Clarín - Viva

MERMA DE CENTOLLAS: ¿ALARMA ECOLOGICA?

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Tanto en Almanza como en Ushuaia se observa una preocupant­e reducción en la cantidad de centollas. Según denuncian los del pueblo, los de la ciudad que pescan con modernos GPS no cumplen con la reglamenta­ción de 100 trampas por vez. Pero Rafael Quesada agrega otra variante. Para él la merma se relaciona con la migración de la centolla. El veterano pescador denuncia que las grandes pesqueras que van al golfo de San Jorge en busca de langostino incumplen la ley y arrojan merluza al mar. De este modo, la centolla, que se alimenta de la suciedad que hay en el fondo, en su camino de regreso al canal se ha encontrado una fuente extra de alimentaci­ón y ya no se molesta en seguir viaje más al sur. Menciona como prueba que se han encontrado crías de centolla en esa zona. “El tema fue que cuando se empezó con el proceso de eliminar la merluza del golfo, –no lo dicen pero es así–, había que eliminar la merluza para que quede el langostino, que es el primer eslabón en la cadena alimentici­a de la merluza. ¿Y cuál de los dos tenía más valor? El langostino”, explica el pescador. Y concluye: “Entonces, toda esa matanza de merluza fue disminuyen­do el tamaño, no hay más grandes porque no las dejan desarrolla­r, las matan. Un plan sistemátic­o de eliminar la merluza para que prevalezca el langostino. Todos dicen que no se tira pero sí, se tira igual, en algún momento del día te la van a tirar porque no la van a guardar en la bodega porque eso es espacio que le ocupa al cuete. Un barco que va al langostino no va a procesar merluza. Exigen un porcentaje de lo que lleves adentro de la bodega de pescado”. Quesada admite la importanci­a de lo que se tira, se vea o no: “Hay veces que hacen un lance nada más que para completar ese porcentaje que para justificar que no han tirado pescado al mar. Pero todos tiran. En los únicos barcos que no se tira pescado es en los que se hace la pasta de pescado, los buques factorías porque ni el cuero se tira porque va a la harina.” kilómetros desde “La Fueguina”, el primero, hasta “Puerto Pirata”, el último. En temporada alta conviene reservar, aunque no todos tienen la experienci­a necesaria como para manejarse con gran demanda. Los responsabl­es de “Puerto Pirata”, por ejemplo, una bella casita escondida en el bosque, muy cerca de una cascada rutilante, no cumplieron con la reserva de estos cronistas porque se vieron superados por la demanda del día.

Sergio Corbo, en cambio, dueño del primer restaurant­e de la zona, “La Sirena y el Capitán”, conoce mejor el riesgo. Él no acepta reservas. Dice que esa es la particular­idad de un restaurant­e en el fin del mundo. Sus clientes vienen de la otra punta de la isla, o del continente. Ahora, por ejemplo, está esperando a un grupo que llegará de Comodoro Rivadavia. Habían prometido estar al mediodía, pero son las 17 horas y aún no han llegado. Se ríe. Nada parece preocupar a este hombre de 70 años, que se ha mudado a Almanza hace 20. El mismo pesca lo que se cocina en su local. Todas las temporadas trae un chef nuevo, con propuestas distintas. Esta vez le ha tocado el turno a Amparo Zerdan Rodríguez, una joven cocinera de Salta que fue convocada a través de la escuela gastronómi­ca cordobesa en la que cursó sus estudios.

Sergio asegura que pasar una temporada en su restoran es una oportunida­d única. “El anterior chef ya está viajando por el mundo. Porque sino sabés cocinar pescado, mariscos y cangrejos, no podés ir a ningún lado. Carne se come acá, en Uruguay y en un par de lugares más pero nada más. En Europa hay que saber cocinar todas estas cosas”, dice.

Amparo, a su lado, lo mira y sonríe grande, aún deslumbrad­a. Esa mañana ha ido en kayak a juntar algas para los famosos buñuelos de la zona. Dice que, cuando recibió la propuesta, no lo dudó ni un instante, y a juzgar por la tierna centolla que ha probado el equipo de Viva, la elección de Sergio ha sido atinada. Cuenta que “La Sirena y el Capitán” ha sido valorado como el sexto restaurant­e de la isla por su calidad gastronómi­ca, que es premiada con la fidelidad de sus clientes. El salón está siempre lleno. Tiene dos pactos con los comensales: uno, abrir todos los días, aún en pleno invierno. Otro, que la comida será la mejor con lo mejor que ofrece el mar. Centollas, por supuesto, pero también otros bichos marinos

sorprenden­tes. Como el salmón salvaje que sirvió a esta cronista. Tan distinto de los de criadero, de un rojo casi flúo. “Es que se alimentan de unos langostino­s de ese color. El salmón salvaje apareció ahora. No vas a comer en ningún otro lado este pescado”, asegura Sergio.

Dice que vivir en un pueblo de 33 habitantes es como vivir en un edificio de 10 kilómetros: “Pero tipo conventill­o, donde tenés un patio en común y todos están vinculándo­se. Yo vivía en un conventill­o en Flores, y había un patio central y ahí estaba todo. Los puteríos pasaban por el patio central. Esto es más o menos lo mismo. Acá el muelle es el rincón de los puteríos, y el salón nuestro también. Todo pasa por acá”. Comenta que no es fácil coordinar lo de la ruta de la centolla porque falta un gerente. Y destaca que lo mejor de Almanza es que todos hacen lo que quieren. Mira hacia al canal con una semisonris­a cómplice. Sabe que sus interlocut­ores no pueden siquiera imaginar lo que es el invierno allí.

“Por agua siempre se puede salir, porque el mar no se congela. Pero por tierra, cuando hace frío, hay que esperar que pase la máquina. Y no pasa hasta que no para de nevar. Si hace tres, cuatro, cinco días y no para, pasa igual. Pero a las dos horas ya tenés 40 centímetro­s de nieve. Hace 6 años tuvimos un invierno que fue tremendo: la máquina pasaba y tiraba nieve para los costados, porque no se la lleva. Acá había un muro de 4 metros, así que hacíamos una puerta para poder cruzar la calle e ir al mar. Porque nos embarcamos igual, hay que trabajar. Todos aquí vivimos de la pesca.”

El sol demora en bajar en verano, son las 18 y aún está alto. Un capitán entra al salón, ha regresado de llevar en el semirígido de Sergio a un contingent­e de turistas de paseo entre las islas. Se ofrece a volver a salir con los cronistas. Se suma una pareja de barcelones­es. La ruta de la centolla puede incluir una navegación más artesanal que la de los típicos catamarane­s turísticos. Casi no hay viento, la embarcació­n se mece, los tripulante­s se entusiasma­n junto a los pasajeros observando pingüinos y lobos marinos. El confín del mundo es una inmensa caja de Pandora.

“EL SALMON SALVAJE APARECIO AHORA. SON DE UN ROJO CASI FLUO PORQUE SE ALIMENTAN DE UNOS LANGOSTINO­S DE ESE COLOR. NO VAS A COMER EN NINGUN OTRO LADO ESTE PESCADO.” ...

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BITACORA.Rafael Quesada lleva un registro escrito de cada una de sus salidas de pesca.
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HERRAMIENT­AS. Las antiguas trampas de mimbre decoran el paisaje agreste de Almanza.

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