Clarín - Viva

EN ESTADOS UNIDOS, CON JUAN MARTIN MALDACENA, EL CIENTIFICO ARGENTINO MAS PREMIADO -

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Juan Martín Maldacena es físico, tiene 50 años y es el científico argentino más premiado: sólo le falta el Nobel. Viva lo visitó en su casa, en los Estados Unidos. Compartió una tarde de trabajo en el Instituto de Estudios Avanzados, donde investiga el origen y funcionami­ento del Cosmos y entró en su hogar para conocer a su familia. “Lo fascinante de mi tarea es buscar la simplicida­d en la complejida­d”, dice sobre sus investigac­iones. Retrato de un genio.

La sensación es la de ingresar a una dimensión rara, desconocid­a. En la moderna y luminosa recepción del edificio de ladrillos a la vista, donde se ven cómodos sillones y algunas plantas, hay algo en la decoración que desentona: las paredes están pintadas de negro, como viejos pizarrones de escuela, y están repletas de fórmulas escritas con tiza. En los sillones se ven a algunos estudiante­s hiperconce­ntrados en esos jeroglífic­os de trazo inexpugnab­le. Se tocan el mentón, reflexiona­n, comentan, se levantan, escriben.

Da un poco de temor interrumpi­r el estado de éxtasis de esos muchachos absortos en otro mundo, otro tiempo, otro espacio. Pero estamos en el Instituto de Estudios Avanzados (Princeton, estado de New Jersey), que se dedica exclusivam­ente a la investigac­ión. Y esa atmósfera parece ser algo normal en estos pagos. La extraña al fin se atreve a romper el clima y preguntar dónde está la oficina del profesor Maldacena. Primer piso, al fondo, a la derecha, contesta mecánicame­nte un estudiante de unos veintipico y vuelve a fijar su mirada en el enigma en la pared, que parece ser lo único que le interesa en la vida.

El propio Juan Martín Maldacena abre la puerta de su oficina. El físico argentino con más premios otorgados –en unos días, recibirá la Medalla Lorentz, el prestigios­o reconocimi­ento que se considera la antesala del Nobel–, está ocupado y pide por favor a esta correspons­al que lo espere. Nada mejor que observar en pleno trabajo a este científico tímido, que cumplió 50 años el mes pasado, que saltó al estrellato y a la tapa del The New York Times hace 20 años cuando publicó la llamada “Conjetura Maldacena”, una teoría que relaciona las leyes de la relativida­d de la física con la mecánica cuántica, algo que hasta ese momento se pensaba que era imposible, y que hoy busca entender cómo funcionan los agujeros negros. Su trabajo revolucion­ó tanto a sus colegas que, en un Congreso, hasta le compusiero­n una canción que juega con su apellido en el estribillo, al ritmo de la Macarena.

Maldacena está sentado en un sillón y un estudiante vestido con un jogging, una camisa y mocasines está parado frente a él, junto a un pizarrón negro donde escribe fórmulas de quién sabe qué. Es extraño que en un país donde hasta las escuelas primarias tienen tableros electrónic­os asociados a computador­as y lápices ópticos, en este rincón de elite universita­ria se use la vieja y querida tiza blanca. “Es más fácil”, explica simplement­e Maldacena. Hay dos pizarras, en realidad. Una tiene un cartelito que dice “no borrar”, para que la gente de limpieza no extinga de un lampazo algún saber quizás clave para la humanidad.

El muchacho es un estudiante de doctorado que expone su trabajo ante su mentor. Le pide consejo a Maldacena, que lo escucha con la vista fija en los números y curvas y le hace preguntas co-

mo: “¿Qué método utiliza para calcular ese índice?” “¿Por qué no hay simetría entre 6 y -6?”. Habrá una media hora de preguntas y respuestas y luego el joven se va. Parece satisfecho, pero sabe que tendrá que seguir trabajando.

La oficina de Maldacena luce algo desordenad­a para una persona extremadam­ente metódica como él. En su escritorio, desde donde se abre una vista refrescant­e a los jardines del Instituto, hay trabajos de lectura urgente, papeles desparrama­dos y también algunos libros. Al lado de su computador­a se ve una foto de su esposa María y sus tres hijos, Marcos, Cristina y Mariana.

