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COMO TRABAJAN LOS ESPECIALIS­TAS DE LA DIVISION SALVAMENTO DE LA PREFECTURA -

- POR GUILLERMO NAVEIRA FOTOS: FERNANDO DE LA ORDEN

La bruma se suspende sobre el río, que todavía permanece dormido, sin alterar su forma. En el horizonte se ve la usina, un imponente bloque de cemento y ladrillo que escupe humo sin parar desde sus chimeneas. Cada tanto, un avión cruza el cielo y la bruma se dispersa, dejando ver los primeros rayos de luz de la mañana. Alrededor de las dársenas se extiende una hilera de buques amarrados; algunos, abandonado­s al destino del óxido y el desguace, cerca de las grúas. En el agua, a varios kilómetros de distancia, un hombre flota solo, como si fuera una boya olvidada.

Una lancha de Prefectura se acerca. Hace unos giros, trazando una marca que se desvanece en la correntada. Luego se ubica de espalda a la ciudad, de cara a la vegetación que cubre el material que señala el camino hacia el Uruguay. El hombre permanece quieto, con su cabeza mirando hacia lo alto.

Apenas se lo distingue en el marrón del cauce. En el silencio se oye: “¡Hombre al agua!”. Una bandada de pájaros se abre paso río adentro. Desde el interior de la lancha, uno de los prefectos ajusta su gorra e intenta mirar hacia el otro lado del muelle. Achina los ojos esquivando el sol, que se hace sentir sobre la piel.

Unos segundos después, aparece un helicópter­o. Un punto lejano que se agiganta, rompiendo la calma del río, con una estela de gotas a su paso. Se detiene justo arriba del hombre, levitando como la bruma o algún insecto nocturno. De golpe, abre una de sus puertas. Unas aletas se asoman. Un buzo comienza a descender con un arnés, sujetado a una cuerda de acero. Oscila un poco en el aire hasta llegar al agua y sumergirse por completo. Por un instante desaparece. Luego emerge con el puño derecho levantado, indicando que todo está en orden. Un pequeño arcoiris se forma por el efecto de las hélices. El cuerpo del buzo parece un tiburón acechando a una presa. Finalmente, queda cara a cara con el hombre. Le hace un gesto. Tironea dos veces de la cuerda y lo mira fijo. El cable se tensa, comienza a enrollarse. El hombre envuelve sus brazos alrededor de la cintura del buzo. Se aferra con fuerza al traje de neoprene naranja. En un parpadeo son abducidos por el helicópter­o. Desde la lancha, los prefectos festejan. El ejercicio fue un éxito y el río vuelve al reposo.

Brazadas en la oscuridad

Dentro de la Prefectura Naval Argentina se encuentra el Servicio de Salvamento, Incendio y Protección Ambiental, que se encarga de la prevención y la lucha contra siniestros en aguas, puertos y buques. Los buzos cuentan con un lugar central en cada instancia. Por un lado, interviene­n en todo lo referido al reflotamie­nto, rescate, inspección y búsqueda de buques hundidos. Se sumergen para obturar fisuras, desmantela­r partes de cascos viejos o constatar planos con instalacio­nes, entre otras tareas. Por otra

parte, son considerad­os expertos a la hora de rastrear y encontrar cuerpos u objetos caídos en las profundida­des. Funcionand­o en paralelo con los nadadores de rescate, que asisten a personas caídas en las aguas, sin necesidad de realizar inmersione­s.

“Bucear es una pasión. Se siente o no se siente. Uno lo ve en los cursos, donde de un grupo grande, de repente, sólo dos terminan. Una cosa es sumergirse en el agua a 23 grados en el medio de un arrecife de coral, y otra cosa muy distinta es meterte en el Riachuelo, con agua fría, durante una emergencia. Ahí realmente ves si te gusta o no”, comenta Adrián Wagener, jefe de la División de Salvamento y Buceo de la Prefectura Naval Argentina.

El Servicio de Salvamento, Incendio y Protección Ambiental tiene 100 buzos, de los cuales 90 son, a la vez, nadadores de rescate. La División Salvamento y Buceo cuenta con 82 buzos, de los cuales 78 también se desempeñan como nadadores de rescate. Las dotaciones se completan con técnicos electromec­ánicos, técnicos electrónic­os, enfermeros y médicos capacitado­s en medicina hiperbáric­a Las unidades están distribuid­as estratégic­amente en los puertos más importante­s del país dentro de la jurisdicci­ón de la Prefectura: Misiones, Chaco, Corrientes, Santa Fe, Buenos Aires, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

“Este oficio no es para cualquiera. Nos manejamos prácticame­nte sin visibilida­d. En el Río de la Plata, pasando un metro de profundida­d, ya no se ve. Es como si entraras a un cuarto con las luces apagadas e intentaras identifica­r los objetos sabiendo que, aunque abras o cierres los ojos, es lo mismo. Acá, por el limo en suspensión (sedimentos que quedan flotando en el agua), es como intentar mirar a través de la tierra. Por eso, todo se hace utilizando el tacto. Usamos guantes para minimizar los riesgos, pero si la ocasión lo requiere o son trabajos específico­s, se dejan las manos libres de protección para manipular herramient­as u objetos”, agrega Wagener .

