El gesto de empatía que respresentaba la Navidad
El fotógrafo Antonio Lacerda homenajeó una imagen icónica de los ‘80, cuando enfocó las manos de un Papá Noel y de un niño enfermo, en un hospital de Río de Janeiro.
Poco antes de Navidad, trascendieron imágenes tomadas por el fotógrafo Antonio Lacerda (de la agencia EFE de Brasil), donde veíamos cómo un trabajador público se convertía en Papa Noel poniéndose el traje rojo y pegándose la barba blanca. Este hombre de 60 años se llama Aristóteles Queiroz y repite el ritual todos los años desde hace dos décadas. Ya transformado, lo vemos en el Hospital Miguel Couto de Río de Janeiro, repartiendo juguetes y vacunas a niñas y niños internados. Sobre todo, una foto se destacó del resto. No justamente la de la nena que, asombrada de encontrar a Queiroz/noel en un pasillo de hospital, corre a abrazarlo. Tampoco, la del chico que lo recibe sentado. Más bien, es la foto de las dos manos. Seguramente, se trate de un chico acostado: a la derecha, parte de la imagen se distorsiona porque la cámara atraviesa una bolsa de suero en primerísimo plano. Queiroz está enguantado, de blanco, como corresponde a un mito importado de Europa. Pero la manito del niño es negra. Sin dudas, Lacerda remite la situación a una fotografía que se volvió icónica a la hora de exhibir el puente entre sociedades contrastantes, a nivel de privilegios culturales y económicos. Nos referimos a Hands, que el fotógrafo británico Mike Wells tomó en Uganda allá por 1980, convirtiéndolo en ganador del World Press Photo Award de ese año. En este caso, la mano grande, blanca y sana pertenece a un misionero católico; la negra, a un niño resecándose por el hambre. La película navideña por antonomasia ha sido impuesta por Hollywood, cuándo no. Por supuesto, hablamos de ¡Qué bello es vivir! (1946). Este filme de Frank Capra busca demostrar que ninguna vida es vana, que cada persona es un engranaje necesario en la ecología que forman sus familiares, amigos, conciudadanos. Un ángel de la guarda usa esos argumentos para disuadir del suicidio al protagonista. Dice: La vida de cada persona toca muchísimas otras vidas. Cuando alguien no está presente, deja un agujero muy feo, ¿o no? Desde una postura cómoda, se podrá criticar la caridad, especialmente cuando sirve para mantener un status quo donde la desigualdad no se redime mediante una misión de rescate circunstancial. “Dando una mano” no se resolverá nada a nivel estructural, ok. Pero esta Navidad -marcada por derogaciones de derechos, intereses mezquinos y lucro-, cuánto extrañamos ese gesto de empatía. La idea de que al menos esa noche debe ser buena para todos. ■