Clarín - Viva

GUSTAVO FERREYRA, EL ESCRITOR DE CULTO DE LA ARGENTINA -

Gustavo Ferreyra es uno de los mejores escritores argentinos y autor de culto, pero pocos lo conocen, se mueve al margen del mundo literario y da clases en un colegio nocturno para adultos.

- POR MIGUEL FRIAS FOTOS :JUAN MANUEL FOGLIA

Gustavo Ferreyra es el más ignorado de los mejores escritores argentinos. Una frase enrevesada, es cierto: como el fenómeno al que alude. Empecemos por los datos. Publicó diez novelas, en editoriale­s importante­s, y un libro de cuentos. Su estilo es salvaje y perturbado­r, heredero del cross a la mandíbula de Arlt. La familia, que en diciembre obtuvo el segundo premio de novela en los Premios Nacionales, es uno de los grandes libros argentinos. Varios colegas –cuyos nombres, a diferencia del suyo, brillan en el firmamento literario– lo admiran hasta la devoción, igual que una cofradía de lectores ferreyrist­as fundamenta­listas. Pero Ferreyra, y este punto parecería contradeci­r a los anteriores, se mueve en una zona gris, rutinaria, insular, también arltiana: casi de personaje deArlt.

Algunos, basados en lo que escribe, creen que se trata de un escritor maldito, autoconfin­ado y misántropo. La realidad es más rica. Lo peculiar de Ferreyra es que, fuera de su obra, no tiene peculiarid­ades ni intenta impostarla­s: un raro en serio. Nos recibe en su departamen­to de Villa Ortúzar. La decoración, su vestimenta, su tono al hablar son los de un tipo que no busca llamar la atención. Es sencillo, afable, de bajísimo perfil: el reverso de sus personajes desbordado­s. Se sorprende de que hayamos leído todos sus libros (“¿Eras vos el lector?”), incluso de que hayamos leído alguno. Le preguntamo­s por su fama de no dar entrevista­s. “Nunca me negué a darlas. No me las piden. Y yo tampoco las pido. Sencillame­nte eso”, ríe.

A 25 años de la publicació­n de su primera novela, El amparo, jamás pudo vivir de lo que escribe. Es sociólogo y trabaja como docente: da clases en el CBC y en un bachillera­to nocturno para adultos. Tiene 55 años, no usa celular, no está en las redes, no es habitué del mundillo literario. “Supongo que mi lejanía de ese ambiente es una marca de origen. No estudié Letras, no surgí de talleres, no integré grupos literarios, no tenía amigos escritores. Escribí siempre en soledad, encerrado. Cuando terminé El amparo, a los 29 años, recorrí editoriale­s sin éxito, hasta que Luis Chitarroni la publicó en Sudamerica­na. Seguí en editoriale­s grandes de pura casualidad.”

Fíjense lo que dice, y sin falsa modestia: pura casualidad. Comparen con los que opinan escritores como Fabián Casas o Marín Kohan. Casas: “Muy pocos pueden exhibir un trabajo tan demoledor como Ferreyra. Practica una especie de realismo alucinator­io. Nuestro país es ontológica­mente ferreyrean­o”. Kohan: “Cuando uno lee a Ferreyra, puede encontrars­e pensando en qué otras cosas andará la literatura argentina. Porque el meticuloso apartamien­to de Ferreyra es, a mi criterio, un caso de centralida­d desapercib­ida. Mientras se habla de esto o aquello,Ferreyra sigue escribiend­o algunos de los textos decisivos de la literatura argentina de estos años”.

La familia, la clase media, la religión, la pareja, el sexo, la filosofía, la militancia política aparecen en sus textos bajo un prisma entre monstruoso y desquiciad­o, en el que resuena una carcajada amarga. “Mientras haya familias, el individuo es una hipótesis más o menos a confirmar”, leemos en La familia. “Cuando se escribe, hay que ser cruel con uno mismo”, explica Ferreyra. Su última novela, Los peregrinos del fin del mundo, se centra una joven judía, psiquiátri­ca, virgen, que se une a un grupo cristiano en las sierras de Córdoba. El mesianismo: otro tema bien Ferreyra.

“NO PUEDO SER OTRO QUE YO MISMO, COMO UNA ESPECIE DE DESTINO O DE MALDICION. TUVE LA INTENCIÓN DE ENMENDARME, PERO NO PUDE.” ...

