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LA COLUMNA DEL DOCTOR ABDALA -

- NORBERTO ABDALA DOCTOR EN MEDICINA. PSIQUIATRA. DOCENTE UNIVERSITA­RIO. POR NORBERTO ABDALA norbertoab­dala@gmail.com

El debate entre pesimistas y optimistas no ha variado a través del tiempo ya que siempre hubo personas con tendencia a ver el vaso medio lleno y otras el vaso medio vacío. El equilibrio parece estar en poder transitar por el borde entre el pesimismo y el optimismo, aunque con una ligera inclinació­n hacia el optimismo.

Quería preguntarl­e, según su experienci­a, qué es mejor: ¿ser optimista o pesimista? A veces por mucho entusiasmo he llegado a perder dinero y en otras al revés, el pesimismo me sirvió de protección. Gracias. Germán Gutter, Rosario.

Cada persona puede definirse con relativa facilidad y, según el momento, como optimista o pesimista. El optimismo le brinda una visión positiva de la vida y sobre lo que le sucede, mientras el pesimismo lo vincula con la desesperan­za o la desilusión. En otras palabras, el optimista espera que le sucederán cosas buenas y el pesimista, por el contrario, cosas negativas.

En realidad, el debate entre pesimistas y optimistas poco ha variado a través del tiempo ya que siempre hubo personas con tendencia a ver el vaso medio lleno y otras el vaso medio vacío, sin que se haya definido hasta ahora sobre quiénes tienen la razón.

Pero una rápida aceptación de estos conceptos puede generar interpreta­ciones equivocada­s ya que, por ejemplo, el exceso de

optimismo puede llegar a ser más contraprod­ucente que el propio pesimismo ya que un exceso de expectativ­as positivas consigue ser tan frustrante como la total carencia de ellas y, en ambos casos, se termina falseando la realidad.

El pesimista suele padecer ansiedad, frustració­n, desánimo, apatía, desaliento, insegurida­d o depresión que lo lleva al abandono de sus tareas, a la pérdida de metas, a la inactivida­d, inercia, a dudas o indecisión que terminan por limitar posibles acciones que podrían resultarle de utilidad.

Quien es muy optimista, suele estar tan enamorado de sus ideas y creencias que lo hace más propenso a cometer errores por no evaluar los riesgos ni peligros posibles ( jugar en exceso en el casino por la seguridad de ganar, endeudarse, arriesgars­e en negocios audaces o colocarse en diversas situacione­s de peligro).

Un ejemplo del riesgo que conlleva el optimismo es la conocida Paradoja de Stockdale, quien era un almirante norteameri­cano que estuvo prisionero durante 8 años en la guerra de Vietnam (19551975), en pésimas condicione­s, torturado de manera reiterada y que, pese a todo, sobrevivió.

Mientras estuvo en cautiverio, Stockdale observó que los prisionero­s que menos probabilid­ades de sobrevivir eran los que tenían, curiosamen­te, un exceso de optimismo. Estos cautivos no dejaban de creer que para la siguiente Navidad estarían liberados y de regreso en casa. Sin embargo, a medida que transcurrí­a el tiempo, se sucedían estas fiestas y seguían cautivos. Deprimidos, se abandonaba­n a sí mismos y terminaban muriendo. En cambio, aquellos prisionero­s que mantenían la esperanza pero aceptando con realismo el horror que les tocaba vivir eran los que terminaban sobrevivie­ndo.

El equilibrio parece estar en poder transitar por el borde entre el pesimismo y el optimismo, aunque con una ligera inclinació­n hacia el optimismo.

Juan José Sebreli en El asedio a la modernidad lo resume muy bien cuando expresa en relación al progreso: “El optimismo absoluto es la negación del progreso porque considera que vivimos en el mejor de los mundos, que no es necesario cambiar nada, todo lo que pasa está bien. La idea de progreso es una combinació­n de pesimismo ( las cosas están mal) y de optimismo ( las cosas pueden mejorar); pesimista con respecto a la realidad presente; optimista en lo referido al porvenir, a las posibilida­des futuras”.

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