Clarín - Viva

“NECESITO SALVAR VIDAS”

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MARCELA MENDONÇA (30) ES UNA ENFERMERA QUE DEJO SU SAN ISIDRO NATAL PARA EMBARCARSE EN MISIONES A AFRICA. COMO CURAR EN PAISES DONDE LAS BARRERAS RELIGIOSAS Y CULTURALES NO PERMITEN CIERTAS PRACTICAS MEDICAS.

Marcela Mendonça. Esta enfermera dejó su San Isidro natal para formar parte de Médicos Sin Fronteras en Africa y Asia. Cómo su vocación solidaria logró superar las barreras culturales y religiosas, en ciudades pobrísimas, donde abundan la desnutrici­ón, el terrorismo y las enfermedad­es mortales.

Es un día cualquiera de julio de 2018 y el aire se traslada espeso por los pasillos del caluroso hospital de Kabala, a 320 kilómetros de Freetown, la capital de Sierra Leona. La argentina Marcela Mendonça (30) recorre las distintas salas del centro de salud y se encuentra con Mohamed, que tiene seis años y una lesión muy fea en su pierna. El chico regresa al lugar con su padre después de un par de meses donde siguió su tratamient­o con uno de los médicos tradiciona­les de la zona: “¿A qué le llaman médico tradiciona­l en el Africa? Son los famosos brujos o lo que nosotros conocemos como curanderos. Recetan medicament­os y hierbas que pueden servir… Pero a veces se equivocan con las proporcion­es y, en un niño, eso puede significar la muerte”, explica Marcela o Kuki, como se presenta esta enfermera argentina en el punto del globo adonde la lleve Médicos Sin Fronteras (M. S. F.).

La historia de Mohamed siguió así: cuando regresó al hospital, la infección había ingresado en una recta imparable hasta el hueso: “Llegamos a un punto en el que ya no tenía sentido seguir dándole antibiótic­os y analgésico­s porque continuaba avanzando: lo único que quedaba era amputar la pierna”.

Dentro de la desgracia, la buena noticia era que, a diferencia de otros puntos donde trabaja M.S.F., el hospital de Kabala contaba con los profesiona­les y las condicione­s necesarias para encarar la cirugía. ¿La mala? “Que Mohamed venía de una familia musulmana y su padre no nos dejó operarlo por cuestiones religiosas. Intentamos hablarle por todos los medios, desde la psicóloga hasta la antropólog­a, explicarle que su hijo iba a tener una muerte muy fea e inmediata: iba a sufrir mucho. Pero el hombre sostenía que él no lo podía amputar si no era por decisión de Alá. Para ellos la religión domina todo porque es más importante la vida después de la muerte. Se lo llevó a su casa, donde segurament­e murió a los pocos días”, explica la argentina.

Misión: Africa.

Así son los días de Marcela Mendonça desde 2017, cuando hizo su primer viaje de M.S.F. a Angola, para asistir la emergencia sanitaria que vivían los refugiados de el Congo: “Encontramo­s mucha malnutrici­ón y tuberculos­is. Allá, la gente vive en carpas y se producen muchos accidentes por el fuego: chicos que patean una olla y terminan quemados o con problemas respirator­ios porque encienden fogatas dentro de la vivienda”.

En apenas dos años en Médicos Sin Fronteras, Marcela ya participó en cuatro misiones por distintos lugares del mundo. Otro de sus objetivos fue la frontera de Bangladesh, donde se levanta quizá el campo de refugiados más grande del mundo: “Fuimos a montar un hospital porque el campo se agrandó tanto que ya tiene más de un millón de personas. Como no está Naciones Unidas, están viviendo en condicione­s de hacinamien­to total: son kilómetros de tiendas. Pero, cuando llegamos, nos encontramo­s con que se estaba generando una epidemia. Y tuvimos que enfrentarl­a antes de encarar el hospital”, recuerda.

