SIN NOSTALGIA DE LA ESCARCHA PORTEÑA -

La lectura de Encender una hoguera, el magistral y estremecedor cuento de Jack London (1876-1916), basta para imaginar lo que puede hacer el frío extremo con el cuerpo de un ser humano. El relato, publicado en su versión definitiva en 1908, narra la historia de un hombre que desoye el consejo de los veteranos y se aventura solo, apenas acompañado por un perro y con una temperatura de cincuenta grados bajo cero, en la inmensidad polar del Yukón, un territorio de Canadá que linda con Alaska. El frío lo irá congelando de a poco (nariz, mejillas, manos, pies) hasta hundirlo en un sueño blanco y letal. London conocía muy bien los rigores que describe en su texto: él mismo, nacido en la soleada California, se dejó llevar hacia esa región por la fiebre del oro de fines del siglo XIX, enfermó de escorbuto (un trastorno que se debe al déficit de vitamina C) y salvó su vida de casualidad. La tecnología moderna ha reducido muchísimo los padeceres de quienes se exponen a climas que parecen más propios de la Luna que de la Tierra, pero aun así, cuando llegan imágenes de olas de frío brutal como las que se produjeron el mes pasado en los Estados Unidos y Canadá, uno no puede menos que agradecer el haber nacido aquí, en esta Buenos Aires subtropical, que ya ni escarcha tiene en invierno.