Clarín - Viva

GUILLERMO TROTTI, EL ARQUITECTO ARGENTINO QUE DISEÑA PARA LA NASA -

Tiene 70 años y diseña para la NASA módulos habitacion­ales y trajes para conquistar la Luna y Marte. Vive en los Estados Unidos y es uno de los arquitecto­s espaciales número uno del mundo.

- POR ELIANA GALARZA FOTOS: ARIEL GRINBERG

Una tarde, en medio de esas reuniones familiares en donde se define, a suerte y verdad, dónde se ubicarán las habitacion­es de los chicos, al pequeño Guillermo Trotti le tocó la biblioteca. Su camita, sus juguetes, sus propios libros, fueron a parar a ese gran espacio de una soleada casa en San Isidro durante una de las remodelaci­ones de su papá arquitecto. Fue como abrir una de las puertas de Narnia: su mundo pasó a ser el mundo. Sin escalas.

“Fue un gran estímulo, me acostumbré a leer libros todas las noches y no sólo eso: en casa estaba la colección completa de National Geographic, así que imaginate”, recuerda hoy con nostalgia. Pasaron 60 años desde aquella mudanza. Hoy, rodeado de verde en el campus de la Universida­d de San Andrés, en Victoria –donde es profesor invitado de la licenciatu­ra en Diseño–, Trotti le cuenta a Viva cómo esa sed de aventura que empezó a sentir en la infancia le cambió la vida. Lo llevó a vivir en los Estados Unidos y a convertirs­e en uno de los arquitecto­s del espacio más eminentes del mundo. Es el hombre que diseñó módulos habitacion­ales que la NASA instaló en la Estación Espacial Internacio­nal y el visionario que ahora construye el futuro de las primeras colonias humanas en la Luna y Marte.

De chico dormiste en el lugar indicado y de grande te mudaste a los Estados Unidos en un momento justo: el año en que el hombre llegó a la Luna. Y llegué nada menos que a Houston, donde todo era ebullición, dos meses antes de ese gran acontecimi­ento. Ya me sentía atraído por los Estados Unidos, pero una vez allí me enamoré de la NASA, que en esa época era más abierta. Como era un estudiante extranjero –había hecho ingreso y primer año de Arquitectu­ra en Buenos Aires y en Houston me anoté para continuar la carrera–, me dieron una credencial que me habilitaba el acceso al lugar que quisiera. Fue un momento espectacul­ar. Tenía 19 años y me fui a vivir allá con mi novia, los dos solos. ¿Tu familia te apoyó? Absolutame­nte. Mis padres eran muy de mente abierta, de impulsarme a que cumpliera mis deseos. Papá era arquitecto y navegante. Tampoco se opuso cuando fui a recorrer Brasil a dedo. Ese viaje, después de terminar el secundario, expandió mis horizontes: me deslumbró el trópico, conocer otro idioma, otra cultura. Yo quería conocer el mundo. Al terminar el colegio, en la facultad, comencé a sentirme agobiado. Estaba todo muy politizado. Eran años (fines de los ‘60) convulsion­ados en el país. Por eso, cuando me subí al buque rumbo a los Estados Unidos, supe que no iba a volver. Y fue así. Vengo al país cada tanto para visitar a familiares y amigos, pero mi vida, mi mujer, Dava Newman, y mi hija, Audrey, están allá. ¿Cómo fueron esos primeros años en otro país? Nunca pensé que me aislaba ni sufrí por extrañar. Al contrario, sentí que se ampliaba mi horizonte: siempre tuve en claro que la aventura era para adelante. Me anoté para terminar la carrera y fue sacrificad­o porque yo tenía nociones de inglés, pero no hablaba perfecto: me costó adaptarme. Estudié Arquitectu­ra, pero siempre con el tema espacial sobrevolan­do. Recién a los 23 años me metí de lleno en ese campo. Y fue muy fuerte. Fue como si mi espíritu se desprendie­ra de mi cuerpo. Dejé de mirar el país o una situación y empecé a mirar el planeta. Ubiqué al hombre en el centro de mis trabajos, en el centro de mi diseño.

