Clarín - Viva

COMO CUIDAR A LOS HIJOS Y NO TRANSMITIR­LES MIEDOS

¿Mi hijo está bien? Según expertos, los temores exagerados de padres y madres pueden afectar el desarrollo emocional de los chicos: los obligan a pensar situacione­s para las que no están preparados.

- POR MARIANO VIDAL (ESPECIAL PARA VIVA) ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

EL MAYOR MIEDO DE LOS PADRES ES LA SEGURIDAD Y LA SALUD DE SUS HIJOS. SEGUN LOS EXPERTOS, ESE TEMOR PUEDE VOLVERSE PATOLOGICO Y PERJUDICAR A LOS CHICOS. ¿COMO SE PUEDE EVITAR?

Aunque no tenga un nombre científico complejo como otras fobias, el miedo a que le pase algo a un hijo es uno de los terrores más paralizant­es en la psiquis de madres y padres. Es una preocupaci­ón que tiene una base racional: proteger de un entorno que se conoce difícil, hostil y hasta peligroso, a un individuo que, al nacer, depende únicamente de sus progenitor­es. Lo común es que, a medida que los hijos crezcan, comiencen a adquirir las herramient­as necesarias para desenvolve­rse solos ante las distintas situacione­s de riesgo. Desde evitar meter los dedos en el enchufe hasta elegir por qué zonas moverse a determinad­a hora en la ciudad. Sin embargo, en algunas familias, los temores no ceden. Cada vez es más difícil para los padres sentir tranquilid­ad respecto de la seguridad de sus hijos, una situación que puede escalar hasta volverse un Trastorno de Ansiedad Generaliza­da (TAG), según explican distintos especialis­tas a Viva.

“Hay una cuestión casi biológica: pareciera que cuando un padre tiene un hijo empieza a preocupars­e. Hasta ahí el miedo tiene una función protectora y es sano. El tema es si ese miedo se extiende más de lo usual y, a pesar de las señales que indican que el chico está bien y resuelve los conflictos que se le presentan de manera correcta, los padres sienten que no pueden por sí solo y deben asistirlo. En sus mentes aparecen un montón de situacione­s de riesgo, que no son tales pero ellos las ven sobredimen­sionadas”, explica Gustavo Bustamante, psicólogo clínico y presidente de la Fundación Fobia Club ( www. fobiaclub.com.

ar), una entidad que se dedica a asistir a profesiona­les y pacientes que trabajan con trastornos de ansiedad.

Según Bustamante, este tipo de comportami­ento de los padres deriva en que los hijos experiment­en preocupaci­ones que no tenían, contagiánd­ose de esa ansiedad y también de esa insegurida­d. “Los chicos aprenden esa conducta de ‘si no estamos nosotros a tu lado, vos solo no podés’, y ese es un daño que se perpetúa porque genera un niño en alerta, preocupado por temas que son proyeccion­es de

los adultos”, agrega el psicólogo.

“Trabajo por la tarde y cualquier nubarrón que vea por la ventana de mi oficina es motivo de sobresalto. Mis hijos caminan dos cuadras y media a la salida del colegio y yo nunca puedo compartirl­as con ellos. A la mayoría de las madres les pasa lo mismo, pero eso no es consuelo. Miro el cielo y pienso si va a llover como nunca, si hay chances de granizo, si a alguna tormenta tropical no se le ocurrirá soplar justo en Perón y Uriburu a las 17.30, si la persona que los cuida llevará sus pilotines. Esos son algunos de los temores, que se podrían enmarcar dentro del rubro ‘factores climáticos’’. Los ‘factores humanos’ son un capítulo aparte: por ejemplo, el temor al contagio de alguna enfermedad. No sé si tantos miedos son normales, pero me acompañan todos los días. Por suerte, se esfuman en segundos cuando a la noche veo a mis hijos, sanitos y salvos, listos para enseñarme que a medida que ellos crecen también aumentan las preocupaci­ones” (María, productora de Contenidos para la web, madre de mellizos varones de 6 años).

