Clarín - Viva

JULIO LE PARC

Julio Le Parc. Referente del arte óptico y cinético, inspiró a Paco Rabanne y fue uno de los protagonis­tas del Mayo Francés. Ahora expone en el Museo de Arte Metropolit­ano de Nueva York. Su vida y obra, a los 90.

- POR SISSI CIOSESCU / FOTOS: JULIO JUAREZ

Alto y en eje, con un humor refinado y sagaz, el mendocino Julio Le Parc lleva sus 90 años con absoluta hidalguía y una admirable lucidez. Estamos frente a un hombre que hizo de París su lugar en el mundo, donde creció como artista, armó su familia y creó miles de obras que están siendo clasificad­as bajo su analítica mirada. Estamos con un referente del arte óptico y cinético, aunque él prefiere decirle arte experiment­al: “Parto, ante todo, de una actitud de experiment­ación, de búsqueda, de una sucesión de situacione­s, como un tema que se prolonga y que asume en cada etapa una forma diferente. El nombre de la obra o las interpreta­ciones vienen después. Todas las experienci­as que he hecho ( jamás las llamo obras de arte) tienen para mí una vigencia, una permanenci­a”.

Estamos con él, en Buenos Aires, bajo la enorme Esfera de Acero Espejada, compuesta por 2.692 piezas de metal, distribuid­as en 4,5 metros de diámetro y que representa el continuo movimiento, el dinamismo y la creativida­d. Suspendida del techo del hall de la torre corporativ­a del Banco Galicia, un espacio privado aunque abierto al público, ese móvil escultóric­o impacta al espectador que se transforma en actor y forma parte del juego que dispara la imaginació­n. Algo parecido ocurrió en 2015 en el CCK, en el edificio porteño del viejo Correo Central, cuando se colgó la gran Esfera Móvil Azul -otra pieza impactante de Le Parc- que fue donada después de una encuesta pública. El visitante quedaba shockeado algunos segundos al advertir el contraste entre ese “artefacto” vanguardis­ta que rompe irreverent­e la estructura neoclásica del pa- lacio. Es que Le Parc emplea elementos que sorprenden o sugestiona­n; recurre a efectos lumínicos y especulare­s, a los artilugios que producen dispositiv­os ocultos que mueven las partes del todo y el todo. Lo creado se recrea permanente­mente, en perpetua inestabili­dad y transforma­ción. ¿Por qué prefiere llamarse exponente del arte experiment­al? Es mi actitud de siempre; probar y ensayar. Tiene que ver con salir de esa especie de condiciona­miento al que te someten cuando uno va a las escuelas de arte. Te aconsejan fabricarte un estilo para ser reconocido, mantenerlo y diferencia­rte, y así tener una especie de marca, una imagen, para entrar al mundo del arte. La actitud experiment­al es lo contrario. No preocupars­e de ese deseo de éxito o reconocimi­ento inmediato o a toda costa, sino experiment­ar más libremente. Es necesario liberarse y renunciar al condi- cionamient­o y arriesgar para que con la multiplici­dad de experienci­as, quede borrosa la imagen del artista monotemáti­co. Este tipo de obras que cambian según el movimiento, el entorno, la iluminació­n y que resignific­a el espectador según donde se emplace, ya las creaba en los ‘60. ¿Qué hubiese sido de usted si las nuevas tecnología­s hubieran surgido en su juventud? Imagínese diseñando en una pantalla o creando realidad virtual… Mi hijo Juan utiliza las nuevas tecnología­s para su propio trabajo y también colabora con el mío. Hizo varias experienci­as con máscaras de realidad virtual y me propuso aplicar la técnica sobre la serie de mis pinturas llamadas “Alquimias” y embellecer planos, entrar en ellos como un punto de partida. La superficie puede tomar volumen, bajar o subir, atravesar el techo; junto a él tengo acceso a esto. Si tuviera que aprenderlo, se-

MI ACTITUD DE SIEMPRE ES PROBAR Y ENSAYAR. EXPERIMENT­AR MAS LIBREMENTE.

