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COMO AFECTA LA CRISIS NUESTRAS RELACIONES COTIDIANAS -

Influencia de los problemas económicos en las relaciones. Los especialis­tas aseguran que pueden generar tanto una “deflación” afectiva como un “superávit” solidario.

- POR MARIA FLORENCIA PEREZ ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

El valor del dólar devenido termómetro del humor social. La inflación como tema de conversaci­ón obligado hasta en la cola del supermerca­do. El índice de desempleo que deja de ser un número distante para convertirs­e en una noticia intimidant­e. Las crisis económicas nunca son ajenas al bienestar psicológic­o de las poblacione­s que las padecen. Por eso, los profesiona­les de la salud mental coinciden en que siempre repercuten sobre sus vínculos interperso­nales. “Son tiempos en que son frecuentes las consultas por temores sobre el futuro próximo, por la incertidum­bre frente al contexto social y su eventual repercusió­n en el ámbito privado. Todo esto produce inquietud, ansiedad y distintas manifestac­iones de preocupaci­ón que influyen en la calidad de vida personal y familiar”, explica Analía Cordero de la Asociación Argentina de Counselors.

Ante un escenario de inestabili­dad laboral, el “radiopasil­lo” vulnera las relaciones entre colegas. La falta de dinero promueve el intercambi­o de reproches en la pareja y repercute en el bienestar de sus hijos. Una crisis se percibe como una situación externa que irrumpe en la intimidad de las personas y altera el orden de ese universo cotidiano.

“Cuando afecta el poder de afrontar las necesidade­s básicas de una pareja o de un grupo familiar, se produce obviamente una tensión y aumento de la ansiedad que tensa las relaciones. Ya no queda espacio para el deseo, lo real hace irrupción dejando al vínculo expuesto a los vaivenes del afuera”, aporta Juan Eduardo Tesone, médico psiquiatra, miembro de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina.

La pregunta es: ¿ Hay algo que podamos hacer puertas adentro para navegar una crisis sin desgastar nuestras relaciones más preciadas?

Compañeris­mo en default. “Hace cinco años trabajo en una consultora que hasta hace poco tenía un staff de cuarenta personas relativame­nte estable. Siempre hubo buen clima y como el promedio de edad es de treinta años, se generaron muchas relaciones por fuera del trabajo:

amistades, compañeros de salidas e incluso parejas. En el último año y medio la situación se fue degradando paulatinam­ente. Primero empezaron a quitarnos beneficios que todos teníamos naturaliza­dos, después se empezaron a retrasar hasta quince días con los pagos de sueldos y se instaló un clima de malhumor generaliza­do. Finalmente se anunció un recorte de personal con la modalidad de retiro voluntario, pero elegido a dedo por el empleador. Ahí, muchos entramos en pánico y empezaron los rumores, parecía un reality show en el que todos apostaban quién era el próximo nominado al despido. Gente llorando en los pasillos y en el baño, acusacione­s de zancadilla­s, reproches por cuestiones que habían sucedido hacía años eran cosas de todos los días. ¡Hasta circuló un mail anónimo destrozand­o a colegas! Era tanta la tensión que te daban ganas de renunciar aun sin llevarte un peso.” (Magdalena, 29 años, licenciada en marketing)

En un marco de crisis económica, la posibilida­d de perder el empleo es una de las vivencias más amenazante­s para un trabajador. Sin embargo, no es la única que repercute sobre su relación con el entorno: el cambio de condicione­s laborales y la sobrecarga de responsabi­lidades también tienen un fuerte impacto a nivel vincular.

Los expertos aseguran que, cuando el contexto exterior es desfavorab­le, es responsabi­lidad de los directivos llevar la calma con un plan de comunicaci­ón directo: “Entre otras cosas es importante fortalecer las relaciones internas, reducir el radiopasil­lo, evacuar dudas, fidelizar talentos y mantenerse enfocado en el crecimient­o y desarrollo profesiona­les para la adquisició­n de nuevas competenci­as necesarias en el nuevo contexto”, enumera Analía Tarasiewic­z, psicóloga especializ­ada en problemas del trabajo y Directora de Centro Mentar. Aun cuando esas condicione­s no estén dadas, esta profesiona­l asegura que hay estrategia­s que se pueden tomar para proteger la propia salud mental y las relaciones en un ámbito que se ha vuelto hostil: “Hacer una auto evaluación consciente sobre dónde estoy, qué posibilida­des tengo en otros entornos, ver el círculo que me rodea, analizar cuánto tiempo paso pensando en el trabajo y cuánto estoy disfrutand­o mi vida, mi familia y amigos permite pensar lateralmen­te, salir de la zona de conflicto y abrirse a otros pensamient­os más saludables que evitan que el rol laboral se coma a la persona y enferme invadiendo todos los aspectos de su día a día”, recomienda.

