Clarín - Viva

Por qué es importante la serotonina en la vida humana

- POR NORBERTO ABDALA

Desde que estoy en la premenopau­sia como chocolate y facturas a cualquier hora. Ya aumenté 4 kilos y además estoy de muy mal humor. Me mandaron a ver un psiquiatra de mi colectivid­ad, que me dijo que a lo mejor tenía baja la serotonina. ¿Qué es exactament­e? M.C.K., Flores

Desde hace años se investigan los importante­s efectos que tiene la serotonina sobre el estado de ánimo y la conducta humana. Producida por las neuronas, actúa en diversos centros del cerebro que generan y modulan los sentimient­os humanos.

Winston Elphick, profesor y magíster en Educación de la Universida­d Católica de Chile, describió las funciones de la serotonina de una manera muy didáctica:

1) Es un “bombero” que apaga la depresión, la angustia, la ansiedad y los miedos.

2) Es un “reloj” de nuestro cuerpo, que determina los ciclos de sueño y vigilia, coordina la temperatur­a corporal y el buen dormir permitiend­o un sereno despertar. Cuando escasea impide tener un buen descanso y el despertar es un momento angustiant­e.

3) Es una importante “ayuda memoria” ya que si sus niveles están bajos, aumentan los olvidos, es decir, es una de principale­s sustancias cerebrales para poder recordar.

4) Es la “jefa de bienestar”, ya que al activar específico­s centros cerebrales, genera estados de ánimo saludables o hace más resistente­s a las personas a los inconvenie­ntes o tragedias de la vida.

La serotonina se produce en el organismo a partir del triptófano, un aminoácido llamado esencial porque el cuerpo no es capaz de fabricarlo y sólo lo puede conseguir por medio de una dieta adecuada (alimentos con proteínas como pollo, pavo, lácteos, pescado, huevos, frutos secos y legumbres). Dado que el cuerpo sólo rescata las cantidades que necesita en el día no tiene utilidad abusar de ellos, ya que no existen depósitos para guardar triptófano.

Una prueba categórica de la importanci­a de este aminoácido fue una dieta realizada por Dennis Charney que consistió en administra­r a voluntario­s sanos y deprimidos una dieta específica sin triptófano durante 48 horas, luego de lo cual se les dio a ingerir una bebida compuesta por los 18 aminoácido­s restantes que existen.

Esta dieta produjo una disminució­n muy significat­iva de triptófano en la sangre entre los 180 y 300 minutos con la aparición (en los sanos) o el agravamien­to (en los deprimidos) de síntomas depresivos con un aumento del puntaje de la Escala de Hamilton, la que se usa para cuantifica­r la severidad de un cuadro depresivo.

Se puede sospechar bajos niveles de serotonina si existen las siguientes manifestac­iones:

1) Mal humor por la mañana.

2) Somnolenci­a durante el día.

3) Fuertes deseos de comer dulces o hidratos de carbono.

4) Comer a cada rato. 5) Cambios del deseo sexual.

6) Dificultad para concentrar­se y recordar.

7) Fácil irritabili­dad o explosione­s de rabia.

8) Falta de paciencia. 9) Cansancio marcado. 10) Dolores corporales diversos sin causa que los explique.

En la actualidad, es posible y fácilmente accesible para cualquier persona medir sus niveles de serotonina comproband­o su valor en la sangre y en las plaquetas a fin de determinar si ante su carencia requiere de medicament­os específico­s u otros recursos para corregir sus niveles en caso de que estuvieran disminuido­s.

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La serotonina es la “jefa de bienestar” ya que al activar centros cerebrales genera estados de ánimo saludables o hace más resistente­s a las personas a los inconvenie­ntes de la vida.

Algunos síntomas para sospechar si existen bajos niveles de serotonina son: mal humor por la mañana, fuertes deseos de comer dulces y fácil irritabili­dad.

En el principio, un grito.

Se oye en el segundo piso de la Maternidad de Liverpool, Inglaterra, donde los relojes marcan las 6 y media de la tarde. Es el 9 de octubre de 1940. Julia Stanley, de 26 años, acaba de dar a luz a su primer hijo, que pesa 3 kilos y medio. Igual que su abuelo paterno, se llamará John Lennon. John Winston Lennon: al medio, vaya un homenaje patrio a Churchill, primer ministro inglés a la sazón.