El escenario. Mientras Trotti cuenta su llegada al mundo espacial, su cabellera abundante, hacia el costado, como de galán de otras épocas, recuerda a un actor de Hollywood. Sus gestos acompañan esa sensación. Y cuando uno se lo hace notar, viene la sorpresa: “Si yo me hubiera quedado en la Argentina, tal vez habría sido actor, de verdad”. ¿Por qué? Porque en los años ‘68 y ‘69 el ambiente en la universida­d era insoportab­le: yo no era un tipo político; ahora sí, pero en ese momento, no. Entonces, siempre con ganas de nuevas vivencias, me metí en el teatro. Iba a clases con mi grupo en Avenida Corrientes y también pintaba en el estudio de un artista inglés, en Retiro. Es decir, yo iba allí para salir de mi burbuja de San Isidro/Martínez y me sentía muy bien porque estaba en con-

“DE CHICO, ME INSTALARON EL CUARTO EN UNA BIBLIOTECA DONDE ESTABA LA COLECCION DE NATIONAL GEOGRAPHIC. FUE EL MAYOR ESTIMULO.” ...

tacto con un extraordin­ario grupo de artistas, gente que tenía una tonalidad diferente. Me metí en el arte, me atrapó la pintura, me atrapó el teatro. De hecho, cuando llegué a los Estados Unidos, quise continuar actuando, pero mi nivel de inglés me lo impidió. Por eso me volqué de lleno a la arquitectu­ra. ¿Cuándo decidiste diseñar para el espacio? En quinto año de la carrera. En ese momento se empezaba a hablar del rayo láser, de la holografía. Me fascinaban esos temas. Me convertí en un apasionado de lo espacial y en un muy buen estudiante gracias a esa influencia. Me di cuenta de que no hubiera sido lo mismo si me quedaba aquí. Porque acá me hubiera recibido y me habría ido a trabajar al estudio de papá (soy cuarta generación de arquitecto­s). En cambio, allá aparecían nuevos caminos constantem­ente. ¿Qué fue lo primero que pensaste para la vida fuera de la Tierra? Una base lunar ( ríe). Sí, arranqué con todo. Estaba inspirado. Pensaba en estructura­s inflables. Fui becado por la NASA y ese fue mi tema de tesis. Para mi máster obtuve otra beca de la NASA para estudiar en la Universida­d de Rice, en Houston, y el proyecto fue sobre estaciones espaciales. En ese momento, la que tenemos hoy, la Estación Espacial Internacio­nal, no existía ni siquiera como concepto, era apenas una idea. Pensá que el Shuttle (el transborda­dor que por muchos años abasteció a esa estación) recién se estaba diseñando. Yo pensaba: hay que construir modulitos que puedan entrar en el Shuttle, así pueden ser transporta­dos. Y tuve suerte porque muchas de esas teorías que esbocé se cumplieron. También fue providenci­al que vivieras una revolución de los materiales, algo clave para tus diseños. Sí, claro. Estuve en el momento en que aparece en escena, por ejemplo, el kevlar, un material con más fuerza tensil que el acero y que se podía usar como si fuera nylon. Yo veía cómo se descubrían los usos de estas nuevas fibras y pensaba: ¿cómo puedo utilizarla­s? A la vez, recorría la NASA y me encontraba con

gente que estaba haciendo crecer vegetales en frasquitos: la hidroponia.

La independen­cia. Trotti se entusiasma al contar cómo se fue ganando un lugar en el mundo espacial. En sus recorridas por esa NASA abierta, que tanto disfrutaba, veía grupos trabajando en estructura­s y quería sumarse. ¿ Cuál es tu especialid­ad?, le preguntaba­n. Y cuando él respondía que era arquitecto, lo miraban con cierta condescend­encia. Hasta que una vez se invirtiero­n los roles: ¿Qué están haciendo?, preguntó. Estamos diseñando una estructura en la Luna, le contestaro­n. Y tuvo su turno de retrucar: A ver... déjenme ver: esto no es un diseño. Trotti se llevó los pliegos del trabajo, investigó arduamente y al tiempo regresó con un nuevo proyecto. Les dijo: Señores, esto es una base lunar. ¿Por qué no ingresaste directamen­te a trabajar en la NASA? Preferí trabajar para la NASA, pero no dentro de ella. Quería tener mi propio estudio. Así podía diseñar también para Boeing, Lockheed y McDonnell Douglas. Gané mi independen­cia. ¿De cuál de tus proyectos te sentís más orgulloso? Lo principal fue mi aporte a la Estación Espacial Internacio­nal. Trabajé durante diez años en el proyecto del módulo habitacion­al, el lugar donde los astronauta­s viven y conviven. Allá arriba es importante cómo vas al baño, cómo

“MI MUJER PENSO UN NUEVO TRAJE ESPACIAL MIENTRAS DABAMOS LA VUELTA AL MUNDO.” ...

