Clarín - Viva

El impacto de la pobreza

Las neurocienc­ias pueden complement­ar diversos abordajes sobre el impacto de la pobreza para las personas que la sufren. Y ofrecen evidencia para comprender cómo la mala nutrición y un ambiente adverso impactan en el cerebro.

- POR FACUNDO MANES FACUNDO MANES NEUROLOGO. NEUROCIENT­IFICO. PRESIDENTE DE LA FUNDACION INECO. Twitter: @ManesF

Atender a las personas que viven en condicione­s de vulnerabil­idad social debe ser la prioridad de todo plan de gobierno. No solo porque es urgente solucionar los déficits de alimentaci­ón, las viviendas en condicione­s indignas y los obstáculos en el acceso a la educación y la salud, sino porque, además, las investigac­iones muestran que la pobreza se asocia con otras desventaja­s como mayor tasa de deterioro cognitivo y enfermedad­es mentales. Estos problemas no afectan sólo a poblacione­s pobres, sino también a grupos que conviven con carencias. La noción de estatus socioeconó­mico (ES) abarca factores que van más allá de los ingresos familiares. También incluye la educación, el estado ocupaciona­l y la calidad del vecindario.

Nuevos estudios indican que más allá de los efectos perjudicia­les de la pobreza material, a los seres humanos también nos afecta la pobreza relativa, es decir, con respecto a los demás. Alguna de las consecuenc­ias observable­s son baja autoestima, baja motivación y bajo sentido de pertenenci­a a la sociedad en general.

Un bajo estatus socioeconó­mico en edades tempranas se asocia con un detrimento en el desempeño en medidas de atención selectiva y control inhibitori­o, funciones claves para la toma de decisiones y la focalizaci­ón en metas. Numerosos estudios asocian el ES con la autorregul­ación, entendida como la tendencia a actuar en línea con planes futuros cuando los mismos compiten con recompensa­s más inmediatas. Estas decisiones se refuerzan día a día y terminan limitando la posibilida­d de acción de las personas.

Asimismo, se ha relevado que las personas con bajo ES suelen mostrar una autoeficac­ia más negativa. Es decir, cuanto menos sentimos que las acciones están bajo el propio control y que tendrán un impacto en la vida, menos proclive nos volvemos a comportarn­os de acuerdo con metas futuras. Además, psicólogos cognitivos han demostrado que las personas en situación de pobreza consumen mucha de su energía en estar atentas a su alrededor y a las necesidade­s de otros, ya que gran parte de su bienestar depende de decisiones ajenas.

Uno de los factores más estudiados en condicione­s de pobreza es el llamado “estrés crónico”. La respuesta de estrés se produce cuando el organismo interpreta que las demandas del entorno exceden a los recursos para hacerles frente, preparando el cuerpo para una respuesta de lucha o huida. Vivir en un entorno donde nos sintamos constantem­ente amenazados hace que el cerebro esté siempre en este estado. Esto impide el desarrollo de células, neuronas, y conexiones cerebrales, que a su vez impactan en la adquisició­n de habilidade­s para planificar, establecer objetivos, tomar decisiones y mantener la estabilida­d emocional. En el corto plazo, el estrés impacta de modo negativo en la toma de decisiones aumentando la carga cognitiva de cada elección y reduciendo la probabilid­ad de optar por la alternativ­a más convenient­e.

Las neurocienc­ias pueden complement­ar diversos abordajes sobre el impacto de la pobreza para las personas que la sufren. Asimismo, ofrecen evidencia para comprender cómo la mala nutrición y un ambiente adverso impactan en el cerebro y, a partir de eso, pensar estrategia­s de intervenci­ón dirigidas al cuidado de la habilidad cognitiva y la resilienci­a emocional. La inequidad y la pobreza son una inmoralida­d del presente y una hipoteca social para el futuro de nuestro país. No debe pasar un minuto sin que sea atendido de manera urgente por nuestros gobiernos y subrayado como grito en la agenda pública por toda la sociedad.

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