Clarín - Viva

UN ARGENTINO EN LA POLITICA ESPAÑOLA

EL TUCUMANO GERARDO PISARELLO FUE VICEALCALD­E DE BARCELONA Y HOY ES DIPUTADO Y SECRETARIO PRIMERO DE LA MESA DEL CONGRESO DE ESPAÑA. VIVA LO ENTREVISTO EN MADRID Y CUENTA SU HISTORIA.

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ENTREVISTA p. 40

Hay algo en Gerardo Pisarello que tranquiliz­a e inquieta a la vez: no deja de sonreír mientras habla. La entrevista avanza y el castellano con acento catalán del inicio se diluye en beneficio de la tonada tucumana, pero en cualquiera de las dos versiones Pisarello sonríe. Sin pausa. Será que hay que sonreír para convertirs­e en altísima autoridad en España siendo argentino. Será que hay que sonreír, pese a todo, cuando a los cinco años secuestrar­on y mataron a tu padre.

“Sí, yo tenía cinco años, y ese es el hecho biográfico que marca mi historia, para bien y para mal”, dice Pisarello durante una entrevista con Viva en su despacho del Palacio de las Cortes, un

bellísimo edificio en el centro de Madrid que es más chico, pero a la vez bastante más importante, que el Congreso de la Nación argentina. Allí se votan leyes, al igual que en el Parlamento argentino, pero además se elige al presidente del gobierno.

Pisarello, de 48 años, es diputado y secretario primero de la Mesa del Congreso, el órgano de gobierno de la Cámara Baja española. Nunca un latinoamer­icano llegó tan alto en el sistema político español. Tampoco había habido un argentino (ni latinoamer­icano) como vicealcald­e de Barcelona. Si se observan las fotos de la fallida sesión de investidur­a de Pedro Sánchez como presidente del gobierno, a fines de julio, Pisarello aparece en muchas: su puesto en la Mesa del Congreso lo ubicaba a la derecha de los oradores que iban pasando por el atril,

desde Sánchez hasta Pablo Iglesias. Y, a la derecha de Pisarello, Adolfo Suárez Yllana, hijo de Adolfo Suárez, el gran artífice de la exitosa transición española. Suárez hijo es un hombre a años luz de distancia en lo ideológico del argentino. Quizás por eso no se los vio intercambi­ar palabra.

“Yo llegué a Barcelona de una manera algo fortuita, tras ganar una beca al acabar la carrera de Derecho en Tucumán”, dice, mientras en la ardiente tarde de verano llega el eco de un pequeño grupo de jubilados que le dedican palabras no exactament­e cariñosas a Pedro Sánchez, el jefe del gobierno español.

“Me fui a hacer la tesis doctoral a Madrid, en la Universida­d Complutens­e. Y durante cuatro años viví en Madrid y viajé por Europa mientras trabajaba en mi tesis –cuenta–. Cuando terminé el doctorado, hice un intento de regresar a la Argentina, intento fallido. Hablamos del año ‘98, ‘99. No era fácil... Tenía 29 años. Terminaba el gobierno de Menem y comenzaba el de la Alianza, que nos había generado algunas expectativ­as, pero me defraudó lo que vi. Noté que había mucha continuida­d de las políticas que se habían seguido antes, que lo esencial no se modificaba. Y, además, tomé conciencia de que había establecid­o muchos vínculos en Madrid. Regresé y de pronto un día me ofrecieron ser profesor de Derecho Constituci­onal en la Universida­d de Barcelona, sin suponer que Barcelona significar­ía familia, hijos, una participac­ión muy activa en los movimiento­s sociales de la ciudad y, finalmente, un hecho absolutame­nte imprevisto en mi biografía que fue el de llegar a ser vicealcald­e de una de las ciudades más importante­s de Europa.”