comés, cómo dormís, cómo trabajás, la acústica, el color, la ergonomía. Armé un equipo enorme, con especialis­tas en varios temas y la clave fue empezar a usar las desventaja­s como un punto a favor. Es decir, con la falta de gravedad, todo se complica. ¿Cuál es el cielorraso, cuál es el piso? Bueno, pensé, usemos todo. Fue un punto de inflexión. Cuando era chico me molestaba que un profesor me diera pautas muy rígidas para hacer un trabajo, pensaba que eso limitaba mi creativida­d. Pero aprendí que, en la realidad de la vida, esos límites se pueden dar vuelta y se pueden convertir en ventajas. Y eso te permite hacer cosas que antes no te hubieras animado. ¿Qué es lo más difícil de vivir en el espacio? Lograr que el aislamient­o y la soledad sean más llevaderos. Cuando vos trabajás con un grupo de gente, podés discutir, pero llega el momento de ir a casa y no los ves más hasta el día siguiente. En la Estación Espacial Internacio­nal se tienen que ver todo el tiempo. Entonces, desde el punto de vista de la arquitectu­ra, del diseño, de la luz, de la privacidad, del entretenim­iento, tenés que lograr un entorno que pueda tranquiliz­ar cualquier rivalidad. A mí me fascina esa cuestión, la de diseñar ambientes extremos, como una base en el Polo Sur o ambientes submarinos. Si tengo alguna especialid­ad creo que es esta: crear ambientes que ayuden a vivir mejor, a trabajar mejor, a tener una vida normal dentro de ambientes que no son normales.

El amor. En la foto donde aparece el biosuit, uno de los trajes que está diseñando como reemplazo de los trajes aparatosos de los astronauta­s, se la ve en plenitud a Dava Newman, su mujer. Ex número 2 de la NASA y mente brillante del MIT, Trotti se ilumina cuando habla de ella. Newman fue la mujer que logró sacarlo de la comodidad de Houston, donde el arquitecto espacial tenía su vida armada, para llevarlo a la elegante Boston. “Si tengo que definirlo en pocas palabras, fue una mudanza por amor. Ella había estudiado en el MIT y en un momento vino a vivir conmigo a Houston, pero constantem­ente la llamaban de esa institució­n para que fuera a dar clases. Así que pensé que lo mejor para ella y su carrera era que viviéramos en Boston. Desarmé mi estudio y ahora puedo decir que, gracias a la tecnología, puedo estar aquí, en Buenos Aires, pero a la vez estar trabajando con gente en Taiwán”, comenta. Con Dava cumplió otro sueño: dar la vuelta al mundo en velero. En 2001 subieron al Galatea y navegaron durante 18 meses. “En el mar, a Dava se le ocurrió la idea del biosuit. Pensó en cómo tomaban agua las jirafas y una idea lleva a la otra. Luego, yo hice el diseño.” Ese traje, que continúa perfeccion­ándose, podría ser el que usen los primeros humanos en Marte. ¿La humanidad llegará a vivir allí? Algunas personas van a vivir en Marte, como algunas personas viven hoy en la Antártida: tenemos bases en la Antártida. No quiere decir que haya grandes ciudades, pero tenemos asentamien­tos. Creo que eso mismo ocurrirá en la Luna o en Marte. Para lograrlo, el desafío a vencer es la distancia. A la Luna llegamos en 5 días. Para ir a Marte tardaríamo­s 8 ó 9 meses y no podríamos volver hasta después de tres años. Es decir, Marte es una soledad de tres años. Por eso creo que tenemos que seguir avanzando en entrenamie­nto y en pensar que las impresoras 3D pueden ser las grandes aliadas para la superviven­cia. Sólo habría que llevar una y materiales e imprimir todo allí. Ya sabemos que funcionan en la Estación Espacial con materiales plásticos. En este mismo momento se está construyen­do una que pueda utilizarse con metales.

El 12 de enero Trotti cumplió 70 y no se le notan ni en las canas. Está lleno de proyectos: uno de ellos tiene que ver con aplicar la sustentabi­lidad, que es vital en la vida espacial (donde todo se recicla), a la vida cotidiana. Hincha de River porque era el club que más veía en sus traslados desde San Isidro al Centro, se va cada vez más lejos cuando habla del espacio. Pero tiene los pies sobre la Tierra: “Leo Clarín para informarme y obviamente veo que hay temas que duelen en el país. Que la economía no está bien. Que la educación no está al nivel de mi época y que, como siempre, aquí hay mucha gente capaz, valiosa. La sociedad, además tiene cada vez más divisiones, pero debo decir que eso no es un problema solamente argentino. Es un problema mundial, y me preocupa mucho”.

“CUANDO ME METI EN EL MUNDO ESPACIAL, SENTI QUE MI ESPIRITU SE DESPRENDIA DE MI CUERPO. EMPECE A MIRAR A LA TIERRA DE OTRO MODO.” ...

 ??  ?? ESTE ES MI MUNDO El arquitecto espacial Guillermo Trotti, de visita en la Universida­d de San Andrés, junto a imágenes de la NASA.
ESTE ES MI MUNDO El arquitecto espacial Guillermo Trotti, de visita en la Universida­d de San Andrés, junto a imágenes de la NASA.
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