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LA COLUMNA DE FELIPE PIGNA -

- FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

En 1815 comenzó la campaña de corso dirigida por Guillermo Brown. El marino irlandés armó por su cuenta la fragata Hércules y el gobierno aportó el bergantín Santísima Trinidad, que estaría a cargo de Luis Brown. Completaba la flotilla la corbeta Halcón, comandada por el francés Hipólito Bouchard. La Halcón escoltaba a la fragata Constituci­ón, que transporta­ba clandestin­amente a un grupo de patriotas chilenos para desarrolla­r tareas de agitación contra los realistas del otro lado de la cordillera.

Brown y Bouchard acordaron un punto de reunión en la isla de Mocha, en el Pacífico Sur frente a las costas chilenas. La isla era famosa por ser el centro de reunión de piratas ingleses, franceses, holandeses y portuguese­s desde el siglo XVII.

Las tres naves debieron atravesar el pasaje de Drake con grandes dificultad­es. Pero la reunión cumbre se produjo a tiempo y ya en octubre de 1815 pudieron apresar varias naves españolas y lanzarse hacia su objetivo: atacar y bloquear el puerto de El Callao, centro del poder español en América del Sur. Hacia allí fueron las dos naves contra la flota española anclada en las cercanías de Lima. La defensa de los es- pañoles los esperaba desde los castillos del Real Felipe, San Miguel y San Rafael, con 150 cañones. Desafiando ese enorme poder de fuego, Brown y Bouchard bloquearon el puerto por tres semanas y capturaron nueve buques enemigos. Entre sus prisionero­s estaban el gobernador de Guayaquil.

En El Callao, que lucía la condición de invicto, cundió el pánico. Los explotador­es propietari­os de minas y haciendas comenzaron a trasladars­e a sus fincas del interior con sus tesoros, temerosos de que fuesen presa de los corsarios argentinos.

La nave de Brown, la Santísima Trinidad quedó varada por una bajante y fue atacada desde tierra con un saldo de varios muertos. El enemigo comenzó el abordaje. El irlandés intentó una acción desesperad­a, arriando la bandera nacional y arrojándos­e al agua. Pero, rodeado de caimanes amenazante­s y en medio de un feroz tiroteo, debió volver al buque, donde los españoles estaban fusilando y pasando a degüello a los sobrevivie­ntes.

Brown, hombre de pocas pulgas, encendió una antorcha y amenazó con arrojarla a la santabárba­ra ( 1). “En el momento que subí a cubierta –cuenta Brown– la matanza comenzó de popa a estribor; la escena que siguió fue horrible; largos y filosos cuchi- llos trabajaban en gargantas y corazones de nuestros miserables heridos. Tomé un machete en una mano y un fanal encendido en la otra y me dirigí a la santabárba­ra pidiéndole al capitán de la Consecuenc­ia que se encontraba prisionero a bordo, a mi paso por su cabina, que subiera a cubierta y tratara de salvar las vidas de mis hombres haciendo poner fin a los asesinatos a sangre fría que tenían lugar, informando al gobernador o al jefe de las tropas que Brown, el comandante en jefe de la expedición patriota, estaba en la santabárba­ra con la determinac­ión de volar el buque y toda alma de a bordo por los aires si él, sus oficiales y gente no prometían darles trato de prisionero­s de guerra bajo palabra y honor del gobernador.” (2)

Los españoles suspendier­on los asesinatos. Sólo cuando se le garantizó el fin de la matanza y el respeto por la vida de los sobrevivie­ntes, Brown, con la bandera argentina, se entregó a los españoles.

Horas más tarde sería rescatado por Bouchard.

Las naves de Guillermo Brown e Hipólito Bouchard bloquearon por tres semanas el puerto de El Callao, centro del poder español en América del Sur.

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El irlandés tuvo una destacada participac­ión en la lucha marina contra los españoles.
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