Clarín - Viva

Castelli, enjuiciado por los enemigos de la Revolución

- POR FELIPE PIGNA

Tras la derrota de Huaqui, el 18 de julio de 1811, Juan José Castelli, que no se daba por vencido, se juntó con Balcarce y su secretario Monteagudo y se dispusiero­n a apechugar la derrota. Quería irse por un rato de tanta miseria, de los quejidos de los soldados heridos, del hambre de comida y justicia que lo rodeaba y que él mismo padecía. El Alto Perú era un infierno y en Buenos Aires conspiraba­n contra él. Se imaginaba a los saavedrist­as opinando sobre la guerra, decidiendo destinos sin siquiera saber dónde quedaba Huaqui en el mapa, como decía en una carta a la Junta: “V.E, con mejores conocimien­tos a la distancia que tengo yo a la presencia”.

Estaba claro que sus enemigos de adentro no dejarían pasar la ocasión para sacarlos del medio, humillarlo­s y hasta encarcelar­los. Quizás en aquellas noches de charlas interminab­les en los Valles andinos haya nacido el plan político que los morenistas sobrevivie­ntes a la represión expondrían en la Sociedad Patriótica, y es muy probable que Bernardo de Monteagudo haya esbozado las primeras líneas del proyecto constituci­onal más moderno y justo de la época y que publicaría en la Gaceta de Buenos Aires meses después.

Allí decía el tucumano:

“Los tribunos no tendrán algún poder ejecutivo, ni mucho menos legislativ­o. Su obligación será únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación del gobierno de alguna corporació­n o individuo particular, pero dando y haciéndose­los ver en sus comicios y juntas para cuyo efecto –con la previa licencia del gobierno– podrán convocar al pueblo. (...) El poder soberano, legislativ­o, reside en los pueblos”.

“Queda pues extinguido el moderno e impropio nombre de Representa­ntes de los Pueblos con el que se condecoran vanamente los diputados y sólo se llamarán Comisarios, que dependen forzosa y enterament­e de la voluntad de sus pueblos y están sujetos como los demás ciudadanos al Superior Gobierno”.

Las derrotas no vienen solas. Hay que buscar culpables. La junta porteña se lavaba las manos y demoró todo lo que pudo la noticia de la derrota de Huaqui. En el ínterin mandó a detener a Castelli y Monteagudo y los condujo a Buenos Aires.

Al llegar a Tucumán se le informa a Castellil que por orden del superior gobierno debía partir hacia Catamarca. Este declara que no puede costearse el viaje porque no tiene un centavo. Ni siquiera tiene nada para vender, todo su equipaje le fue robado en el camino. El 30 de octubre de 1811, la Junta le entregó 500 pesos para que se traslade a Buenos Aires en carácter de procesado.

Castelli se presentó detenido en el regimiento de Patricios. Se formó un tribunal demasiado parcial que fue recusado por el propio Castelli. Uno de los fiscales, Vicente Anastasio Echeverría, había sido uno de los principale­s colaborado­res de Liniers, fusilado tras encabezar la contrarrev­olución en Córdoba por una orden de la Junta y ejecutada por Castelli.

El 14 de febrero de 1812 comenzaron las declaracio­nes de los testigos. La redacción del interrogat­orio no deja lugar a dudas acerca de la parcialida­d del juicio. Ningún testigo confirmó los cargos formulados por los enemigos de la revolución.

La nota destacada la dio Bernardo de Monteagudo, quien declaró: “Se atacó formalment­e el dominio ilegítimo de los reyes de España y procuró el Dr. Castelli por todos los medios directos e indirectos, propagar el sistema de igualdad e independen­cia”.

Mientras tanto el acusado, el orador de la Revolución, agonizaba de un cáncer en la lengua y moriría, paradójica­mente, el 12 de octubre de aquel año.

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Tras la derrota de Huaqui, estaba claro que los enemigos saavedrist­as de Castelli no dejarían pasar la ocasión para sacarlo del medio, humillarlo y encarcelar­lo.

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El orador de la Revolución fue llevado a juicio el 14 de febrero de 1812 . Moriría pocos meses después, el 12 de octubre.
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FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

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