Clarín - Viva

PADRE E HIJO, UNIDOS POR EL LEGADO DE SALVAR VIDAS

- POR MARIANO VIDAL (ESPECIAL PARA VIVA)

REINALDO CHACON Y SU HIJO MATIAS SON DOS DE LOS ONCOLOGOS MAS EMINENTES DEL PAIS. “HOY HAY MAS CASOS DE CANCER, PERO TAMBIEN ES MAYOR LA POSIBILIDA­D DE CURA”, DICEN.

Dos generacion­es contra el cáncer. Reinaldo Chacón tiene 77 años, y su hijo, Matías, 49. Son dos de los oncólogos más eminentes del país. Una historia de vocación y entrega.

Matías Chacón refunfuña si escucha hablar de seguir las huellas de su padre. O de comparacio­nes. Es hijo de Reinaldo, uno de los oncólogos más importante­s del país y se dedica a la misma profesión. Sin embargo, busca un camino propio, aun cuando el punto de llegada también sea el mismo: dejar la vara más alta en el tratamient­o contra el cáncer, una enfermedad que cada año afecta en la Argentina a 115.162 personas, según datos oficiales.

Reinaldo, de 77 años, y su hijo Matías, de 49, se destacan en una rama de la medicina cuyo nacimiento y crecimient­o es contemporá­neo a sus dos generacion­es. Reinaldo fue el primer presidente de la Sociedad Argentina de Quimiotera­pia Antineoplá­sica en 1967, entidad que evolucionó en la actual Asociación Argentina de Oncología Clínica y que hoy preside Matías. También son jefe y subjefe del Departamen­to de Oncología Clínica de Instituto Alexander Flemming, donde realizan actividad académica y de investigac­ión científica. Dicen que no tienen idea del número de casos que han atendido, pero cuentan con orgullo que recuerdan la historia de cada paciente que trataron .

Cuando Reinaldo Chacón comenzó

en la medicina, el cáncer era todavía un misterio del que poco se sabía y menos se hablaba. Se diagnostic­aban lesiones premaligna­s, malignas y se practicaba el hermetismo. Comenzaba el reinado de “una larga y penosa enfermedad”, esa muletilla que disfrazaba el miedo a un algo que se entendía terminal, pero que no se quería asumir como tal. Ese panorama fue, en parte, el que empujó a un joven Reinaldo a dedicarle la vida a su profesión. “Era una de las ramas de la medicina más difíciles de encarar porque se curaba a poca gente”, explica. Era una época en la que estaba todo por descubrirs­e.

¿Cuánto cambió la oncología desde sus comienzos hasta hoy? Reinaldo: Cambió enormement­e. Cuando arrancamos no existía la tomografía, sólo la bomba de cobalto; y no había prácticas que hoy son normales. También era distinto en lo sociológic­o: nadie lo padecía. Es decir, había casos pero nadie hablaba. En 1950, una de cada cuatro personas tenía cáncer. Hoy se duplicó: ya son dos de cada cuatro.

Como contrapart­ida, antes se curaba apenas uno de cada cuatro pacientes y ahora dos de cada cuatro. Aunque así como aumentó la incidencia, aumentaron las chances de curarse. ¿Crece la incidencia o mejoran los diagnóstic­os? Reinaldo: Crecen la incidencia y la detección temprana. Actualment­e hay más casos porque en los ‘50 no teníamos los efectos del hábito de fumar, que arrancó después de la Segunda Guerra Mundial. Esos fumadores empiezan a aparecer en las estadístic­as en los ‘80. Por otra parte, se incrementó la expectativ­a de vida. En países avanzados supera los 80 años.

En proporción, los mayores de 64 tienen on- ce veces más chances de tener cáncer que personas de menos de 64. Matías: Hay un número muy elevado de nuevos casos porque se detecta de manera precoz. El Centro de Investigac­iones sobre el Cáncer de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (IARC, por sus siglas en inglés) estimaba para 2030 unos 21 millones de casos por año, pero estamos a 2018 y ya se detectan 18 millones, con 9,4 millones de muertes al año. Es un dato impresiona­nte, pero hoy se ve a la enfermedad con otros ojos a lo que se veía en los ‘60 a través de mi padre, en los ‘80, o los ‘90, cuando yo empecé. ¿En qué aspectos se ve distinto?

Matías: En asumir que es una cosa tratable, curable, claramente prevenible modificand­o algunas conductas. De 100 nuevos casos que tenemos, 40 podrían haber sido evitados con medidas saludables. No fumar, no beber, no tomar sol a distintas horas, evitar exposicion­es a virus. Podés evitarlo, eso antes no era muy claro. La divulgació­n y la difusión no tienen nada que ver con lo que pasaba en los ‘80. Por ejemplo, en la época de mi padre, el oncólogo surgió como una figura que trataba los efectos colaterale­s de los medicament­os contra el cáncer. Hoy, esos efectos los tratamos entre todos y el oncólogo es quien diseña la estrategia.

Cambió el objetivo en la formación del médico. Hoy en día tiende a ser un elemento dentro de un equipo multidisci­plinario. Reinaldo: El gran cambio durante el siglo XX fue de diagnóstic­o, el avance de lo que es la infotecnol­ogía, la biotecnolo­gía, la descripció­n del genoma humano. Está cambiando nuestra visión de la oncología y de la medicina. La quimiotera­pia antes estaba destinada a destruir células que creciesen rápidament­e. Hoy pasa por encontrar puntos metabólico­s que uno puede interrumpi­r sabiendo cómo está compuesto un gen de esa célula. Hay avances que son formidable­s.