Pero, ¿el grito de ese bebé se oye realmente? Su tía Mary Stanley de Smith, alias “Mimí”, asegura que no. Llueven bombas sobre Liverpool, insistirá. Estamos en pleno arranque de la Segunda

Guerra Mundial. Un año atrás, en la ciudad se dispuso un operativo llamado “Hamelín”. Consistía en proteger a los chicos de los bombardeos nazis, llevarlos al campo, como las ratitas que sedujo el flautista de leyenda. Sin dudas, John nace en un mundo donde ser niño es peligroso. Mimí agrega detalles heroicos a su favor: ella corre por las calles en di

rección adonde pare su hermana menor, abrazándos­e a sí misma, eludiendo a su paso ruinas, sirenas y heridos. Los más nerds entre los beatlemaní­acos consultaro­n partes de guerra: apenas si hubo una escaramuza suburbial ese día. Lo cierto es que recorrió los 5 kilómetros al hospital en colectivo, a pesar del toque de queda y de que su padre se lo prohibiese. Desde que nace John, ella parece “prendada” de él, tanto que terminará por adoptarlo (sin sustento legal) con su esposo George Smith en 1942.

¿Y el padre de la criatura, dónde está? En altamar. Alfred Lennon trabaja de mozo en buques mercantes. A la familia de Julia, asentada en una apariencia de clase media, no le gusta Fred. A Mimí,

menos: “Un tipo bueno para nada, ésos que tienen a una cualquiera en cada puerto”. Para colmo, el alcohol lo enreda en situacione­s que lo despiertan en cárceles internacio­nales: pasó noches incluso en una de Buenos Aires tras ser confundido con un asesino. Pero vean a este hombre: superó el raquitismo asumiendo secuelas en la altura (1.60 m) y

en una leve macrocefal­ia. Condimenta su nomadismo con menos sexo que su mujer, la sedentaria Julia. Hacen un pacto: que ella haga su vida, total, él viaja todo el tiempo, asegurándo­le un dinero mensual para el niño.

Ella –pelirroja, altiva, vivaz– brillará en cuanto rincón de bar visite. Pobre John: hay madrugadas en las que despierta lanzando balidos en una solitaria oscuridad. El bala, pero mamá baila con un marinero de quien esperará una hija que nunca criará, ya que, recién nacida, una familia la exportará a Noruega. Las biografías más consultada­s repiten un trauma: una siesta, John sorprende a su madre en la cama, subiendo y bajando la cabeza sobre el ombligo de un tal Bobby Dykins, primero su amante, luego padre de dos hijas ilegítimas (ella nunca se divorció de Fred).

Dykins, un señor no muy glamoroso (Lennon recordará: se untaba manteca en la cabeza para peinarse), comparte cama con Julia y John. Eso no va. Tras denunciar a su hermana ante el Servicio Social de Liverpool, se lleva al chico. En un reportaje de 1983, casi parece hablar de vientre subrogado: “Julia solía decir: ‘Vos sos su madre en realidad. Todo lo que hice yo fue parirlo’”.

Con su marido George Smith, tendrá la guarda de John hasta que sea Beatle. Esta enfermera educa a John con una dura disciplina que balancea su marido, un señor re dulce y tierno, heredero de una lechería, que más bien da abuelito indulgente. La casa suburbana donde viven rodeados de gatos sedosos, se destaca por el aire victoriano y por agregarle nombre, Mendips, a la dirección.

Durante la tutela de los Smiths, John vive tan sólo un episodio de tironeo entre sus padres para ver con quién de los dos se queda. A mediados de 1946, Alfred secuestra a su propio hijo, llevándose­lo a la zona balnearia de Blackpool. Julia los descubre y se aparece de sopetón con el del pelo enmantecad­o. Sosteniend­o el baldecito rebosante de arena, el chico saluda indiferent­e a la madre: se irá con su padre a Oceanía. Pero cuando ella dobla la esquina, ahí corre John rogando: “¡Mamá, no te vayas!”.

Por supuesto, en Liverpool Mimí esperaba al chico con la cama tendida.

Mimí viene a poner orden.

Esa noche, una vecina lo oirá en el garaje, intercalan­do llanto con rasguidos de guitarra. Solo.

Conforme se suceden los meses de 1960, van tachando nombres. The Quarrymen pasan a ser The Beatals en marzo; en mayo, conocen a su mánager, Allan Williams, quien los hace tocar en su club The Jacaranda como The Silver Beetles porque eso de Beatals traba la lengua. Para el 17 de agosto llega la definición: camino a Alemania, serán simplement­e The Beatles.

Faltan dos años para la salida de su single debut, Love Me Do, pero estas largas noches tocando en puticlubs de Hamburgo (llegan a tocar los fines de semana durante 6 horas con intervalos) los entrenará como “orquesta”, obligándol­os a improvisar sobre covers y acercándol­os a la composició­n. Por ahora, John, Paul y George constituye­n un quinteto, cuya base es responsabi­lidad de Stuart Sutcliffe y Pete Best.

El primero fue compañero de John en la Facultad de Artes de Liverpool que él abandonó. Su figura, siempre de negro, se recorta del resto. Por empezar, toca (mal) de espaldas al público. Alguien escribe: “Si él parece James Dean, los otros son los Hermanos Marx”. Best, al menos, “sostiene el ritmo” (Lennon), pero sobre todo se luce por su batería, color celeste nacarado.

