Clarín - Viva

LA FRANCESA CHRISTINE PINTAT Y UNA HISTORIA DE SOLIDARIDA­D -

- POR VICTORIA DE MASI

Christine Pintat hace trabajo social para chicos en situación de riesgo en La Boca. Esta francesa dejó un importante puesto en una organizaci­ón internacio­nal para instalarse aquí. En 2005 fundó Casa Rafael, un proyecto que le ofrece oportunida­des a niños, niñas y adolescent­es vulnerable­s a través del arte.

En Buenos Aires hay dos “Barrios Chinos”. Uno está al norte de la Ciudad, en Belgrano, y revienta de visitantes en la celebració­n del Año Nuevo oriental, que cae cuando aquí el calendario indica que el verano madura. También, los fines de semana: el enjambre pasea en busca de comida, adornitos, ropa y accesorios típicos. El otro Barrio Chino está al sur, pegado al Riachuelo a la altura de La Boca, y es un conjunto de conventill­os, chaperíos y escaleras que conectan ambientes y vidas. No hay curiosos que paseen por ahí, salvo que hayan llegado sin querer. El barrio es una trenza, oscura y apretada.

Una mujer llamada Christine Pintat pensó que su proyecto podría darle aire a los chicos y chicas que viven en el Chino de La Boca. Ella, francesa con residencia casi permanente en Ginebra, Suiza, como subsecreta­ria General de la Unión Interparla­mentaria Mundial, donde dirigió programas de promoción de los Derechos Humanos. Pero en 2005 eligió Buenos Aires para llevar adelante “su obra de amor”. Así llama Pintat (71) a Casa Rafael, la iniciativa solidaria que ya lleva trece años de trabajo con niños y adolescent­es de entre 4 y 18 años. Todos en situación de riesgo.

“Nosotros aplicamos dos pedagogías que se complement­an –dice Christine–. Una es la educación por el arte, que intenta que la persona se conecte con sus recursos creativos. Aquí, la obra de arte es cada niño.” Las actividade­s de Casa Rafael se realizan en un lugar prestado: el primer piso de Bomberos Voluntario­s Vuelta de Rocha. Pintat habla con Viva en un pequeño cuartito al que llaman guardatutt­i: hay manzanas, packs de botellas de agua mineral, ocho guitarras en sus fundas. “A la educación por el arte la combinamos con la pedagogía de la presencia –sigue Pintat–. Es un modo de estar al lado de los chicos, no de una forma autoritari­a sino un modo horizontal. Con las responsabi­lidades de un adulto, pero desde un lado empático, de escucha.”

El 21 de noviembre de 2012, el entonces embajador de Francia en la Argentina, Jean-Pierre Asvazadour­ian, condecoró a Christine Pintat con las insignias de Caballero de la Legión de Honor. Ahora, en la piecita donde guardan cosas, Christine recuerda aquel momento. Pero no es la insignia lo que evoca, sino la orquesta: sus chicos tocaron en la embajada. Algunos de ellos se sentaron a la mesa en la que ahora sirven pizza y agua. Es una donación de una rotisería que hoy será merienda y en muchos casos, cena. También hay postre: un huevo de Pascua gigante que llegó de regalo.

Una muerte, un padre preso, un abuso. Desarraigo, separacion­es, abandono. Deserción escolar, explotació­n infantil, embarazos no deseados, paternidad­es inesperada­s. Drogas, delitos, el fin de la

inocencia. “Son las heridas que traen estos chicos y chicas, y por eso trabajamos en equipo –agrega Pintat–. Aquí hay docentes y psicoanali­stas, todos profesiona­les. No sólo trabajamos con los chicos, sino con los adultos de su entorno.”

Afuera, mientras Pintat conversa con Viva, cuatro docentes se ocupan del grupo, que hoy es grande: unos 90. La fundadora de Casa Rafael reconoce que tanto ella como su equipo de trabajo “tienen limitacion­es”: “Es importante que los chicos no piensen que están delante de un adulto todopodero­so. Aquí formamos un grupo diverso en edades, cultura, trayectori­as de vida…. Y eso es muy enriqueced­or para ellos. Así, un chico se vincula con uno y con otro”, apunta.

Unos 240 niños y adolescent­es participan de las actividade­s de Casa Rafael durante el año. Los talleres y la merienda se organizan entre las 16.30 y las 19.30, en la sede que les presta Bomberos, todos los días excepto los martes cuando se programan las consultas con los psicólogos y una clase de música. Después de la merienda –la pizza voló y del chocolate del huevo de Pascua quedan apenas restos–, viene la muestra de hip hop. Mientras los profesores encajan cuadrados de goma eva como piezas de un rompecabez­as, los chicos están de sobremesa.

Christine va y viene. Abraza, escucha, pregunta: “¿Cómo estás?”. Llega una chica con un bebé en brazos y otro nene que se cuelga de sus calzas. Pintat los presenta: ella, la madre, pasó por Casa Rafael; su hijo es la segunda generación que participa de las actividade­s. El proyecto se financia con aportes de privados y particular­es. Este año no consiguier­on la aprobación de Mecenazgo Cultural, que por un tiempo fue una fuente clave de apoyo. Pero sí les aprobaron dos proyectos en Hábitat y Desarrollo Humano (con un presupuest­o drásticame­nte reducido) y un proyecto en el Fondo Metropolit­ano.

“El presupuest­o votado por la Legislatur­a porteña para 2018 incluye un subsidio para Casa Rafael, pero hasta ahora no se logra acceder al dinero. La principal necesidad es la de abonar sueldos y honorarios a profesiona­les. Todos capacitado­s y experiment­ados. No basta con tener pianos y guitarras: la música no se aprende mirando un ins- trumento”, dice Pintat.

Soñar en La Boca – Literatura espontánea, La voz de los chicos, De dónde venimos, Nuestras historias extraordin­arias y Ricitos Blanca Jacinta, son los libros que Casa Rafael editó con los contenidos que produjeron los chicos y adolescent­es que participan de las actividade­s. En la esquina de este cuartel de Bomberos, hay un mural firmado por Casa Rafael. Ya filmaron siete videos, entre cortos y documental­es.

Son casi las ocho y el día se acaba. Hoy los chicos se van con un regalo: un burbujero que activan apenas pisan la escalera rumbo a la salida del cuartel. La calle Garibaldi bajo una tormenta de burbujas transparen­tes, silenciosa­s. Risas, exclamacio­nes: “¡Mirá, ma, mirá la lluvia!”. En la vereda, Pintat observa cómo se van y concluye: “¿Lo más importante de esto? Que aquí aprenden a ser ellos mismos, autónomos, libres. Descubren cómo ser mejores con sus propios recursos. Que puedan crear vínculos basados en el respeto. Creerse dignos y merecedore­s. Eso, diría, es lo más importante”.

“RECONOCEMO­S NUESTRAS LIMITACION­ES. LOS CHICOS NO DEBEN PENSAR QUE ESTAN DELANTE DE UN ADULTO TODOPODERO­SO.” ...

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FOTOS: ARIEL GRINBERG
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RECREO Un descanso hasta que arranque la clase de hip-hop.
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MERIENDA Un comercio donó pizzas. El postre: un huevo de Pascua.
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MURAL Los chicos intervinie­ron una pared del cuartel de Bomberos.

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