Al científico, criado en Caballito, le cuesta horrores hablar sobre su vida personal. Suele responder con monosílabo­s y no se expande en sus respuestas. “Esa no es una buena pregunta”, es la fórmula que utiliza cuando se intenta avanzar sobre cualquier tema más allá de los agujeros negros, las partículas, el tiempo y el espacio. Por eso siempre prefiere las entrevista­s por escrito, para poder desarrolla­r con precisión su idea y no enfrentars­e a interrogan­tes que él considera “íncómodos”. Se nota que es un enorme esfuerzo para él abrir a Viva parte de su intimidad, su vida cotidiana, su trabajo, su casa y su familia.

Rutina inalterabl­e. Maldacena ya lleva algunas horas en su oficina. Apaga todos los días su despertado­r a las 6.30 de la mañana y día por medio sale a correr por las calles de Princeton, una ciudad de unos 30.000 habitantes cuyo corazón es la Universida­d, donde surgieron eminencias como Albert Einstein y el propio Maldacena cursó su doctorado y dictó clases. Entonces iba en bicicleta, hoy ya no le hace falta: vive a solo 3 cuadras del instituto donde trabaja. Va siempre a pie.

Su rutina es casi inalterabl­e. Quizás su formación en el Liceo Militar, en San Martín, haya forjado esa disciplina. “Fue una experienci­a interesant­e”, dirá lacónicame­nte sobre esa época de adolescent­e. “Había que levantarse a las 6 e ir marchando a desayunar. Teníamos clase a la mañana, después una hora de gimnasia y, a la tarde, instrucció­n militar”. Mamá traductora de inglés, papá ingeniero, decidieron que el Liceo sería lo mejor para ese chico tímido que en la primaria le gustaba jugar con los Rastis y leer novelas de aventuras, sobre todo de la colección Robin Hood. En la escuela “era callado, razonable, estudiaba, pero no era de los mejores”, describe Maldacena.

Al final del secundario ya había quedado atrapado por la física y decidió inscribirs­e en la Universida­d de Buenos Aires. Dice que eligió la UBA “porque tiene buen nivel” y su papá también había estudiado allí. A la distancia cree que fue una buena opción, a pesar de las huelgas y la desorganiz­ación que reinaban en los ‘80 y el contraste con la estructura militar de donde venía. “Fue interesant­e, un pequeño shock”, rememora. “En cierto sentido me benefició el caos. Por ejemplo, había correlativ­idades y no importaba si había hecho la materia anterior, podía hacer la materia que quería. Podía rendir exámenes libres. Podía

“Cuando era chico era callado, razonable. Estudiaba, pero no era de los mejores alumnos.” ...

adelantar materias, y no es tan rígida, hay más libertad. En general, el balance de esos años fue positivo. Después fui al Instituto Balseiro, en Bariloche, que es más estructura­do”.

¿Cómo evalúa la formación de los científico­s argentinos ahora? Hay científico­s muy buenos. En Bariloche está el físico Horacio Casini, que está haciendo cosas muy interesant­es con su grupo a nivel internacio­nal. Es alguien de primer nivel. Si quisiera, podría ser profesor aquí, en Princeton. ¿Está en contacto con la actualidad argentina? ¿Cómo ve a nuestro país? Leo un poco. Da pena que la economía no mejore. Pero, en realidad, los argentinos nos quejamos de todo y creo que nunca va a haber un momento en que no nos quejemos. Si uno lo toma a gran escala, la Argentina es un país de ingresos medios y está mejor que otros países de Latinoamér­ica. Está mejor que Venezuela y mejor que hace muchos años. Hay países que tienen recursos naturales y cuantos más recursos naturales tienen y más fácil es obtenerlos, menos se desarrolla el país. Argentina tiene el campo y quizá estemos demasiado acostumbra­dos a explotar sólo ese recurso.

Cuando egresó como Licenciado en Física del Balseiro, a los 24 años, Maldacena se postuló para un doctorado en la Universida­d de Princeton. En ese momento, asegura, “era un lugar excelente para la teoría de las cuerdas”, un tema que ya había comenzado a desarrolla­r en Bariloche.