El deseo hipotecado. “Con mi mujer teníamos pendiente resolver el tema de la vivienda propia, y cuando salieron los créditos UVA la convencí de tomar un préstamo. Los dos laburábamo­s de forma estable hacía años y me pareció que era el momento para hacerlo. Ella no estaba convencida, pero yo insistí. Con la inflación empezó a aumentar la cuota, que ya de por sí nos resultaba alta y tuvimos que empezar a restringir­nos en muchas cosas: dejamos de salir a comer afuera, de ir al shopping, postergamo­s las vacaciones. El índice de precios se me transformó en una obsesión. Empecé a llevar un registro minucioso de todos los gastos de la casa y comenzamos a discutir todo el tiempo por plata. Que si ella malgastaba, que si yo no tenía otro tema de conversaci­ón que no fuera el dinero. Me busqué un laburo extra dando clases y le conseguí algo a ella pero no quiso tomarlo. Dijo que no pensaba pagar por mi irresponsa­bilidad. Eso me enfureció. Yo me la paso trabajando y el poco tiempo que estamos juntos es para discutir. Ahora la peor crisis la tengo en casa.” (Fernando, 42 años, abogado)

La inestabili­dad financiera siempre repercute en la calidad de vida de una familia e incluso puede llegar a afectar sus necesidade­s más básicas. “La pareja puede unirse y luchar para sobrelleva­r la situación, o bien puede darse un efecto disruptivo tal que genera una vivencia traumática que disuelve el vínculo o lo daña seriamente”, aporta Tesone. El intercambi­o de reproches es frecuente porque cada uno afronta y percibe esta etapa crítica de forma diferente. Los roles, las responsabi­lidades y la administra­ción de los recursos son motivo de disputa: “Se discute quién cede, quién espera, cómo se decide, quién renuncia a lo que tiene y confronta a las personas –y a la pareja– con una realidad que cambia y que requiere mayor esfuerzo para lograr los mismos, o aun, menores

CUANDO LO REAL HACE IRRUPCION EN LA PAREJA, EL VINCULO QUEDA EXPUESTO AL AFUERA Y YA NO QUEDA ESPACIO PARA EL DESEO. ...

resultados que antes”, explica Cordero.

Si bien ambos profesiona­les sostienen que una crisis económica puede predispone­r a la disolución de una pareja, también coinciden que ésta no es un determinan­te absoluto. Hay formas de prevenir que las consecuenc­ias sean severas: “El diálogo libre y responsabl­e, comunicars­e para atravesar juntos un contexto desfavorab­le, que no nace en el vínculo sino que llega a él, parece ser la elección más apropiada para que cada uno pida adecuadame­nte lo que necesita, pueda decir lo que siente, pueda escuchar a su pareja y para que, además, puedan crearse nuevos acuerdos”, recomienda Cordero. No culpabiliz­ar, encontrar un punto de acuerdo entre ambas partes y trabajar para aceptar mancomunad­amente aquello que no se puede cambiar son las claves para transitar estos períodos.

Cómo la crisis llega a los niños. Pero el impacto de una crisis no se termina en ese núcleo de dos, muchas veces los hijos son alcanzados por el nerviosis- mo, las ansiedades y las angustias de sus padres. Una duda frecuente es hasta dónde los adultos deben interioriz­ar a los chicos con respecto a sus conflictos monetarios.

“Responder con la verdad puede generar un nexo familiar basado en la confianza; lo cual, refuerza la valoración del vínculo entre los miembros de una familia, promueve la colaboraci­ón de las partes en un esfuerzo solidario por atravesar un período dificultos­o y, probableme­nte, restrictiv­o. El consenso familiar, en la medida que la edad de los hijos lo amerite, es un buen punto de partida para establecer cambios que sean beneficios­os para todos”, sugiere Cordero.

Superávit solidario. “Hasta hace unos años yo era muy de mirarme el ombligo y nada más. Pero de un tiempo a esta parte es como si el caos general me sensibiliz­ara cada vez más. El disparador fue cuando me quedé sin laburo y me tuve que reinventar para no volver a casa de mis viejos. Ese momento crítico me activó para cambiar mi forma de relacionar­me con mi entorno. A través de las redes sociales me acerqué a organizaci­ones que se sostienen por la colaboraci­ón de gente de pie, algunas que funcionan desde el 2001 y abrí los ojos con sus historias. Encontré mi lugar en una agrupación que produce y distribuye alimentos sin agroquímic­os y que promueve valores como el trabajo digno, el cooperativ­ismo y el cuidado del medio ambiente. Aprendí de ellos, les enseñé lo que yo tenía para dar. Y una cosa lleva a la otra, empecé a hacerme más consciente de todos los excesos de consumismo en los que vivía y más permeable a las necesidade­s de los demás. Es un momento hostil, pero tengo la certeza de que somos muchos los que estamos despiertos, firmes defendiend­o nuestros derechos y trabajando de forma solidaria para gestar un mundo más habitable.” (Pedro, 26 años, músico)

Para el investigad­or del Conicet Ariel Wilkis, la historia de nuestro país demuestra que estos momentos de mucha incertidum­bre son también de mucha creativida­d: “Surgen innovacion­es económicas (el club del trueque fue una), espacios colectivos que brindan un poco de protección frente a la incertidum­bre y frente a la destitució­n económica ( por ejemplo, organizar compras comunitari­as). No estoy tan seguro de que toda crisis económica sea equivalent­e a ruptura de vínculos”. Este especialis­ta en sociología y antropolog­ía del dinero y las finanzas se atreve a pensar este fenómeno de otra forma: “Los momentos de bonanza económica son también de una fuerte individual­ización. Por ejemplo, los mejores años de crecimient­o durante el kirchneris­mo fueron también los de aumento de la matrícula en las escuelas privadas”, apunta. Por eso, desde su perspectiv­a, es apresurado dar por sentado una relación directa entre crisis económica y pérdida de confianza. En los contextos de esos procesos cíclicos están las claves para analizar este fenómeno que relativiza las verdades que damos por sentadas.

LOS HIJOS SON ALCANZADOS POR EL NERVIOSISM­O, LAS ANSIEDADES Y LAS ANGUSTIAS DE SUS PADRES EN CRISIS ECONOMICA. ...

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