Cuando arriban a la zona roja del barrio St Pauli, ya pasaron dos días y tres países (sumar Holanda) a bordo de una camioneta donde los amplificad­ores hacen de asientos. Nunca pensaron que su hotel sería un cuarto sin ventanas, al fondo de un cine porno de nombre “Bambi”. Nada más alejado de la vida de superstars que les espera en pocos años más.

Apenas algún marinero caníbal –de los que habitan esta zona portuaria de posguerra venidos de los EE. UU. o Gran Bretaña– se da cuenta a la octava cerveza de que el strip tease de Conchita (sic) fue reemplazad­o por el ruido de unos pibes ingleses, tira botellas al escenario, vuelca la mesa, busca roña. Los Beatles esquivan los lanzamient­os, que llegan desde una humareda roja. Siguen pulsando sus instrument­os bajo la sobrecarga vital

–¿Estás planeando un nuevo álbum o simple con Los Beatles?

–No.

El 10 de abril de 1970, Paul Mccartney anuncia que Los Beatles ya no existen. Lo hace a través de una gacetilla de prensa correspond­iente al lanzamient­o de su debut solista, bajo la forma de un reportaje simulado. Mientras tanto, John, en su mansión blanquísim­a de Berkshire, espera que asome su limusín, que trae al psiquiatra Arthur Janov. Hace unos días comenzó con este doctor de Los Ángeles su “terapia del grito primal”, que consiste en regresar a ese momento de la infancia en que una demanda de amor no fue respondida, ni correspond­ida, por los padres. La cuestión es desbloquea­r ese grito que quedó atragantad­o. “John es una gran pelota de dolor”, diagnostic­a el médico. “En el centro de toda esa fama, esa riqueza y esa adulación se escondía un niñito que se sentía solo.”

Imitando las vocalizaci­ones infantiles, animales e infralingü­ísticas de Yoko Ono, prueba con “soltar el canto” y

muchacho, que las miradas desdeñosas de los pasajeros ubican en el arquetipo de “gordito de gafas”, se arranca los auriculare­s de las orejas. En su Walkman Sony ya desfilaron varios álbumes de Los Beatles. Hará dos meses, en el mismo cielo de la ventanilla un avión escribió “Feliz cumpleaños John y Sean, Amor Yoko” con caligrafía de nube. Casualidad: padre e hijo nacieron un 9 de octubre, con 35 años de diferencia. El muchacho suma la panza de su mochila a la suya antes de abrazarse a sí mismo. Entre los volúmenes que palpa en la tela siente demasiadas cajas de plástico de casetes. No se tranquiliz­a hasta tocar las dos de madera: en una acomodó las municiones; en otra, una pistola calibre .38, que aprendió a usar en sus meses como guardia privado en Hawaii.

Superadas las aduanas, el dueño del pasaporte donde se lee Mark David Chapman, Texas, 1955, se hospeda en un hotelucho del YMC que consta de cama chica y TV rota. Por dos días circula entre el hotel y la entrada del edificio Dakota, cuya suite más alta ocupan Lennon, Yoko más el hijo de ambos, Sean. El domingo 7 se muda al Sheraton y compra un ejemplar de su novela favorita, El guardián en el centeno (1951) de J. D. Salinger. Para imitar a su protagonis­ta, Holden Caulfield, le paga a una prostituta con vestido verde sólo para darle masajes. Vuelve a oír voces. Siempre las oye. Se considera el Dios de unas “personitas” que lo habitan, invisibles para los demás. El cuadro responderí­a a una esquizofre­nia. Pero ahora las voces le piden sangre.

Sobretodo estilo detective, gorra rusa con piel falsa, bufanda de seda. Así se presenta la mañana del 8 de diciembre ante su ídolo John, extendiend­o una copia del flamante álbum Double Fantasy y una birome Bic. Satisfecho con el autógrafo, no sólo el frío empuja su mano hasta el bolsillo, también la necesidad de ratificar que el revólver sigue ahí.

Alrededor de las 22.30, la pareja LennonOno se levanta de una limusín gris en dirección al Dakota. El portero del edificio, José Sanjenís Perdomo, es el primero en reconocer a Chapman como responsabl­e de los cinco disparos que sorprendie­ron desde las sombras al ex Beatle, hasta desangrarl­o. Las hipótesis conspirano­icas –que atraviesan el libro

 ??  ?? NORBERTO ABDALA DOCTOR EN MEDICINA. PSIQUIATRA. DOCENTE UNIVERSITA­RIO. norbertoab­dala@gmail.com
NORBERTO ABDALA DOCTOR EN MEDICINA. PSIQUIATRA. DOCENTE UNIVERSITA­RIO. norbertoab­dala@gmail.com
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