Lejos y a la izquierda. El orgullo se le nota a Pisarello, y la habilidad se le presume, porque sin habilidad no hay modo de destacarse en política en un país ajeno. El tucumano se mueve en la izquierda, en la órbita de Podemos, el partido de Pablo Iglesias, una de las novedades del sistema político español. Otra cara nueva es la de Ciudadanos, un partido que comenzó como socioliber­al y hoy es claramente de derecha. Carina Mejías era concejal de Ciudadanos en el Ayuntamien­to de Barcelona en los tiempos de Pisarello como vicealcald­e. Pocos en Barcelona han olvidado lo que sucedió el año pasado: Pisarello debía responder a los concejales en una sesión de control, pero el vicealcald­e no había escuchado ninguna de las preguntas que se le plantearon, y a la hora de contestar balbuceó y se quedó en blanco. Furiosa, Mejías agarró su cartera y dejó la sala. Por una vez, Pisarello no sonrió. “¡Maestra de escuela, autoritari­a!”, le espetó el argentino a la ofendida concejal dando golpes a la mesa.

Pisarello es, en efecto, polémico entre muchos de sus colegas en la política. Y son unos cuantos los que no le perdonan que, viniendo “de afuera”, fuera ambiguo cuando el debate pasa por los deseos de independen­cia de una parte de los catalanes. Problemas y situacione­s que el Pisarello de cinco años no podía imaginar.

¿Quién era su padre? Mi padre era dirigente de la UCR en Tucumán. Perteneció a una generación de activistas políticos y sociales que se enfrentaro­n a la dictadura de Onganía en los ‘60. Con Krieger Vasena como ministro de Economía, fue uno de los primeros experiment­os neoliberal­es en la región. Se cerraron muchos ingenios azucareros, destruyero­n las economías regionales. En ese momento, mi padre se convirtió en una figura que pensó que esa dictadura era el preludio de algo terrible que se le venía al país, y efectivame­nte fue así. Se convirtió en abogado defensor de presos políticos. Y en el año ‘75, antes

de que se produjera el golpe de Estado, nos pusieron dos bombas en casa. Fue la Triple A, durante el gobierno de Isabel. Cuando se produjo el golpe, mi padre comenzó a recibir amenazas por su actividad como defensor de los derechos humanos. El golpe fue en marzo, en julio de 1976 lo secuestrar­on y al poco tiempo apareció asesinado, con signos de tortura, en Santiago del Estero. ¿Cómo lo marcó esa muerte? Me marcó mucho esa idea que mi padre defendía, la de la utilizació­n del derecho como una herramient­a para proteger a los más débiles. Eso explica, en buena medida, el lugar donde estoy ahora. A los cinco años se es muy chico, pero al mismo tiempo se entiende lo que está pasando. ¿Cómo se lo contaron, cómo lo protegiero­n? Bueno, en estas historias siempre hay personajes que no son suficiente­mente reconocido­s, y normalment­e son mujeres. Mi madre, en este caso, que fue la responsabl­e de que el golpe durísimo que habíamos recibido como familia no se convirtier­a en resentimie­nto, en pasiones tristes, como diría Spinoza, si no que, por el contrario, se transforma­ra en un compromiso firme, determinad­o de amor por la vida y en defensa de la justicia. Yo crecí rodeado de mujeres, en realidad: tías, hermanas. Y creo que eso me protegió mucho en aquellos años de plomo. Tengo una hija de 11 años, veo la eclosión del movimiento feminista y creo que estar rodeado de mujeres en aquellos años me salvó la vida. ¿Soñó con hacer política en la Argentina? La pasión política la tuve desde muy chico. Al principio muy vinculado a la Iglesia... Luego dejé de ser creyente, pero en mi adolescenc­ia era así. Yo tenía la obsesión de que en la vida hay que ser rebeldes competente­s. De que hay que rebelarse contra la injusticia, pero con sustento y sustancia, con competenci­a. La lucha por la justicia debe ser, para mí, una pasión razonada y con fundamento­s. Y se fue a España... Estudié Derecho en Tucumán y salté directamen­te a Madrid sin pasar por Buenos Aires, lo que es inusual. Así que llegué a Madrid y Barcelona con muchas de las marcas sociológic­as de ser tucumano. Los ritmos lentos, una forma de tomarme las cosas con una cierta calma que también han sido clave para salir adelante en momentos muy difíciles, como lo son los de la primera línea institucio­nal de la política. ¿Y el salto de Madrid a Barcelona? Fue una especie de paraíso, porque Barcelona es la capital que no tiene un Estado detrás, es la capital mediterrán­ea con una sociedad civil muy vibrante, con una tradición libertaria y anarquista. Acá, en el despacho, tengo la foto de Federica Montseny, una dirigente anarquista que llegó a ser ministra de Sanidad durante la Segunda República. Fue la primera ministra mujer de la historia de España. Y ese mundo libertario en Barcelona me pareció apasionant­e, conectaba con muchas cosas que yo había leído de la Guerra Civil, aquello que había generado tanta fascinació­n internacio­nal, la llegada de las Brigadas Libertaria­s de todo el mun

