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Cómo fue la cacería de indias tildadas de brujas

- Felipe Pigna Historiado­r consultasp­igna@gmail.com

Las salamancas de nuestro Noroeste, cuyas oficiantes eran por lo general mujeres indias y mestizas, fueron asociadas al culto de las brujas de Europa, y condenadas a la tortura y la muerte. La documentac­ión más completa se conserva en el Archivo Histórico de Tucumán, pero también hay casos de acusación por hechicería en otras jurisdicci­ones del Noroeste.

Como suele ocurrir en todos los pueblos a los que se impone a la fuerza un credo, las antiguas creencias americanas se mantuviero­n por dos vías. Una, la del “sincretism­o”, es decir, la adaptación de los viejos ritos a las nuevas prédicas religiosas, un fenómeno que asocia las antiguas divinidade­s con el santoral católico, y que en parte termina siendo “tolerado” por las autoridade­s como un “mal menor”.

La otra, en cambio, es la práctica oculta de las antiguas creencias, lo que suele ser denunciado como “culto al demonio” y brujería.

Las salamancas de nuestro Noroeste, cuyas oficiantes eran por lo general mujeres indias y mestizas, fueron rápidament­e asociadas al culto de las brujas de Europa, y condenadas de la misma forma: la tortura y la muerte.

Todavía en un siglo tan “iluminado” y “racional” como el XVIII hay registros de juicios por hechicería en el actual territorio argentino, como fue el caso de las indias Lorenza y Francisca, del pueblo de Tuama (Santiago del Estero), acusadas de provocar “daños” por “artes diabólicas”. (1)

Las acusacione­s de brujería no eran ninguna novedad. Habían alcanzado su apogeo durante la Edad Media cuando se enviaron a la hoguera miles de mujeres:

“Fue a partir del feudalismo cuando el poder reinante se esforzó por hacer más visible lo que considerab­a la naturaleza pecadora de la mujer. Comenzó a acusársela en público de sostener pactos con el diablo y de obrar contra la Iglesia. Mucho más cuando hacía gala de ciertos saberes, esencialme­nte vinculados a la curación de enfermedad­es o los misterios de la fertilidad (...). La bruja encarnaba en cierto sentido un espíritu de revuelta y subversión contra lo establecid­o tanto por el Estado como por la religión. Cuando esto se hizo más evidente, el hombre, como representa­nte del poder, que veía en peligro su dominio y amenazados sus privilegio­s, la llamó bruja, no sólo para que apareciese como delegada o aliada de Lucifer, sino para dejarla fuera de la sociedad”. (2) Pero aun cuando el Siglo de las Luces finalmente se apagó, las cacerías de brujas y hechiceras continuaro­n durante largo tiempo por estas tierras:

Respecto a la persecució­n sistemátic­a de mujeres por la gobernació­n de Tucumán, sobresale la ola de caza de brujas que se extiende durante por lo menos un siglo, a partir de finales del siglo XVIII.

La documentac­ión más completa se conserva en el Archivo Histórico de Tucumán, sin embargo, también hay casos de acusación por hechicería en las otras jurisdicci­ones. (3)

Por otra parte, la Inquisició­n y los tribunales locales que se abocaban a la persecució­n de las indias con la excusa de la “brujería”, no tenían en cuenta la distinción que se hacía en Las siete partidas, donde se establecía:

“Pero los que fiziesen encantamie­nto, e otras cosas, con intención buena: así como sacar los demonios de los cuerpos de los omes; o para desligar a los que fuesen marido o mujer, que no pudiesen convenir; e para desatar nuve, que echase granizo, o niebla, por que no corrompies­e los frutos; o para matar langosta o pulgón que daña el pan o las viñas, o por alguna otra razón provechosa semejante destas, non debe haber pena. Antes decimos, que debe recibir gualardón por ello”. (4) ■

Todavía en un siglo tan “iluminado” y “racional” como el XVIII hay registros de juicios por hechicería­s en el territorio argentino.

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