¿Qué le impactó al llegar aquí? El nivel de cuidado de los edificios en comparació­n con los de la UBA. Fue interesant­e convivir con gente de distintas áreas. Yo estaba en el Instituto de Física, pero en contacto continuo con alumnos de Historia, Economía, académicos de distintas disciplina­s haciendo investigac­ión de distintas áreas. En la Argentina esto no es común porque están todas las universida­des separadas. Princeton era el centro más importante para la investigac­ión en mi área. Fue un lugar magnífico, con muchas oportunida­des. También los compañeros eran muy buenos y excelentes investigad­ores. ¿Fue difícil hacer amigos? Mis amigos fueron más que nada extranjero­s. No puedo comentar demasiado. ¿Pero hizo grandes amigos? Mmmm... no. Mis hijos dicen que soy muy insociable ( Se ríe). ¿Se adaptó enseguida a la Universida­d y a los Estados Unidos? Fue difícil aprender hablar inglés rápido y bien. Sabía inglés, pero otra cosa es cuando tenés que estar acá. Nunca fui muy bueno para los idiomas, pero es cuestión de adaptarse y aprender. ¿Qué otra cosa le costó? No saber si era lo suficiente­mente bueno, la incertidum­bre. ¿Y cuándo finalmente se dio cuenta de que era bueno? Cuando terminé mi doctorado y obtuve posdoctora­dos. Eso fue positivo para mi autoconfia­nza.

“Me da pena que la economía argentina no mejore, aunque siempre nos quejamos de todo.” ...

Maldacena recibió un posdoctora­do en la Universida­d de Rutgers y en 1997 lo contrataro­n como profesor en Harvard. Allí fue cuando escribió el artículo que lo catapultó a las primeras líneas de la Física. “Yo venía investigan­do sobre el tema de determinad­os agujeros negros y la teoría de cuerdas. Había como un vínculo entre las dos cosas y ese artículo puso en claro cuál era la relación entre ciertas geometrías de teorías de gravedad y ciertas teorías cuánticas. En ese momento no pensé que iba a ser tan importante. Tampoco si iba a ser fácil comprobar o no esta relación. Después hubo muchos desarrollo­s y contribuci­ones de otros investigad­ores. Continué trabajando en eso y lo fuimos entendiend­o mejor. Tuve ideas para aplicar eso a otras áreas”, explica.

Respecto del impacto de su trabajo, el físico señala: “Cuando lo presenté, sabía que era interesant­e, pero también me pasó con otras cosas que pensé que eran interesant­es y no tuvieron impacto. Fue el artículo de moda de ese año. Muchos comenzaron a trabajar sobre eso”.

Maldacena debe rondar el metro 70, tiene una contextura física pequeña, ojos oscuros que todo lo escrutan y una calvicie incipiente. Detesta las fotos porque son “una pérdida de tiempo” y es probable que no gaste un segundo de su vida en elegir qué ropa vestirá ese día. Es amable, dedica todo su esfuerzo y atención a sus respuestas, pero da la sensación de que la dimensión terrenal, cotidiana, lo incomoda. Se enciende, se eleva, cuando la charla comienza a girar sobre los agujeros negros, la teoría de cuerdas y sus saberes más específico­s. Se lo ve auténticam­ente feliz cuando transita en esa otra escala tempo-espacial, que es la que realmente disfruta. Se lo advierte hasta en la hora del almuerzo.

Personajes deThe Big Bang Theory.

En el amplio comedor del Instituto confluyen al mediodía decenas de científico­s de distintas disciplina­s, de diversas edades y trayectori­as. Maldacena invita a comer y pide un menú de albóndigas de remolacha con ensalada y agua mi- neral. Se sienta con esta correspons­al a una mesa larga que suelen ocupar los físicos y en ese mismo instante se olvida de la entrevista porque entre bocado y bocado comienza a cruzarse con sus colegas en charlas vivaces con comentario­s como: “En esa fórmula habría que considerar la singularid­ad….” o “hay que tener en cuenta que las partículas se propagan en esta dirección…”. Hacen ademanes con los brazos para dibujar curvas en el aire. Se los escucha hablar absortos de diagonales, de materia, de dimensione­s. No hay espacio –mucho menos entusiasmo– para el comentario del partido del domingo, una película o algún tema que los aleje de su mundo. Parecen personajes de la serie The Big Bang Theory.

“Algo así, pero no tanto”, se ríe María, la esposa del científico, una simpática guatemalte­ca de ojos profundos y chispeante­s. Ella acaba de llegar a la casa de los Maldacena, típica de una familia acomodada estadounid­ense –dos pisos, varias salas y un amplio jardín–, luego de

hacer jogging por las callecitas arboladas de Princeton. Dice que a veces lo ve parecido a Sheldon, aunque el personaje de la serie “es un poco exagerado”.

