ABRIR EL COCO
Con dos tazas de coco rallado, harina, huevos y cereza, Blanca Cotta propone una delicatessen retro.
Aunque tengo computadora, sigo escribiendo mis originales a máquina. ¡La misma máquina de escribir que mi padre, maestro y poeta, martillaba hasta altas horas de la noche! Soy una convencida de que los objetos que pertenecieron a nuestros seres queridos guardan parte de su energía positiva. De pronto me parece que se acerca para acariciarme y decirme, como cuando yo tenía tres años: “¡Esta cabeza de trapezoide va a llegar muy lejos!”.
Sí. Tenía razón: mi cabeza es un trapezoide. Pero no he llegado más que hasta donde me ha dejado llegar. Y no me duele, porque siempre una frase viene en mi ayuda: “No labra uno su destino: ¡ Lo aguanta!”. De nuevo siento la voz de mi padre que, como buen maestro, trata de consolarme diciéndome: “Lo importante no es ser sol, si
no una lucecita que alumbre allí donde se la ponga”.
Si tratamos de poner alegría en cada cosa que hacemos; si intentamos conciliar diferencias y reunirnos alrededor de la mesa con nuestros seres queridos; si ayudamos desinteresadamente a quienes más necesitan, entonces es probable que alumbremos aunque sea un poquito la vida de los demás. Parece difícil, pero jamás debemos perder la esperanza de que habrá un mundo mejor si logramos el milagro de que muchísimas lucecitas se enciendan a la vez cada día.
Y ahora déjeme entrar en la cocina y tratar de recordar esos petits fours de coco que hacía la confitería de Rivadavia y Callao. ¿Serían así? Ah, un consejo: si quiere llegar a fin de mes sin sobresaltos haga la cuarta parte de los ingredientes y las cerezas imagínelas. Y si no… ¡dese el gusto! ¡Glup!