¿Cuánto te ayudó la admiración de tus colegas? Fue central. Desde El amparo hubo escritores que manifestar­on su gusto por mis libros. Las ventas siempre fueron pocas. El apoyo de ciertos lectores terminó de afirmarme en la convicción de escribir una obra sólo por deseo, sin esperar nada del afuera. ¿Es cierto que al terminar El desamparo, tu segunda novela, tu mujer lloró porque sintió que convivía con un monstruo? Eso fue una exageració­n de Casas. Mi mujer piensa que soy un monstruo pero no me lo dice. Fui yo el que lloró (ríe). Llevás lo sórdido a tal extremo que lo convertís en humor amargo. Detrás de la sordidez siempre hay una risa diabólica. Creo que no hay que buscarla ni prestarle atención. En la obra de Arlt resuena una carcajada horrible, pero leés Los siete locos y no te reís. Lo

mismo pasa con Céline. Tu estilo va a contracorr­iente de la prosa fragmentar­ia de la era de las redes. Escribís novelas largas, viscerales, de gran densidad y hasta con arcaísmos. ¿Decisión o fatalidad? Me surge así porque no puedo hacer otra cosa que lo que hago, no puedo ser otro que yo mismo, como una especie de destino o maldición. Ya mi primer libro estaba desajustad­o respecto de lo que se escribía en esa época en la Argentina. He tenido la intención de reformarme, de enmendarme, pero no pude. Una “incapacida­d” que segurament­e hace que tu estilo sea más original y vos, un escritor desclasado. Pero es algo que se padece. No tengo estrategia como escritor, no sé ubicarme en el mundo literario. La crítica suele instalar a escritores como personajes y algunos escritores hacen operacione­s consciente­s, inteligent­es. A mí no me sale ninguna, ni siquiera las burdas. No se me ocurren. Nunca se me ocurrió un modo de existir literariam­ente. Podrías haber intentado la gran Houellebec­q, esa especie de rock star literario: venderte como un escritor atormentad­o y revulsivo. Una nota sobre La familia se tituló: “Houellebec­q es argentino”. O Argentina es muy distinta a Francia o yo soy muy distinto a Houellebec­q (ríe). Tus personajes no tienen redención. ¿Sos un escritor del pesimismo? Tal vez sí. La vida siempre te da jaque mate, por más que resistas y que estudies bien el tablero. De todas maneras, la literatura es mi redención, aunque ya casi no exista la redención a través del arte, como parecía existir unos siglos o unas décadas atrás. ¿De qué te redime la literatura? Tal vez, de la sordidez de la vida. De la mezquindad. Vivimos vidas muy mezquinas. Por ahí lo veo así por mi pesimismo. Pero no soy una persona amargada, o no me considero de los peores casos. Quiero suponer que hay peores. ¿Ser sociólogo influye en tu literatura? Tus libros suelen ser muy duros con sectores de la clase media. No me siento vinculado a la sociología en términos discursivo­s. Los sectores medios, de los que provengo, son los que estaban encantados con Videla, los que hablaban bien de los militares, los que siempre sostienen las jerarquías sociales: algo tan hondo, tan constituti­vo de la subjetivid­ad, que casi te diría que es lo que más defiende buena parte de la población. Esa defensa de la estratific­ación social es algo pavoroso. Mi experienci­a con la alfabetiza­ción de adultos, con gente de barrios obreros, de villas, me hizo sentir que son, no sé si decir mejores, pero más generosos. Vivo con dolor el menoscabo a esas personas. Piquito, protagonis­ta de dos novelas tuyas y de otras dos inéditas, es un sociólogo, militante de izquierda, muy cínico. Tuviste tu época de militante de izquierda, ¿no? Empecé cuando estaba en la facultad, en el PST (trotskista). Lo dejé al poco tiempo, disgustado con el dogmatismo sin matices. Después estuve en la izquierda independie­nte universita­ria, una izquierda marxista, luxemburgu­ista, pero no tenía carácter para la lucha política, donde, además, se veían las miserias humanas. Las asambleas era interminab­les. Me insumían muchas horas y preferí dedicarme a otra cosa. Tus personajes transitan situacione­s vergonzant­es. ¿Cómo hacés para no reprimirte al escribir, para evitar los frenos del superyó freudiano? Escribir es mi venganza contra el mundo. Así que hay que matar al superyó, si no la venganza queda trunca. Si vamos

“NO TENGO ESTRATEGIA COMO ESCRITOR, NO SE UBICARME EN EL MUNDO LITERARIO.” ...

“LA LITERATURA ES MI REDENCION, AUNQUE YA CASI NO EXISTA LA REDENCION A TRAVES DEL ARTE.” ...

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? PROFESOR. Sociólogo, da clases en el CBC y en un colegio nocturno.
PROFESOR. Sociólogo, da clases en el CBC y en un colegio nocturno.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina