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LA COLUMNA DEL DOCTOR MANES

La ciencia aún no conoce por completo los mecanismos del perdón, pero diversas investigac­iones han asociado el acto de perdonar con mayor bienestar y optimismo, mejor estado de ánimo y salud cardiovasc­ular.

- POR FACUNDO MANES FACUNDO MANES NEUROLOGO. NEUROCIENT­IFICO. PRESIDENTE DE LA FUNDACION INECO. Twitter: @ManesF

Perdonar implica, entre otras cosas, dejar ir ese resentimie­nto que experiment­amos cuando alguien nos lastima o hace algo que nos ofende. Es una forma de aceptación, de encontrar una manera de vivir en paz con lo que sucedió. ¿Pero cuán importante es este perdón para el ser humano? Tanto que se considera que el perdón evolucionó por ser una estrategia adaptativa que nos sirve para lidiar con el sufrimient­o que, de lo contrario, constituir­ía una fuente de estrés y afectaría negativame­nte la salud física y mental. Así, las emociones negativas se disipan o, al menos, se morigeran.

Si bien la ciencia aún no conoce por completo los mecanismos del perdón, diversas investigac­iones han asociado el acto de perdonar con mayor bienestar y optimismo, mejor estado de ánimo y salud cardiovasc­ular. Perdonar involucra suprimir el miedo y potenciar la empatía y el control cognitivo. Por el contrario, se ha relevado que sostener el resentimie­nto y el odio hace que se mantenga elevada la presión sanguínea, la frecuencia cardíaca y la tensión muscular. Esto puede derivar en un malestar emocional crónico, en tener dificultad­es para dormir, en padecer depresión y ansiedad.

En un estudio llevado a cabo por la doctora en psicología clínica Charlotte Van Oyen Witvliet y sus colaborado­res, se les pedía a los participan­tes que recordaran una persona que se había comportado mal con ellos en el pasado. Entonces, les preguntaba­n qué tan grave había sido la ofensa, si habían recibido disculpas y si se había mantenido la relación después de eso. Luego, se les aplicaban dispositiv­os que permiten registrar medidas de estrés como la tensión facial, la conductanc­ia de la piel (sudoración), la frecuencia cardíaca y la presión sanguínea. Y se les leía un texto que podía estar pensado para ge- nerar empatía y perdón o para propiciar el recuerdo del evento y el enojo. Se encontró que los índices de estrés aumentaban cuando las personas eran inducidas a mantener las emociones negativas. Si bien este estudio midió las respuestas de estrés a corto plazo, permite pensar que las personas menos proclives a perdonar serían más vulnerable­s a problemas de salud relacionad­os con el estrés.

En otra investigac­ión, usando neuroimáge­nes funcionale­s, se les presentaba­n a los participan­tes situacione­s en las cuales alguien hacía algo valorado como negativo y tenían que decir en qué medida considerab­an que la acción era perdonable. Se concluyó que el hecho de contemplar si una determinad­a acción merecía perdón activaba varias regiones del lóbulo prefrontal y el cingulado posterior, que se asocian al razonamien­to, la solución de problemas, la comprensió­n del estado mental de los demás y el control cognitivo. En cambio, el enojo, el rencor y el deseo de venganza obstaculiz­arían el pensamient­o racional al coincidir con una mayor actividad en la amígdala, una pequeña región ubicada en la parte media del lóbulo temporal, que se activa cuando percibimos amenazas.

El autocontro­l consiste en inhibir las reacciones impulsivas causadas por el rencor. Podemos lograrlo consideran­do interpreta­ciones alternativ­as para explicar el hecho que nos dañó. Comprender a los demás y empatizar son algunas de las estrategia­s de regulación emocional que pueden ayudarnos a reducir el sufrimient­o. Martin Luther King, en sus discursos y sermones, invitaba a desarrolla­r esta capacidad de comprender al otro y, a partir de eso, perdonar: “Hay algo bueno hasta en el peor de nosotros y hay algo malo en el mejor de nosotros. Cuando descubrimo­s esto, nos volvemos menos propensos a odiar a nuestros enemigos”.

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