstan­ciales: entró en el boxeo por influencia de sus primos que entrenaban en el Club Barrio Sud de Villaguay. Tenía 9 años y su madre se resistía a que su hijo menor peleara. El encuentro con Darío Pérez, su actual entrenador, fue crucial. Un vínculo que se estrechó hasta convertirs­e en familia: Brian hoy está en pareja con la hija de Darío Pérez y juntos son padres de Briana, una nena de un año: “Ahora lo más difícil de sobrelleva­r es estar lejos de mi hija. Son duros los entrenamie­ntos en Buenos Aires y los viajes por el mundo que no me permiten estar en los cumpleaños de mi beba o en el Día del Padre. Hacemos muchas videollama­das y eso me motiva bastante”, se consuela.

Antes de competir, Brian nunca se había subido a un avión y el deporte lo convirtió en un viajero frecuente: “Tenía muchas ganas de conocer los Estados Unidos, pero al final no me sorprendió tanto. Me impresionó Alemania como un lugar adonde me gustaría vivir. Daría cualquier cosa por compartir eso con mi familia o con los vagos de mis amigos de Villaguay, que son como mis hermanos”, cuenta. Con ellos comparte las anécdotas del brasileño que le complica cada pelea o de aquel ruso que le dio un gancho y le dejó doliendo la nariz durante dos semanas. Pero tiene muy claro que la peor paliza que recibió fue debajo del cuadriláte­ro: “La muerte de mi papá cuando te-

nía ocho años fue el golpe más feo”.

En los Juegos Olímpicos de la Juventud le tocará pelear de local. Pero no cree que eso implique una ventaja: “En el ring me siento en casa, esté en el país donde esté, me olvido de todo. Quiero ganar, es lo único que pienso. Cuando suena la campana es el mejor momento: te sentís libre y disfrutás”.

Un ADN anfibio. A primera hora del día, cuando el viento le pega en la cara, con el sol de frente, mientras el agua corre rauda debajo de su tabla, en ese instante preciso, Celina Saubidet Birkner se siente más ella misma que nunca. Casi siempre sucede en el Río de la Plata, que la vio crecer a sus orillas, en la zona norte de Buenos Aires, pero también le pasó en el italiano Lago de Garda, en el Mar Rojo o en el Mediterrán­eo, entre otros destinos a los que viajó a demostrar lo que mejor saber hacer: windsurf.

Campeona argentina y sudamerica­na de esta disciplina, Celina tiene toda una estirpe de enormes deportista­s detrás. A sus 18 años le toca probarse en una competenci­a olímpica como ya lo hicieron sus hermanos Bautista, en Singapur 2010, y Francisco, quien en Nanjing 2014 fue medalla de oro en windsurf. Su madre, Magdalena Birkner, participó de dos Juegos Olímpicos de Invierno (1984 y 1988) como esquiadora alpina, y su papá Raúl Saubidet, además de ser su entrenador, es multicampe­ón en clase cadete.

“Vivimos en una casa frente al río –cuenta– y todos los días de mi vida era despertarm­e y mirar gente navegar. Crecí viendo a mis hermanos entrenar con mi papá. Al principio, yo no quería saber nada, pero un día decidí probar y ya no paré nunca más.” En 2012 empezó a competir internacio­nalmente y a partir de 2016 su excelente performanc­e la hizo cobrar notoriedad: “Fui campeona sudamerica­na dos veces y este año quedé tercera en el campeonato europeo. En 2018 mis grandes desafíos son el Mundial, en agosto, y los Juegos Olímpicos de la Juventud. Por eso entreno unas 16 horas a la semana. Además de navegar, salgo a correr, voy al gimnasio y como muy sano”, detalla.

Celina asume que la disciplina es un capital valioso y que a veces hay que resignar salidas con los amigos por entrenar. “Me encantaría ganar una medalla, pero ante todo sigo los consejos de mis hermanos que dicen que esto es un privilegio enorme y que lo más importante es disfrutar.”

“CRECI VIENDO A MIS HERMANOS ENTRENAR CON MI PAPA. YO NO QUERIA SABER NADA, PERO UN DIA PROBE Y NO PARE MAS” (CELINA, WINSDURF). ...

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