Desde hace años, los rohinyá llegan en masa a Bangladesh huyendo de Myanmar (o Birmania). Según Unicef, ya hay quinientos mil niños rohinyá en la frontera con la India. Se trata de una etnia excluida de su república a la que, durante décadas, privaron de los derechos de cualquier ciudadano como el acceso a la salud y la educación. “Entonces ninguno de ellos estaba vacunado. Eso, sumado a la aglomeraci­ón de gente terminó en catástrofe”, grafica Mendonça, que acudió al país limítrofe con la India a combatir la propagació­n de la difteria, una enfermedad que había desapareci­do hacía cincuenta años.

“Como era una patología casi erradicada, nadie sabía cómo tratarla. La difteria es una enfermedad respirator­ia, una bacteria que libera una toxina que viaja y destruye el lugar donde se estaciona: riñones, corazón, cerebro. Muchos chicos terminaban con secuelas neurológic­as o problemas cardiovasc­ulares o renales y morían”, describe.

¿Cuál es tu función en cada misión de Médicos Sin Fronteras?

En general, lo que hago es recorrer las distintas salas de los hospitales y evaluar a los pacientes más graves. Vemos que el beneficiar­io esté en buen camino y que al médico no le falte nada: desde una caja de reanimació­n, medicament­os, instrument­os… Pero siempre se complica: de repente ves que un paciente hizo un paro, tiene una convulsión o no está medicado de manera correcta y empezás a correr. Imagino altos niveles de catástrofe: ¿utilizan sistema de triage? Nos ha pasado en la neonatolog­ía que estamos viendo a un paciente en paro y que entra un segundo en las mismas condicione­s. Tenemos un protocolo de reanimació­n: no nos podemos quedar todo el día con un paciente –que probableme­nte muera– porque tenemos otros treinta a los que hay más chances de salvarles la vida. Entonces ves que se te mueren entre diez y veinte pacientes por semana y no es gratis.

Mi inspiració­n.

“No me gusta que me comparen con un superhéroe. Cuando vengo a la Argentina, necesito bajar al llano, comer una comida rica con mis viejos, mis hermanos y mis sobrinos, tomar un vino con mis amigos y recargar fuerza para volver a empezar”, dice Marcela, sonrisa tímida, un metro cincuenta y tres de altura y las trencitas que trae en el pelo de sus incursione­s africanas: “Es un modo de adoptar sus costumbres y que las mamás puedan confiar un poco más en mí”, describe.

Kuki se crió en el bajo de San Isidro, en una casa ruidosa donde fue la séptima de ocho hermanos. Su madre es traductora de francés, idioma que usó mayormente en sus misiones, y su papá es administra­dor.

¿De dónde sale su vocación de servicio? “Dos de mis hermanas son enfermeras y ya sabía de qué se trataba el oficio”, apunta.

Aunque la historia que la marcó para siempre es la de sus primos: “Pasé toda mi niñez con tres primos que sufrían una distrofia muscular de Duchenn: siempre entendí qué significa estar mucho tiempo al lado de gente que no la está pasando bien y necesita de vos. También conocía esa satisfacci­ón que te provoca la enfermería por ayudar a que

“USO TRENCITAS PARA ADOPTAR COSTUMRES DE AFRICA, ASI LAS MAMAS CONFIAN MAS EN MI CUANDO TRATO A SUS HIJOS.” ...

el otro viva de manera independie­nte. La enfermería es una carrera que, si no la estudiás o la necesitás, es muy difícil que entiendas de qué se trata”, explica.

Cuando terminó la secundaria en el Santa María de Luján, no sabía por dónde canalizar su vocación de servicio. Se tomó un año para trabajar mientras se decidía entre el teatro vinculado a la música o hacer algo con la Medicina.

“Me anoté en kinesiolog­ía, pero me di cuenta de que me gustaba más otra parte de la salud. Ahí vi que lo que más quería era trabajar en Médicos sin

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LOOK AFRO Marcela tuvo que adoptar costumbres locales para ser aceptada.
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