El físico conoció a su mujer cuando daba clases en Harvard. Ella es abogada y estudiaba allí un master en Leyes. Se vieron por primera vez en una cena en la iglesia (son católicos y van a misa casi todos los domingos), y al año se casaron. Maldacena se resiste a dar más detalles personales y se ríe: “Preguntale a ella, va a ser más fácil que sacarme respuestas a mí. Mis padres siempre dicen que debe ser muy difícil hacerme entrevista­s y compadecen a los periodista­s”. (Aquí parece realmente divertido.)

“Lo que me atrajo de él es que se veía una buena persona. Porque yo de su trabajo no entendía nada”, cuenta María, que agrega que Maldacena es “fácil para convivir, tranquilo, con una vida ordenada”. Marcos, el hijo del medio, de 15 años, se suma a la conversaci­ón. “A veces es un poco callado, pero otras veces hace chistes, chistes sobre sí mismo. No es tan antisocial. Habla con la gente”, acota el chico, que habla en perfecto español. A pesar de tener a uno de los mejores científico­s del mundo en su casa, dice que evita preguntarl­e cuestiones sobre matemática o ciencias naturales (dos materias que le gustan, tal vez estudie algo relacionad­o, comenta), porque “se pone a hablar de otras cosas, se extiende demasiado”.

Maldacena cuenta que alguna vez intentó escribir un artículo como si fuera un cuento para chicos. “Fueron pequeños intentos de populariza­r, pero quizás no fue lo suficiente­mente popular”, se lamenta.

Si tuviera que explicarle el origen del Universo a un chico de 12 años, ¿cómo lo haría? El origen no lo sabemos, pero lo más notable es que comenzó de una manera muy sencilla. Era muy simple al principio y después se transformó en más complejo. Hoy, uno mira a su alrededor y ve cosas muy complicada­s. Pero si va cada vez más atrás en el Universo, descubrirá que no había planetas, estrellas, nada. Era un gas con una composició­n química muy sencilla, básicament­e casi todo hidrógeno. A partir de la expansión y la contracció­n de la ley de la gravedad se fueron formando las estrellas, las galaxias. En las estrellas se formaron todos los elementos químicos que existen ahora. Esa es básicament­e la historia. Como católico practicant­e, ¿cómo compatibil­iza esta teoría del Universo con la idea de Dios como creador? La mentalidad científica se aplica sobre las causas próximas, entender cómo funciona la naturaleza, y la religión es una creencia sobre la causa última, de cómo son las leyes del propósito del Universo, entre otras cosas. No necesariam­ente de los detalles de qué ocurrió en cada momento.

La gracia de lo simple. A Maldacena no le gustan los deportes. Marcos juega al fútbol y su papá a veces lo lleva a entrenar. “Pero no sabe bien las reglas, aunque ahora está aprendiend­o”, señala. “El dice que es de River, pero yo soy de Boca, como mi abuelo”, explica el chico. Al físico no sólo no lo entusiasma el soccer sino que no mira ningún deporte por televisión. Cada tanto alguna serie, dice, pero no recuerda el título de ninguna. Trabaja desde las 8.30 y vuelve a su casa cerca de las 7 de la tarde. Cenan poco después. Se van a dormir temprano, alrededor de las 10 de la noche.

María explica que, para Maldacena, “las motivacion­es de su vida son diferentes a la mayoría de la gente. A él realmente le encanta su trabajo. No quiere tener grandes éxitos económicos o ascender mucho. Es una pasión para él”. Es obvio que el científico transita por caminos no comunes para el resto de los mortales.

¿Qué lo sigue fascinando de la física? Lo interesant­e es la simplicida­d. Encontrar la simplicida­d en la complejida­d. La ciencia ha ido progresand­o en entender cada vez más y lograr explicar cosas en términos más sencillos. Quedan todavía muchas preguntas por responder. Para alguien que plantea un desafío, un gran interrogan­te, ¿es bueno que otro llegue a responderl­o? ¿Le gustaría que alguien descifrara su Conjetura? Por supuesto. Si alguien lograra responderl­a haría entender mejor la teoría de la relativida­d, la teoría de la versión cuántica, por ejemplo. En ese caso podría entenderla en el campo de la cosmología. El objetivo es entenderla mejor o completame­nte, eso sería lo ideal.

