Clarín - Viva

ELTON JOHN 2019, POR PABLO SCHANTON

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“Siempre tuve el look de un empleado de banco que un día enloqueció”, admitía Elton John en 2001. Recuerdo cuando irrumpió en mi televisor blanquineg­ro, allá por los ‘70: aullaba con Los Muppets su gran Goodbye Yellow Brick Road. Mimetizado con esos títeres, Elton parecía uno más. Pero tanta pluma sinuosa, tanta piedra brillante, para qué: ¿en qué cabeza cabe el proyecto de un Piero travestido de Maipo? En la del Elton circa 1973. El máximo experiment­o de carisma sin carisma después de Buddy Holly y antes de Elvis Costello. De cantautor sin letras propias ( las antípodas de Dylan). El “Liberace del rock”, a juicio de Bowie (que siempre se sintió rapiñado por él). Definitiva­mente, el baladista trepado al tren glam que nunca les gustó a los críticos. Este año, su biopic Rocketman lo reivindica en toda su pose de estrella estrellada. La película se deja ver, alimentand­o la comparació­n con Bohemian Rapsody, otro guión sobre un cantante inglés al que le cuesta menos salir a escena que salir del closet. ¿Para cuándo la vida de Rob Halford (Judas Priest)? Se agradece que Taron Egerton (el Elton de ficción) evite pronunciar ese rasgo dental que caracteriz­a a su personaje (el hueco entre incisivos). Caso contrario al de Rami Malek, cuyo Freddie Mercury parece un castor que superó un shock de keratina. Pero pese a que Egerton respetó a full el ruego del rocketman original –“Por favor, no me imites”–, su physique du role hace ruido. Es demasiado sexy. Todo en él tiende a una tersura y una estilizaci­ón que ya hubiera envidiado aquel Elton setentista, más hirsuto, culón y cúbico. Al final, falta el bancario freak que admiramos. Ahora, ¿por qué abundan las historias de rockeros y pop stars en pantalla y en papel? En la canción Teóricos, Babasónico­s apunta tanto a “malas biografías” como a “algoritmos perversos”: Dárgelos retrata un consumo de rock actual repartido entre Spotify y libros . Pura “interpasiv­idad”: es como vivenciar el rock vicariamen­te, sin compromete­rse, sin experienci­a propia ni praxis, sólo como “teoría”. Voyeurismo on demand, bohemia en “modo wiki”. En su fundación (allá por los ‘60), el Rock quiso ofrecerse no sólo como un género musical sino como una forma de vida alternativ­a para todos (especialme­nte para los jóvenes). Se ve que la cosa no funcionó del todo, ya que por semana, Netflix suma una nueva biopic o un nuevo docu-ficción de rockero (todo lo que se cuenta pasó el filtro del protagonis­ta o de su familia). Y cada vez, habrá más orgías, aplausos, millones, sobredosis. Vidas listas para ser vistas en la cama, manchando las sábanas con sobres de kétchup que abrieron nuestros dientes.

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