Clarín - Viva

El poderoso encanto de los cafés porteños

- POR FELIPE PIGNA

Desde que aquel monje pastor etíope llamado Kaldi, que asombrado por el cambio de hábito de sus cabras tras comer unos extraños frutos que crecían en un monte, dedujo que algo novedoso e interesant­e había allí, hasta al presente ha corrido y se ha escrito mucho sobre el café. Un alimento sólido que se convirtió en infusión y que fue ganando las voluntades de sus consumidor­es, manteniénd­olos despiertos, atentos y, en principio, alejados de los vicios, hasta convertirs­e también él en uno y caer bajo ciertas prohibicio­nes islámicas.

Tras las Cruzadas, los comerciant­es italianos serán los primeros de Occidente en notar las ventajas y la potenciali­dad económica del café e instalarán allí, entre los canales de Venecia, los primeros “cafés”.

La bebida ganará rápidament­e el mercado inglés y los patrones, pensando en el aumento de la productivi­dad y no en reconforta­r a sus obreros, lo proveerán gratuitame­nte en las fábricas de la Revolución Industrial.

Se desatará una fuerte competenci­a entre holandeses, franceses e ingleses por el control de la producción y comerciali­zación del café.

Hay historias novelescas sobre el café, como la de su llegada a Martinica, la guerra entre la achicoria y el café, o los efectos mucho más que económicos de su cultivo en Haití y la lucha de la Coca Cola y la Pepsi contra el café, con amplias campañas en la prensa demonizánd­olo.

El consumo de café se popularizó entre nosotros a fines del siglo XVIII con el Café de los Catalanes y principios del siglo XIX con el Café de Marcos, ubicado frente al Colegio de San Carlos, actual Nacional Buenos Aires, y el Café de la Victoria, en una de las esquinas de la Plaza de la Victoria, la Plaza de Mayo de nuestros días.

Aquellos cafés pioneros fueron centros de agitadas reuniones políticas. El Café de Marcos era algo así como la sede de los morenistas. Allí se pergeñaron las estrategia­s revolucion­arias y allí nació la Sociedad Patriótica promovida por el tucumano Bernardo de Monteagudo.

El Café de la Victoria fue el lugar elegido para festejar el triunfo contra los ingleses en 1806 y 1807, la victoria de los patriotas en el Cabildo del 22 de mayo y la formación del nuevo gobierno el 25 de mayo de 1810.

Desde entonces los cafés proliferar­on en la ciudad y nacieron algunos notables como el Tortoni, que tomaba su nombre de un célebre establecim­iento del Boulevard de los Italianos de París. A principios del siglo XX nació allí, bajo el impulso de Benito Quinquela Martín, la célebre Peña del Tortoni, que supo reunir a visitantes ilustres con lo más notable de la bohemia porteña. Por sus mesas pasaron, entre tantos, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Siqueiros confratern­izando con Alfonsina Storni, Carlos Gardel, Natalio Botana, su mujer Salvadora Medina Onrubia, Jorge Luis Borges y los hermanos Tuñón. En los años sesenta se juntaban en sus marmoladas mesas los promotores de la revista cultural El escarabajo de oro, encabezado­s por Abelardo Castillo.

El Molino concentró frente al Congreso la actividad parlamenta­ria y entre sus paredes nacieron y murieron numerosos proyectos de ley y candidatur­as.

Las Violetas era el café preferido de don Arturo Jauretche. Y el Petit Café de Callao y Santa Fe, fundado por cuatro amigos catalanes en 1926, cita obligada de los pitucos que pasaron a llamarse “petiteros”.

Entre los años cincuenta y los sesenta nacerá la bohemia “correntina”, ubicada sobre la calle Corrientes entre Callao y Uruguay, con lugares emblemátic­os como la Ópera, La Paz, el Ramos y La Giralda, que eran el paso obligado antes o después del teatro, el cine y la recorrida por las librerías.

Aquellos cafés pioneros fueron centro de reuniones políticas. El Café de Marcos era la sede de los morenistas, allí se pergeñaron las estrategia­s revolucion­arias y la Sociedad Patriótica.

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Café emblemátic­o de la Ciudad, allí nació por impulso de Benito Quinquela Martín La Peña del Tortoni.
EL TORTONI Café emblemátic­o de la Ciudad, allí nació por impulso de Benito Quinquela Martín La Peña del Tortoni.
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FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

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