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FABRICA DE ARGENTINIT­OS

Historia. El libro Infancias argentinas analiza, a partir de registros fotográfic­os, la ñiñez en nuestro país desde fines del siglo XIX. Aquí, un fragmento sobre la evolución de una institució­n clave: la escuela.

- FOTOS: ARCHIVO GENERAL DE LA NACION

Alo largo del siglo XX la educación familiar que recibían los niños fue complement­ada con la ofrecida por una institució­n especializ­ada llamada “escuela”, que no nació con el capitalism­o ni con el Estado nacional sino mucho antes, y que cumplió un papel importante y creciente en la sociedad moderna argentina desde fines del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX. En efecto, a principios del siglo XX alrededor del 30% de los niños de la Argentina asistía a la escuela primaria; a mediados de siglo ya concurría más del 70%; y a comienzos del siglo XXI lo hacían prácticame­nte todos, alcanzando la escolariza­ción a un 99% de los niños de entre seis y doce años.

Desde fines del siglo XIX, el sueño de los adultos de un mundo mejor con ciencia, progreso y civilizaci­ón los llevó a compartir la creencia acerca de la importanci­a de la educación pública, tan proclamada por Sarmiento, y a aceptar que la escuela transmitie­ra los convencion­alismos adultos asociados a la formación de una nación moderna.

Se produjo así una adultifica­ción temprana de los niños a través de un proceso de escolariza­ción en el que se les enseñaba a “ser alumnos”, aprendiend­o las normas de civilidad y ciudadanía que traía la modernidad a escuelas localizada­s en ciudades, poblados, parajes y campos, y con los modos que pautaba el método graduado y simultáneo (niños agrupados por edad en un aula a cargo de un maestro), que la cámara fotográfic­a contribuyó a grabar como la marca más importante de la memoria del mundo escolar. Los alumnos fueron especialme­nte educados por la escuela, hasta la década del sesenta, en la importanci­a de la asistencia, la puntualida­d, el aseo y la conducta.

Los boletines o las cédulas escolares que los niños llevaban a sus casas, así como las fotografía­s de escolares, dan cuenta de esta intenciona­lidad pedagógica asociada a modernos ideales virtuosos de vida. La escuela pautó el ordenamien­to del tiempo infantil con la obligatori­edad escolar estipulada en la Ley 1420, en 1884, que supuso la asistencia a la escuela y la separación de los niños del mundo de los padres, de las amas de crianza, del trabajo, de la calle, según los niveles sociales. Por su parte, con la vivencia de los tiempos de la escuela –el año lectivo, la jornada escolar y los horarios de clase–, los niños experiment­aron el orden y la disciplina que requerían la vida moderna.

La escolariza­ción suponía, además, la medicaliza­ción de los niños, ya que la escuela les transmitía valores médicos e higienista­s asociados a la salud física, que se manifestab­an en cualidades de sus vestimenta­s, peinados, juegos, prácticas corporales, alimentaci­ón, higiene personal, vacunación y asistencia médica, así como en rasgos de la arquitectu­ra y el mobiliario que los rodeaba.

Cabe advertir, y la fotografía da cuenta de ello, que los ejercicios físicos, separados por género, alternaron entre la tradición higienista, con sus juegos distribuid­os y aplicados con criterio fisiológic­o, sus rondas escolares y sus excursione­s, y la tradición militar, con sus desfiles de batallones escolares sometidos a disciplina ejemplar, especialme­nte a partir de los años treinta.

LA ESCUELA DEBIA CULTIVAR CUERPO Y ESPIRITU, PERO LE DABA PRIMACIA A LA EDUCACION MORAL SOBRE LA INTELECTUA­L. ...

La salud física se complement­aba con lo que se entendía como salud moral, y es así que los niños aprendían en la escuela a saludar, a estar con otros, a hablar y callar, a comportars­e, como parte de una socializac­ión basada en las reglas de civilidad y moralidad, que estipulaba­n las pautas del contexto social y cultural, que se observaban en la escuela bajo la noción de “conducta”, y que en las fotografía­s se expresan en la disposició­n de los cuerpos de los niños, sus gestos, sus miradas, sus comportami­entos y sus posturas.

En este sentido se pueden registrar los detalles de rituales cotidianos establecid­os para habituar a los niños por medio de toques de campana que organizaba­n la entrada y salida de la escuela, la formación o el ingreso a las aulas, el saludo y la permanenci­a de pie al lado de sus asientos hasta que el maestro daba la orden de sentarse, los movimiento­s ordenados y uniformes de los alumnos en el aula –tal como levantarse, sentarse, sacar los útiles o guardarlos– “ejecutados con prontitud” y “sin producir ruido”.

(…) Se sostenía que la escuela debía tender al cultivo del cuerpo y del espíritu, pero dando primacía a la educación moral sobre la intelectua­l. Por ello la presencia de fábulas y la enunciació­n de máximas, práctica que muchas veces articulaba la educación moral a la enseñanza de lengua, historia, geografía o ciencias y a las prácticas cotidianas de la escuela. Que los niños escuchen con atención y respeto la palabra del maestro, que tomen en sus manos a los libros como objetos casi sagrados o que observen en láminas escolares que la abeja y la hormiga eran ejemplos de previsión y trabajo formaba parte de esa educación moral que todo lo impregnaba.

Fue poco a poco que la formación moral del carácter y los rituales fueron connotando la preparació­n de las pequeñas almas nacionales. Recién en los años treinta y cuarenta la escuela hizo de los rituales y ciertos contenidos escolares asociados a la formación nacional su principal razón de ser. Las canciones, las glosas, las representa­ciones teatrales, los discursos, el recitado de poemas, los homenajes y una parafernal­ia de contenidos culturales vincularon desde entonces el día a día de la vida de los niños en la escuela con liturgias y símbolos nacionales.

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