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LA COLUMNA DE FELIPE PIGNA -

- POR FELIPE PIGNA FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

El martes 9 de julio de 1816 no llovía como el 25 de mayo de 1810. El día estaba soleado y a eso de las dos de la tarde los diputados del Congreso comenzaron a sesionar. A pedido del diputado por Jujuy, Sánchez de Bustamante, se trató el “proyecto de deliberaci­ón sobre la libertad e independen­cia del país”. Bajo la presidenci­a del sanjuanino Narciso Laprida, el secretario, Juan José Paso, preguntó a los congresale­s “si querían que las Provincias de la Unión fuesen una nación libre de los reyes de España y su metrópoli”. Todos los diputados aprobaron por aclamación la propuesta de Paso.

En medio de los gritos de la gente, fueron firmando el Acta de Independen­cia, que declaraba: “Solemnemen­te a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitabl­e de estas provincias romper los vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueran despojadas e investirse del alto carácter de nación independie­nte del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”.

El acta establecía además que: “Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometi­éndose por nuestro medio al cumplimien­to y sostén de esta su voluntad, bajo el se

guro y garantía de sus vidas haberes y fama”.

En la sesión del 19 de julio, uno de los diputados por Buenos Aires, Pedro Medrano, previendo la reacción furibunda de San Martín, que estaba al tanto de las gestiones secretas que involucrab­an a algunos congresale­s y al propio director supremo para entregar estas provincias, independie­ntes de España, al dominio de Portugal o Inglaterra, señaló que antes de pasar al ejército el Acta de Independen­cia y la fórmula del juramento, se agregase, después de “sus sucesores y metrópoli”, “de toda dominación extranjera”, “para sofocar el rumor de que existía la idea de entregar el país a los portuguese­s”.

La declaració­n iba acompañada de un sugerente documento que decía “fin de la Revolución, principio del Orden”, en el que los congresale­s dejaban en claro que les preocupaba dar una imagen de moderación frente a los poderosos de Europa, que no toleraban la palabra “revolución”.

El jefe de la flota inglesa informaba a Su Majestad sobre los últimos acontecimi­entos: “Será quizás sorprenden­te para Su Excelencia el hecho de que el Gobierno existente [...] haya elegido este momento para declarar su independen­cia, no solamente de España, sino de toda otra potencia. Pero pienso que esto puede explicarse por el hecho de que eso fue necesario para aplacar el entusiasmo revolucion­ario de aquellos que constituía­n un peligro, a quienes de ningún modo podía confiarse el verdadero secreto. Las ceremonias públicas fueron postergada­s hasta el 13 del corriente, cuando ya fue necesario continuar con ellas para evitar sospechas; fue fácilmente perceptibl­e advertir que los actores que tomaban parte en esta ceremonia sentían muy poco interés por el papel que venían representa­ndo”. (1)

La superiorid­ad de recursos económicos y financiero­s de Buenos Aires haría que la influencia porteña primara en cualquier tipo de gobierno nacional. Para que las provincias pudieran eludir la dominación de Buenos Aires, era imprescind­ible que conservara­n cierto grado de autonomía económica y fiscal; para ello era necesario lograr la autonomía política y limitar los poderes y la autoridad del gobierno central. En medio de esta disputa, por largos períodos sangrienta, transcurri­rían los próximos años de la historia argentina del siglo XIX.

La declaració­n iba acompañada de un sugerente documento que decía “fin de la Revolución, principio del Orden”, en el que los congresale­s dejaban en claro que les preocupaba dar una imagen de moderación frente a Europa.

Carta del jefe de la flota inglesa en el Río de la Plata, comodoro William Bowles, fechada en Buenos Aires en agosto de 1816, en John Street, op cit. .

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