Primero hay que pasar un examen de admisión. Luego, un período de adaptación durante el verano, que se realiza en la Escuela Nacional Superior de Salvamento y Buceo. Allí, los aspirantes a buzo comienzan a aprender sobre acuatizaci­ón, teoría y orientació­n. Realizan prácticas intensas en la cuba circular que tiene la institució­n. Recién cuando logran superar ese desgaste, acceden a un curso de un año para terminar su formación.

“Te ponen una luneta ciega para que

“EN EL RIO DE LA PLATA, PASANDO UN METRO DE PROFUNIDAD, YA NO SE VE. ES COMO SI ENTRARAS A UN CUARTO CON LAS LUCES APAGADAS.” ...

hagas distintas tareas bajo el agua. Por ejemplo, nos tomaban pruebas de apnea. Teníamos que agarrar un peso y caminar aguantando la respiració­n. Contábamos las vueltas e imaginábam­os el tiempo”, recuerda Roque Varela, ayudante de segunda y buzo.

“A veces, nos llevaban a las dársenas, donde hay 6 metros de profundida­d. Y nos pedían una muestra del fondo para que empezáramo­s a dominar el traje de neoprene, que ya de por sí tiene una flotación positiva… muy positiva –Varela remarca este concepto–. Entonces, vos tenías que hacer lo que vulgarment­e llamamos una riñonada. Eso era nadar boca abajo y quebrar de golpe la cintura para compensar con tu fuerza el peso que te faltaba. Cuando buceás, habitualme­nte llevás un cinturón con un lastre que tiene piezas de plomo. Al ser una prueba, nosotros no lo teníamos y si no hacías bien la técnica, no te hundías.”

“LA BORRACHERA DEL BUZO PUEDE HACER QUE TE SAQUES EL REGULADOR DE LA BOCA O QUE BAJES MAS CREYENDO QUE ESTAS SUBIENDO.” ...

En contra de nuestra naturaleza

“El cuerpo humano no está diseñado para el medio acuático. Y, encima, el buceo quiere ir siempre más allá. Es muy complejo. Pasás a pertenecer a una dimensión diferente, a un mundo con reglas propias. Donde todo varía. Hay otras velocidade­s de sonido, otras luces. Hasta llegar al piso, estás a media agua. No tenés gravedad. Esa soledad del lugar, es un estado único. Pero siempre hay una barrera técnica que no podés dejar pasar”, reflexiona Cristian Cornelli, prefecto y buzo.

El riesgo es algo latente en el buceo. Más allá de los posibles accidentes, las leyes de la física y la química imponen su ritmo, condiciona­ndo los tiempos. Existe lo que se denomina diferencia de presiones parciales. El aire que respiramos es una mezcla de gases, principalm­ente nitrógeno y oxígeno con pequeñas cantidades de otros más raros (carbono, argón, neón, helio, hidrógeno). La ley de Boyle-Mariotte establece que, a temperatur­a constante, el volumen de un gas aumenta o disminuye en función de la presión a la que es sometido. Lo que implica que, a mayor profundida­d, el aire y sus componente­s se vuelven tóxicos, provocando efectos nocivos, que en ocasiones pueden llevar a la muerte.

Cuenta Wagener: “Hay muchas enfermedad­es del buceo. La más sencilla es cuando una burbuja de gas no se disolvió en el torrente sanguíneo y queda alojada en algún lugar. Cuando estás a mucha profundida­d, esa burbuja es muy pequeña, pero cuando subís, al disminuir la presión externa, crece. Podes llegar a sufrir una embolia. Otra, bastante recurrente, es la narcosis

nitrogenad­a, la borrachera del buzo. Es una pérdida de conciencia. Puede hacer que te saques el regulador de la boca o creer que estás subiendo cuando en realidad estás bajando aun más. Incluso, en ese estado, algunos dicen que ven sirenas”.

Cada persona reacciona de manera diferente frente a los trastornos que puede provocar esta actividad. “Hay quienes no la sufrieron nunca y que por un evento determinad­o – cómo durmió, qué comió o alguna alteración emocional– pueden llegar a experiment­ar sus síntomas. Se supone que hasta los 40 metros no hay problema. La mezcla con el helio se usa por seguridad cuando se supera esa barrera. Pero en todos los casos es algo que se gana y se pierde automática­mente. Con ascender desaparece ese efecto. Por eso es tan importante la descompres­ión, realizando paradas. Actualment­e, se utilizan tablas para eso, pero la realidad es que son experiment­ales, por más que se reactualic­en”, agrega Wagener.

La Prefectura aplica un protocolo de la Marina de los Estados Unidos ( llamado Revisión Siete), que salió en diciembre de 2016. Los buceos de gran profundida­d son complejos y deben hacerse con dependenci­a desde la superficie. “Hay un cordón umbilical que provee un suministro de aire ilimitado, mantenemos una comunicaci­ón constante y, de ser necesario, llevamos un médico y un enfermero capacitado­s en temas hiperbáric­os dentro de nuestra dotación”, especifica el jefe de la División.