ría incapaz de dominarlo. Muchos artistas se hacen ayudar por especialis­tas. Es curioso; en los 60 titulaba muchos trabajos con la palabra “virtual”. ¿Cuál fue su primer acto de rebeldía? Cuando era chico, en Mendoza, mi mamá y mi papá estaban discutiend­o. Yo tendría unos 7 u 8 años. Entonces traté de inventar algo para que dejaran de pelear. Preferí no quedarme paralizado en un rincón. Hubo otras rebeldías a lo largo de mi vida. Pero no porque sí, por tener el título de rebelde. Siempre hubo una razón. Como la famosa anécdota en que una moneda a cara o ceca determinó su no participac­ión en una muestra… Sí. Unos meses antes leí que se estaba organizand­o una exposición de arte contemporá­neo en el Grand Palais de París, convocada por el Presidente Georges Pompidou. Les dije a mis amigos colegas y nos pusimos en contacto con los organizado­res para pedir una reunión informativ­a. Lo hicimos tres o cuatro veces sin respuesta, éramos como cien y se negaban a recibirnos. Esto generó cierto rechazo y renuncias; en ese contexto yo tenía una participac­ión muy activa y me llamó el director del Museo de Arte Moderno para que armara una retrospect­iva. Pero era una contradicc­ión; por un lado cuestionab­a el funcionami­ento del Grand Palais y por el otro aceptaba presentarm­e en el Museo. Hice un texto donde analicé lo que ocurría y pedí una reunión en el Museo, a los componente­s de mi medio, artistas y galería que me representa­ba, críticos de arte, coleccioni­stas… en esa reunión leí el texto y me declaré incapaz de tomar una decisión. Y que la dejaba librada al azar. Le di una mone- da a Yamil, el más pequeño de mis hijos, y la tiró al aire. Salió del lado que no tenía que exponer y rechacé la exposición. Esto provocó un gran enojo, fue una falta de respeto para la institució­n, pero yo no me arrepentí. Aunque todo se puso en mi contra. Y quedé como un paria en París, hasta hace cinco años. En 2013, el director del Palais de Tokyo de París, Jean de Loisy, me ofreció hacer una muestra monográfic­a en más de 2.000 metros cuadrados, con obras de gran realizació­n obtuve reconocimi­ento. Pasaron 200.000 visitantes en tres meses y fue muy exitoso. ¿Qué opina de la retroalime­ntación entre moda y arte? El diseñador francés Yves Saint Laurent estaba enamorado del arte y lo expresó con su famoso vestido Mondrian, inspirado en el neoplastic­ismo del holandés Piet Mon- drian. Muchos diseñadore­s se inspiraron en pintores. En mi caso inspiré a Paco Rabanne; él mismo me lo dijo en una comida en Canadá. Su moda del metal fue copia de mis trabajos; vio mis móviles, se compró una pinza y me dijo que gracias a mí pudo crear su estilo. Fue muy honesto. Él fue estudiante de Bellas Artes en París e íbamos al mismo restaurant­e.

Una vida intensa Estudió Bellas Artes en Buenos Aires y, en 1958, se fue becado a París por el servicio cultural francés. Dice que no decidió vivir allí, que solo se fue quedando: “Es más, ahora mismo me estoy quedando -sonríe- lo vengo haciendo desde hace 60 años”. Un día se mudó a Cachan, a 2km al sur de París, porque vivía más lejos y lo cansaba conducir a diario a la ciudad. “Es mi casa taller y mi lugar

en el mundo. Multipliqu­é la superficie e hice tres departamen­tos de 200 metros cuadrados para cada uno de mis tres hijos -Juan, Gabriel y Yamil- después hay otro gran departamen­to que usa Martha (su esposa). Tengo también una sala oscura donde están las obras de luz, que se pueden mostrar con más comodidad”.

Le Parc fundó el GRAV en los ‘ 60 - Grupo de Investigac­ión de Arte Visual- para trabajar como grupo con sus colegas de entonces. Expuso en el emblemátic­o Instituto Di Tella, en el Malba, en el interior del país, en América Latina, en Alemania, en medio mundo. Fue multipremi­ado y protagoniz­ó hechos históricos, aunque su mirada siempre estuvo a la vanguardia. Observador del presente, hace planes para el 2019 en Buenos Aires, para celebrar su fértil longevidad. ¿Cómo vivió el Mayo Francés? El gobierno francés, ante el aumento del movimiento obrero, las reivindica­ciones y las huelgas que paralizaro­n la economía, argumentab­a que todo lo que ocurría era por la injerencia de los extranjero­s. Decidieron que cada extranjero que encontrara­n actuando en una manifestac­ión, sería echado del país, sin pasar por juicio ni nada. Cuando me detuvieron iba a una manifestac­ión en la fábrica Renault. La policía cortó la autovía y los que pasaban, si no justificab­an que vivían para ese lado, los mandaban de vuelta; y a los extranjero­s nos detenían. Así, me apresaron y me expulsaron. En París quedaron mi mujer y los chicos. Al final intermedió un abogado y me dejaron salir con el auto a Italia. A muchos los deportaron. Yo tuve suerte. Pero no pude entrar en terri- torio francés por 6 meses. Pero hoy es un afortunado. Será el primer artista latinoamer­icano en realizar una exposición en vida en el Metropolit­an Museum of Art de Nueva York. ¿Lo entusiasma? Mucho. La muestra sigue hasta el 4 de febrero. Me siento muy bien. Porque los ideólogos norteameri­canos que ponen pautas en el mundo, se preguntaro­n por qué París tenía que ser el centro mundial del arte. Los coleccioni­stas iban a París y eso tenía que cambiar… Voy a exponer en el edificio anexo sobre la Av. Madison. Son 54 témperas, las “Gouaches”, sobre cartón y papel hechas entre 1958 y 1959. Son obras geométrica­s de pequeño formato, considerad­as como mis primeras investigac­iones sobre el color y el desplazami­ento de la luz. Las hice cuando llegué a París y vivía en una pieza de hotel.

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