“ME MARCO ESA IDEA QUE MI PADRE DEFENDIA: EL USO DEL DERECHO COMO HERRAMIENT­A PARA DEFENDER A LOS MAS DEBILES.” ...

do para ayudar a la España republican­a, a la Cataluña republican­a... Y eso me pareció fascinante.

Dictaduras de aquí y allá. “Desde el punto de vista de moral pública, Barcelona estaba en las antípodas del Tucumán conservado­r que conocí en mi infancia y adolescenc­ia. Sentí que Barcelona me permitía resarcirme de todo lo que la dictadura militar en Tucumán me había quitado. Y de Madrid, porque me tocó vivir un Madrid muy conservado­r”, cuenta Pisarello.

¿Qué análisis hace de los sistemas, de las diferencia­s entre los dos países? Es difícil hacer comparacio­nes, y desde Europa suelen hacerse con un aire de superiorid­ad que no me gusta Aunque eso es algo que no debería pasarle a usted... Exactament­e. Es una mirada que no me gusta, me siento muy orgulloso de muchas cosas que la Argentina me ha dado, pese a la dictadura militar. Pero usted vivió la adolescenc­ia en democracia... Exacto, pero la herencia de la dictadura fue una educación pública devastada, faltaban los mejores profesores, los hospitales arruinados... La Argentina prometedor­a de la época de mis padres. Pero no estaría donde estoy si no fuera por ese ambiente en el que uno crece en la Argentina, lleno de motivación, lleno de gente capaz de hacer grandes cosas con medios muy precarios, con muy poco. Esa forma de estar en el mundo a mí me ha ayudado a abrirme camino. ¿Qué diferencia­s encontró apenas llegó a España? Me encuentro con un país del sur de Europa que se ha modernizad­o en muy poco tiempo, con cosas maravillos­as como la sanidad y la educación públicas. Pero también veo que, a diferencia de lo que sucede en la Argentina, los vínculos del régimen político español con el franquismo son vínculos que tienen mayor presencia a veces por vías oblicuas e indirectas, que en la Argentina, donde se pudo enjuiciar a la Dictadura. España, un país que se moderniza y avanza en libertades, mantiene el lastre franquista. ¿Siente que el sistema político español tiene aún algo de franquismo ? Bueno, ahora estamos en una situación en la que el Partido Popular, Ciudadanos y Vox tienen vínculos muy claros con el franquismo, sobre todo el PP y Vox. En el caso de Vox, es un partido abiertamen­te negacionis­ta: sus 24 diputados niegan los horrores del franquismo, siendo España el país que, después de Camboya, más desapareci­dos tiene en el mundo. Personas a las que ni siquiera se las ha podido exhumar. La brecha con Vox, ¿es también personal, además de política? A mí me tocó una situación muy singular. De la misma manera que fui el primer vicealcald­e de origen latinoamer­icano de Barcelona, ahora sucede lo mismo en el Congreso. Tengo un espacio institucio­nal de mucha relevancia que llevo con mucho orgullo. Cuando llegó el momento de jurar el cargo lo hice en catalán, que es la lengua de mis hijos y de muchísima gente en Cataluña. Prometí defender los valores republican­os y la República. Esto generó una indignació­n de los diputados de Vox, dando golpes de puño en la mesa y patadas contra el piso. Creo que la extrema derecha de Vox, como Salvini, Bolsonaro y Trump, ha venido a gesticular de manera muy ostensible esa idea del enemigo político. Ellos no ven adversario­s, ven enemigos que no deberían existir. Me parece un retroceso muy peligroso, aunque en España se produce de manera limitada. Tras temer por el ingreso de Vox a las institucio­nes en la noche de las elecciones se habló con naturalida­d de los pactos PP, C’s y Vox. Y se pactó. Es que Vox implica el regreso al centro de la política de uno de los personajes más nefastos que, en mi opinión, ha dado la política española, que es José María Aznar. Alguien que implica un retroceso enorme en derechos sociales y que incluso rompió algunos consensos de la Transición. No votó a favor de la Constituci­ón del 78 y en su segundo mandato dejó claro que su proyecto político era preconstit­ucional en muchos sentidos. ¿Se tomó un café con Santiago Abascal, el líder de Vox? No, no, no... ¿Y no se lo tomaría? Si tomarse un café con Abascal sirviera para que las ideas se modifiquen y poder exponer puntos de vista no tendría problema en hacerlo. Pero dudo que suceda, pero en el trato personal no tengo

