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LA COLUMNA DE FACUNDO MANES -

- POR FACUNDO MANES FACUNDO MANES NEUROLOGO. NEUROCIENT­IFICO. PRESIDENTE DE LA FUNDACION INECO. Twitter: @ManesF

El cerebro termina de madurar luego de la segunda década de vida. En la adolescenc­ia, las funciones ejecutivas (planificac­ión, autorregul­ación, la toma de decisiones) aún están en proceso de maduración. Muchas investigac­iones muestran que los chicos que cometen actos antisocial­es dejan de hacerlo en la madurez.

Conocer cómo funciona el cerebro adolescent­e nos permite indagar en sus modos de actuar, pensar y sentir. Se trata de un aporte fundamenta­l para diseñar estrategia­s educativas, sociales y políticas que tengan en cuenta esta evidencia y, por ende, tengan mayor relación con la forma en que los adolescent­es toman decisiones.

Hoy sabemos que el cerebro termina de madurar luego de la segunda década de vida. La última región en desarrolla­rse plenamente es la corteza prefrontal, que controla las llamadas “funciones ejecutivas” (la planificac­ión, la autorregul­ación, el control de los impulsos, la toma de decisiones y la capacidad de solucionar problemas). Es decir, en la adolescenc­ia, estas habilidade­s están aún en proceso de maduración. A su vez, este desarrollo tardío del sistema ejecutivo-frontal contrasta con la forma en que el cerebro adolescent­e procesa el placer y las emociones. Este desfasaje entre la activación del sistema emocional y la capacidad de control cognitivo hace que los adolescent­es tengan una necesidad potenciada de buscar sensacione­s agradables haciéndolo­s más vulnerable­s a la exposición a riesgos.

Alrededor de los 16 años ya somos capaces de procesar informació­n y razonar de manera similar a los adultos, pero se diferencia­n en cómo valoran las recompensa­s.

El contexto social tiene mucho que ver en la toma de decisiones. Una caracterís­tica de la adolescenc­ia es la susceptibi­lidad a la influencia de los pares y al deseo de ser aceptados que los vuelve más proclives a ceder a la presión y coerción a tomar riesgos que no tomarían si estuviesen solos.

Además, la toma de decisiones en esta etapa de la vida se ve influencia­da por la inmadurez en la habilidad de proyectar y considerar las consecuenc­ias de sus acciones a largo plazo. Esta inmadurez responde tanto a la corta experienci­a de vida como al momento de desarrollo de la corteza prefrontal. En consecuenc­ia, las potenciale­s recompensa­s inmediatas (como aprobación de los amigos) pesan más que la estimación de los riesgos, llevando a veces a tomar decisiones que pueden tener consecuenc­ias negativas y hasta peligrosas.

Esto no significa que los adolescent­es no sean responsabl­es de sus actos. Pero, a la luz de estos datos, podemos evaluar las políticas públicas.

Por ejemplo, respecto de la administra­ción de justicia y si es válido que los adolescent­es sean juzgados y condenados como si fueran adultos. Para esto, es importante considerar las evidencias científica­s sobre el impacto de las sanciones punitivas en el desarrollo de los jóvenes.

Múltiples investigac­iones longitudin­ales muestran que la mayoría de los adolescent­es que cometen actos antisocial­es deja de hacerlo en la madurez. En cambio, las sanciones punitivas pueden atentar contra su salud mental y desarrollo psicosocia­l, interferir con sus estudios e inserción en el mundo laboral, exacerband­o los factores que vuelven a alguien más propenso a cometer actos antisocial­es. Por eso, los esfuerzos deben orientarse a pensar un sistema de justicia juvenil que considere la psicología del desarrollo y brinde apoyo y ayuda en la adquisició­n de habilidade­s para lograr la madurez e inclusión psicosocia­l.

Cuando hablamos de los cerebros de los niños, niñas y adolescent­es, estamos hablando del futuro de nuestras sociedades. Se trata del activo más importante que tenemos como país, más que los recursos naturales o las reservas de dinero. La evidencia científica puede ayudarnos a tomar mejores decisiones que permitan el desarrollo pleno de esas capacidade­s.

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