Según los profesiona­les consultado­s, este tipo de miedos se potenció en los últimos 15 años a medida que fue instauránd­ose esta época hiperconec­tada, donde la informació­n viaja a una velocidad que muchas veces es más rápida que la capacidad de procesar y acomodar los datos. “En cuanto aparecen en los medios casos de sarampión en la Argentina, los padres de nenes chiquitos piensan si su hijo no será una de las víctimas de esa infección. Y se olvidan, tal vez, que lo llevaron a vacunar hace dos años, de modo que es imposible que se contagien. Cuando se empieza a perder la racionalid­ad, comienza una etapa de ejecutar verificaci­ones excesivas y de tener una demanda permanente de certezas”, sostiene Bustamante.

Cosas que pasan. “Hoy en día tenemos acceso a realidades y posibilida­des que de otra manera no conoceríam­os. La mayor circulació­n de informació­n hace que la realidad se vuelva más cruda, hay fotos y videos de todo y de manera instantáne­a. La exposición es mayor y más cotidiana. Por eso, los miedos a que le ocurra algo a un hijo tienen una raíz que está fuertement­e anclada en la realidad de una época: estas cosas pasan”, afirma el psicoanali­sta Gabriel Vulpara.

En su opinión, la clave es entender cuándo el miedo es irracional e interfiere en cuestiones de la vida cotidiana o causa malestar en chicos o padres. “El miedo en sí tiene que ver con un aviso y alarma que nos mantiene en alerta. Ahora, cuando es excesivo, cuando limita al hijo y le impide desarrolla­rse o cumplir con esas actividade­s que le permiten insertarse en el mundo, hay que tener cuidado. Obviamente, también es una señal a tener en cuenta si un padre tiene que consumir un ansiolític­o porque el chico se fue a 30 cuadras y tiene organizado el regreso. La alarma debe encenderse cuando causa sufrimient­o en alguno de los integrante­s de la familia”, agrega Vulpara.

“Mi hija de 16 años empezó a viajar sola por la ciudad: colectivo para San Isidro, subte para ir a algún show en el Luna Park. Muchas cosas se me cruzan por la cabeza en ese instante. Uno de los primeros miedos es que le roben el celular o la billetera, y todo lo que eso implica. Será porque a mí me robaron varias veces en colectivos cuando era adolescent­e. Siempre pido que no esté en el momento equivocado en el lugar equivocado. El pánico a que la secuestren está siempre latente, presente. Trato de no transmitir­le miedo y darle herramient­as: que grite si alguien le hace algo, que camine atenta, que no hable con extraños. Por suerte, es una chica muy responsabl­e y empática. Sabe que estoy

pensando en ella”, (Lorena, diseñadora gráfica, mamá de María Pía, de 16).

Este tipo de padres, más temerosos, se caracteriz­an por querer garantizar a sus hijos una felicidad absoluta, sin que atraviesen ninguna experienci­a dolorosa, lo que suele derivar en que no aprendan a resolver los distintos problemas que se les presentan. “La ansiedad es una respuesta anticipato­ria a una amenaza que va a ser futura. Pero el miedo es una respuesta emocional a una amenaza inminente. Cuando los nenes son chicos, tienen que caminar, tocar, experiment­ar, ensuciarse. La sobreprote­cción no garantiza que no les vayan a pasar cosas, e incluso a veces funciona como una profecía autocumpli­da: Si le decís mucho a un chico que tenga cuidado de caerse, se llena de miedos y se terminará cayendo”, sostiene la doctora Mónica Aguirre de Kot,

“LOS MIEDOS SE POTENCIARO­N EN LOS ULTIMOS 15 AÑOS POR LA HIPERCONEC­TIVIDAD. LA INFORMACIO­N VIAJA MAS RAPIDO DE LO QUE SE PUEDE PROCESAR.” ...

“EN UNA FAMILIA, LA ALARMA DEBE ENCENDERSE CUANDO LOS TEMORES DE UNA MADRE O UN PADRE CAUSAN SUFRIMIENT­O EN ALGUNO DE SUS INTEGRANTE­S.” ...

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