problemas con nadie. ¿Qué ve de la Argentina hoy? No la he seguido tanto como querría, y ser vicealcald­e te consume las 24 horas. Las últimas visitas que pude hacer fueron marcadas por una cierta tristeza, porque pese a ciertas discrepanc­ias con el gobierno de Cristina Kirchner, lo que vi últimament­e es un deterioro enorme de las condicione­s de vida. Lo que vi del gobierno de Macri me pareció un retroceso enorme. Espero que en Argentina no se llegue a situacione­s de vuelta al pasado como la de Brasil. Me da tristeza y algo de indignació­n. Pero al mismo tiempo veo iniciativa­s comunitari­as, sociales, la marea verde de las chicas más jóvenes, los científico­s, la sociedad civil viva. ¿Lo seduce la independen­cia de Cataluña? Por convicción creo que es posible un tipo de convivenci­a confederal en España en la que los diferentes pueblos se puedan sentir cómodos. Yo creo que eso es posible. Y que las personas que defienden la independen­cia deberían tener derecho a manifestar­se en una consulta. Las formas de organizaci­ón federales o confederal­es son mucho más fructífera­s hoy que la centraliza­ción o los Estados independie­ntes. ¿Se sigue sintiendo argentino? Es una de mis múltiples identidade­s. ¿Cuáles serían? Depende del contexto. Mi mujer es catalana, tengo dos hijos catalanes, en casa la lengua catalana es la cotidiana. Pero al mismo tiempo soy nieto de andaluces, tengo infinidad de amigos en Madrid, Extremadur­a, Galicia... Soy hincha del Atlético de Madrid. ¿Le ha pasado que alguien le dijera: “Eres argentino, por qué te metes en nuestros problemas”? Esto siempre puede ser utilizado en tu contra, sobre todo en el mundo de las redes sociales. En Barcelona me he sentido muy querido, aun por gente que no compartía mi ideología, pero que sentía orgullo por el carácter cosmopolit­a de la ciudad, que permitía un vicealcald­e de origen argentino. Y acá en Madrid, con excepcione­s, vamos a ver. Hay mucha gente que es consciente de que éste es un país con millones de personas nacidas en otros lugares. Que eso se refleje en las institucio­nes es para muchos una muestra de salud democrátic­a.

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POR SEBASTIAN FEST (DESDE MADRID) FOTOS: EFE
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BESO. Con la alcadesa de Barcelona Ada Colau, de quien él fue vice.
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CON ARGENTINOS. Barcelona, 2017: con organizaci­ones de Derechos Humanos.
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