¿Sigue siendo tabú la palabra? Reinaldo: Ya no. Y también se sumó un concepto: la cronificac­ión. Antes era “se cura o no se cura”, que era básicament­e vivir o morir. Hoy hay tumores que se curan y otros que todavía no, pero se puede lograr que el paciente viva muchos años, y que en ese tiempo aparezca algo para curarlo. Se puede hablar de un diagnóstic­o sin que signifique vida o muerte. Matías: En el ‘66 apareció el platino y cambió el cáncer de testículo. Pero cuando digo que cambió significa que antes fallecía el 95 por ciento de los pacientes, y con el platino pasó a curarse el 95. Son hechos que modifican todo. La inmuno-

“CUANDO EMPECE NO EXISTIA LA TOMOGRAFIA Y DEL CANCER NO SE HABLABA: ERA TABU.”

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REINALDO CHACON

“HOY SE HABLA DE CRONIFICAC­ION. ANTES, DE SE CURA O NO SE CURA, ERA VIVIR O MORIR.”

... MATIAS CHACON

terapia cambió el cáncer de pulmón, por ejemplo. Es por eso que el mensaje hoy tiene que ser siempre esperanzad­or.

Si fuese por su experienci­a de chi

co, Matías no sería médico. Su padre se volcó a una profesión que le sacó tiempo en casa . A veces lo acompañaba a visitas a pacientes ambulatori­os, pero quedaba del lado de afuera de la puerta. Incluso, el propio Reinaldo lo alentó a elegir otra cosa para su vida, y le advirtió que la medicina demandaba demasiado sacrificio y recompensa­ba poco. Matías fue a tests vocacional­es, quiso esquivar el legado paterno con algo vinculado al arte o al deporte, sus otros intereses. Sin embargo, la vocación fue más fuerte. Cuenta que vio en su padre un lugar adonde llegar, una causa a la cual entregarse y encaró para ahí pero por un camino totalmente distinto, sin intención de copiarlo. Con sus propias armas, con menos diplomacia, con una frontalida­d tana más heredada de Helena, su madre, de quien sí reconoce una total influencia. ¿Qué más recordás de esa infancia? ¿Guardapolv­os, delantales? Matías: Mi padre estaba bastante ausente porque su dedicación a una especializ­ación que recién comenzaba fue casi plena. Hacía investigac­ión y tenía ratitas de laboratori­o, recuerdo ese circuito. Pero la resultante de eso fue no querer replicarlo con mis hijos: siempre les evito acompañarm­e porque sé lo que es ser familiar de un médico asistencia­l. ¿Por qué no querías que fuesen médicos tus hijos? Reinaldo: Era mi lucha. Mis hijos estudiaron en el Nacional Buenos Aires, se juntaban con amigos a leer y yo les decía que no fueran médicos, que era demasiado esfuerzo con poca compensaci­ón. En realidad, hoy estoy satisfecho de lo que lograron. Carolina, mi hija más grande, es radioterap­euta; Matías es oncólogo clínico y Agustina, la más chica, es psicooncól­oga. A pesar de eso, están todos emparentad­os con la oncología. Testarudos. Reinaldo: Sí, quizás la comunicaci­ón oral no fue la mejor y hubo cosas que se transmitie­ron por otro lado. Pero tengo suerte de que sean muy capaces, inteligent­es y que sumen una voluntad y un motor de trabajo. Y todos son fanáticos de Racing.

Padre e hijo también comparten la pasión por la docencia. Durante 14 años viajaron juntos cada dos semanas a Santa Fe a hacer asistencia y docencia en el Centro Oncologico del Litoral. El mandato es inculcar la vocación por asistir al paciente, por investigar nuevas técnicas y por seguir con la tarea docente.

¿Cómo evaluás a los médicos que se forman en el país? Matías: Creo que la UBA te da un motor propio muy interesant­e, sigue siendo una motivación formarse en una universida­d pública. Los tiempos actuales son complejos, pero el médico que hace medicina en una pública tiene un valor agregado de independen­cia, de fuerza. En la especializ­ación tiene buena formación, pero como pasa en otros ámbitos está complicado porque la dedicación no es la misma, la capacidad de absorber informació­n es distinta. El médico argentino tiene buena formación. ¿Cómo describirí­as la vocación que se siente por la medicina? Matías: Me parece que es responsabi­lidad más que vocación. Es el producto final de entender que lo que uno hace a diario es lo que al final hace al conocimien­to. Ahora, más allá de la palabra “vocación”, lo que se necesita es un sacrificio muy grande. Eso que mi padre nos hacía ver para que no siguiéramo­s la carrera, yo lo tomé como desafío. Un desafío que no se termina el día en que te recibís: ahí recién empieza. Tenés 31 años, hiciste residencia­s, especializ­aciones, pero en sí no hiciste nada aún. Y no existe el “llegué a ser un buen oncólogo”. Un médico no se jubila. No elegís entre “atiendo un paciente más o vuelvo a casa”: seguís atendiendo. Por eso digo que la oncología no fue una directiva paterna, fue un accidente: a través de él vi una necesidad para hacer algo. Y mi padre fue un buen modelo. Cuando se juntan en familia a comer los fines de semana,¿se termina hablando siempre de oncología? Reinaldo: No se habla de trabajo en la mesa. Sumale que Matías está casado con una patóloga; y mi hija con un cardiólogo, por lo que la medicina queda afuera. Matías: Pero siempre terminamos hablando de eso al final. Nos enredamos en los mismos problemas.

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FOTOS: RUBEN DIGILIO DUPLA Matías y Reinaldo Chacón en el Instituto Flemming, donde trabajan.
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INVESTIGAC­ION Es una pasión que comparten. Dicen que los avances en tratamient­os son asombrosos.
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INSEPARABL­ES Juntos vieron cómo aumentaron los casos de cáncer, pero también la sobrevida.

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