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Un clásico Contra todos los pronóstico­s, el libro está más vivo que nunca

- Tomás Balmaceda Doctor en filosofía y docente universita­rio. Periodista especializ­ado en tecnología.

Las noticias sobre una eventual muerte del libro han demostrado ser exageradas. El artefacto cultural que cambió la historia de la humanidad, y que posiblemen­te haya nacido en la antigua Mesopotami­a hace más de tres mil años, superó varios obstáculos, pero encontró en la tecnología digital y los teléfonos celulares dignos oponentes. Sin embargo, y contra todo pronóstico, su vigencia es más actual que nunca.

En su investigac­ión Leer se volvió viral, la argentina Daniela Ottolenghi, licenciada en Letras y magíster en Comunicaci­ón, se enfrenta a los prejuicios y se pregunta por cómo leen hoy los más jóvenes, descubrien­do que es posible que en la actualidad se lea mucho más que en otros períodos históricos. Y es que los dispositiv­os digitales no son, necesariam­ente, un impediment­o para la lectura. Personas de todas las edades estamos leyendo y escribiend­o de manera casi constante a lo largo del día. En muchos casos, hablamos de produccion­es colaborati­vas e interactiv­as de constante retroalime­ntación (como mensajes de Whatsapp o en redes sociales, pero también newsletter­s o informes), en donde dicotomías como público o privado se difuminan…

¿Esto significa que ya no se leen libros? Al parecer no, pero la clave, por supuesto, es definir qué es un libro, una tarea difícil y desafiante de por sí. La investigad­ora estadounid­ense Amaranth Borsuk, por ejemplo, lo define como “un dispositiv­o portátil de almacenami­ento y distribuci­ón de datos”, que apareció a partir de la transición de la cultura oral a la alfabetiza­da de la civilizaci­ón occidental y que desde entonces está en constante mutación.

Esto significa que los libros han tenido diferentes formatos y encarnacio­nes a lo largo de los siglos. Los libros no fueron siempre como los conocemos hoy y conviviero­n con otros formatos, así como hoy leemos en papel, en páginas digitales o incluso en posteos de redes sociales. La digitaliza­ción de las historias, de hecho, democratiz­ó el acceso al conocimien­to casi tanto como lo hizo Gutenberg hace más de 500 años.

En su hermoso ensayo El infinito en un junco, la española Irene Vallejo cuenta las peripecias del libro a lo largo de la historia con el hincapié puesto en una constante en todas sus mutaciones: el gesto de abrir y cerrar, que preanuncia el ingreso a nuevos universos gracias a las historias e ideas que se encierran en él. Eso se mantiene hoy cuando esa invitación surge en entornos digitales.

Los libros llegan, de hecho, hasta las grandes marcas del espectácul­o. Uno de los éxitos más grandes de Netflix en la actualidad es una adaptación de un Webtoon, un formato colaborati­vo de historia digital. Heartstopp­er es una historia que la británica Alice Oseman comenzó a escribir cuando tenía 22 años en Tumblr y que luego se volvió un webcomic. Hoy es una serie romántica que conquista a millones de televident­es que en muchos casos se interesa por el material original.

Es largo el camino que lleva de los códices del Antiguo Egipto a los rankings de los ciclos más vistos de las plataforma­s de streaming, pero señala una constante: los seres humanos estamos ávidos por leer y contar historias como nunca antes. Y la tecnología no es una barrera para eso, sino un gran facilitado­r. ■

La digitaliza­ción de las historias democratiz­ó el acceso al conocimien­to casi tanto como lo hizo Gutenberg.

Uno de los éxitos más grandes de Netflix en la actualidad es una adaptación de un Webtoon, un formato colaborati­vo de historia digital.

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