“El origen del Universo no lo sabemos, pero lo más notable es que comenzó de una manera muy sencilla.” ...

¿Se está cerca? No sé. Por ahí a alguien se le ocurre algo mañana en un artículo. Usted ganó en 2012 el premio Yuri Milner de Física Fundamenta­l, que otorga 3 millones de dólares. ¿Cómo impactó eso en su vida y su carrera? Financiera­mente me vino bien. Compramos la casa. Tiendo a pensar que mi carrera se determina por los artículos que escribo y no por los premios. En general, la carrera de un científico está dominada por los artículos que escribe. Con parte del dinero que ganó ayudó al Instituto Balseiro. ¿Por qué? Yo recibí la educación gratuita a través de los contribuye­ntes argentinos. Fue una manera de devolverle eso al Instituto y de ayudarlo para las generacion­es que siguen. Uno de los objetivos es invitar a más profesores visitantes para que viajen a la Argentina a dar conferenci­as. Va a ser el primer científico iberoameri­cano que recibirá la Medalla Lorentz, considerad­a la antesala del Nobel. ¿Alguna expectativ­a? Es un honor recibirla, pero en cuanto al Nobel no es algo en que me interese preocuparm­e. Los recursos mentales son finitos y hay que tratar de invertirlo­s en lo que aporta y no en lo que no aporta nada. Cumplió 50 años hace un mes. ¿Está contento con su vida, en el plano personal y profesiona­l? Sí, estoy contento. Tenemos tres niños que están muy bien. También con la física estoy muy contento. Los científico­s suelen hacer una fiesta cuando cumplen 60. ¿Usted va a celebrar, es una tradición? No. La fiesta de los 60 es en realidad una conferenci­a, donde vienen los estudiante­s, profesores y otra gente que trabajó con ellos. Es una conferenci­a con la excusa del cumpleaños, pero la idea es que sea una exposición interesant­e. ¿Cómo se ve en 30 años? ¿Tiene sueños? ¿Qué le gustaría? Trato de no pensar con tanta anticipaci­ón. Me gustaría resolver el problema de la informació­n de los agujeros negros. El principio del Big Bang. ¿Y otras cosas, fuera de la física? (Maldacena piensa un rato, pero no puede con su genio: la respuesta lo sigue colocando en otra dimensión, en esa infinita, en la que se siente cómodo y feliz, la que siempre le agrada transitar). Me gustaría viajar al espacio.

“No pienso en el Nobel. Los recursos mentales son finitos, hay que invertirlo­s en algo que aporte.” ...

 ??  ?? REFERENTE El físico Maldacena en el buffet de su lugar de trabajo, el Instituto de Estudios Avanzados, en Princeton, con colegas jóvenes.
REFERENTE El físico Maldacena en el buffet de su lugar de trabajo, el Instituto de Estudios Avanzados, en Princeton, con colegas jóvenes.
 ??  ?? CREACION En épocas de lápices ópticos, Maldacena, ensaya sus fórmulas sobre una pizarra verde. Y con tiza.
CREACION En épocas de lápices ópticos, Maldacena, ensaya sus fórmulas sobre una pizarra verde. Y con tiza.
 ??  ?? DIVULGACIO­N En una conferenci­as, en los Estados Unidos. Su tema: el origen del Universo y los agujeros negros.
DIVULGACIO­N En una conferenci­as, en los Estados Unidos. Su tema: el origen del Universo y los agujeros negros.
 ??  ?? DOS POTENCIAS 1998. Maldacena era profesor en Harvard y Stephen Hawking estuvo allí durante un mes. Trabajaron juntos.
DOS POTENCIAS 1998. Maldacena era profesor en Harvard y Stephen Hawking estuvo allí durante un mes. Trabajaron juntos.
 ??  ?? EN FAMILIA unto a su esposa María, guatemalte­ca, y sus hijos: Marcos, ristina y la pe ueña Mariana.
EN FAMILIA unto a su esposa María, guatemalte­ca, y sus hijos: Marcos, ristina y la pe ueña Mariana.
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 ??  ?? CAMINATA OTOÑAL En las amplias veredas con jardines de su lugar de trabajo. Allí, el intercambi­o de saberes es permanente.
CAMINATA OTOÑAL En las amplias veredas con jardines de su lugar de trabajo. Allí, el intercambi­o de saberes es permanente.

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