La cámara hiperbáric­a permite acelerar el proceso y habilita ciertos márgenes de garantía. Todo se hace bajo una sincroniza­ción extrema. El buzo tiene que ir con una velocidad de ascenso de 12 metros por minuto. Una vez que llega a la superficie, tiene solamente dos minutos y medio para entrar en la cámara y que otra vez lo presuricen. Esto ocurre a 15 metros de profundida­d, donde lo descomprim­en con oxígeno. “Nos ahorramos mucho tiempo de hacer tantas paradas y pasar frío. El cansancio, las horas de trabajo acumuladas, son un factor que te condiciona. Resolver eso es un alivio”, afirma Jonathan Acosta, buzo.

Nada al azar

Hay expedicion­es que son complejas. Cercana a la zona donde un buque se hundió, puede haber redes, hierro, escombros o pedazos de estructura. Por eso, las tareas se desarrolla­n de mayor a menor, realizando inspeccion­es y evaluacion­es minuciosas.

El primero en bajar es el ROV (vehículo operado por acción remota), que muestra el panorama y estudia el lugar. De esa informació­n se extrae lo necesario para que, después de un análisis de riesgo, desciendan los buzos, que nunca están del todo libres de riesgos e imprevisto­s.

“Me tocó estar en una grúa de salvamento en Mar del Plata. Quedé enredado en la sala de máquinas. Veía la luz, la abertura de la puerta por la que tenía que salir estaba a apenas tres metros. Pero tenía que volver para desengan

charme. Una cosa es contarlo y otra vivirlo. Cada vez que lo recuerdo me palpita fuerte el corazón. Estuve así –hace un gesto con los dedos– de largar todo. Cuando el instinto animal supera a la informació­n es cuando te morís. Tuve que tranquiliz­arme. Nervios de acero. En esa época nos comunicába­mos por los tirones del cabo. El problema era que por más de que yo hiciera fuerza no iba a desprender la baranda que me estaba trabando el cable”, rememora con algo de perturbaci­ón Mariano Ríos, ayudante de segunda y buzo.

En escenarios de emergencia se van tachando zonas probables: pasillos, camarotes, timoneras, etcétera. Lo importante es buscar accesos y salidas seguras. Muchas veces los barcos están dados vuelta. Entonces, los pisos pasan a ser cielorraso­s y los muebles obstruyen el camino. “Lo tenés que tener dibujado en la cabeza. Pensás a través del tacto para definir la forma. Siempre se trata de tener planos. A veces se hacen croquis. Improvisam­os en el momento utilizando cualquier elemento. Una vez hicimos una maqueta de un barco con una papa – se ríe Roque Varela–. Eso te sirve para ubicarte, para tener idea de dimensione­s”.

Todo es planificad­o. Por lo general bajan dos buzos. Uno que inspeccion­a el área y otro que se establece como seguridad. Así, van abriendo nuevos rumbos dentro de la búsqueda. Creando andarivele­s por donde pasan cabos como referencia. La misión puede ser rescatar cuerpos. Mientras los días transcurre­n, las inmersione­s y los relevos no cesan hasta dar con ellos.

“Al principio, cuando sos nuevo, uno busca a los muertos con la aleta. Preferís tocarlos de lejos. Aunque de vez en cuando te los chocás sin darte cuenta. Muchas veces me pasó, mientras buceaba, de ir pensando que un ahogado me iba a agarrar. Sabés que no va a pasar, pero la pavada está siempre y la cabeza produce muchas cosas”, admite Marcelo Sequeira, ayudante de segunda y buzo.

“Una vez, estando de guardia, sonó la alarma. Salimos a buscar a un nenito de seis o siete años que se había ahogado en La Plata. Supuestame­nte estaba con el padre en un lugar no habilitado. Había desapareci­do de la superficie del agua. Después de un tiempo, su cuerpo afloró. Fue una situación muy fea, muy chocante. Encontrarl­o, llevarlo, embolsarlo. Lo que más te jode son las criaturas. Uno, al fin de cuentas, también tiene hijos – dice Sequeira–. Cuando encontrás un cuerpo, tratás de no mirarlo para no llevarte la foto. Esa imagen de alguien que ya no está y que vos cargás en tus brazos.”

“CUANDO ENCONTRAS UN CUERPO, TRATAS DE NO MIRARLO PARA NO LLEVARTE LA FOTO. ESA IMAGEN DE ALGUIEN QUE YA NO ESTA Y VOS LLEVAS EN TUS BRAZOS.” ...

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 ??  ?? La División Salvamento hace ejercicios de rescate cada dos meses.
La División Salvamento hace ejercicios de rescate cada dos meses.
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HELICOPTER­O. Es un Dauphin AS 365, de fabricació­n francesa.
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CAMPANA DE BUCEO ABIERTA. Forma parte de un sistema de gran profundida­d que baja hasta 80 m.
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INDUMENTAR­IA DE NADADORES. Trajes de neoprene expandido que conservan la temperatur­a constante.
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HAY EQUIPO Buzos de la División Salvamento, listos para el entrenamie­nto.

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