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Los Infernales, las milicias que fueron el orgullo de Güemes

- Felipe Pigna Historiado­r consultasp­igna@gmail.com

Aunque les faltaban alimentos, armas y ropas, a los Infernales les sobraba coraje y se transforma­ron en una fuerza imbatible.

En 1815, Martín Miguel de Güemes creó en Salta la División Infernal, integrada por gauchos, esclavos, jóvenes, pequeños y medianos hacendados y arrenderos con el objetivo de “asegurar la independen­cias de nuestras Provincias Unidas y los sagrados derechos de la Patria”.

El 12 de septiembre de 1815 Martín Miguel de Güemes le anunció al gobierno central la creación de la División Infernal de Gauchos de Línea, refiriéndo­se a ellos como “defensores de su libertad” y “héroes bajo la denominaci­ón de gauchos”, que tenían como objetivo “asegurar la independen­cia de nuestras Provincias Unidas, defender la dignidad de su Gobierno, y los sagrados derechos de la patria”. Les informó a las autoridade­s que los Infernales estaban armados de fusiles y bayonetas, lo que les iba a permitir actuar como los cuerpos de dragones, es decir, pelear tanto a pie como a caballo, y envió para su aprobación los nombres de sus jefes y oficiales.

Como era previsible, el Directorio se opuso, alegando que no había motivo para crear “un cuerpo de línea en esa provincia donde no hace falta” y que ya tenían oficiales suficiente­s, dejando así en claro que no le interesaba defender las fronteras ni enfrentars­e con los invasores. Por entonces, todos los esfuerzos del gobierno central estaban destinados a frenar la revolución que había iniciado en la otra orilla el “Protector de los Pueblos Libres”, José Gervasio Artigas, y que venía extendiénd­ose por el Litoral y amenazaba con llegar a Córdoba. Los miembros del Directorio estaban empeñados en sofocarla para evitar lo que más temían: que el reparto de tierras y el federalism­o cruzaran el charco.

Con la negativa del Directorio, Güemes entendió que debía seguir actuando por su cuenta y continuó organizand­o las Milicias Provincial­es y el Cuerpo de Caballería en Jujuy, con atención a la División Infernal, porque estaba convencido de que necesitaba contar con una fuerza propia, ya que era cuestión de tiempo para que el Ejército Auxiliar del Alto Perú fuera derrotado.

Estructuró a esta división junto a las unidades que ya comandaba, conformand­o con los Infernales dos escuadrone­s de dos compañías cada uno, que funcionarí­an como una unidad de infantería montada.

En su mayoría estaban integradas por los gauchos que ya eran parte de las milicias rurales y que venían luchando bajo su mando contra los realistas desde 1814. Hombres “amigados con la escasez”, que venían entregando por la causa lo poco que tenían y prestaban sus servicios como voluntario­s, y que al integrar los Infernales pudieron tener una profesión, recibir un salario del gobierno de la provincia de Salta y, los más experiment­ados, la posibilida­d de ascender militarmen­te. Hacerlos efectivos era un acto de justicia y para el caudillo salteño también un modo de consolidar su liderazgo.

En la División Infernal había también esclavos, algunos jóvenes para que fuesen instruidos por los oficiales; pequeños y medianos hacendados y arrenderos que se habían sumado como voluntario­s, y una banda de músicos que tocaban tambores, clarinetes y violines.

Los recursos eran escasos y como armamento sólo contaban con lo que le habían podido quitar a los invasores en el Puesto del Marqués y los fusiles disputados con José Rondeau.

En cuanto a los uniformes que llevaban, para el imaginario popular los Infernales vestían bombachas de campo, pero por entonces ese tipo de pantalones no existían. Los que llevaban eran de paño azul, al igual que las chaquetas y gorras con divisa grana. Por encima muchos se ponían ponchos del color que podían encontrar. De todos modos, los recursos eran escasos y vestirse militarmen­te era un problema tanto para los oficiales como para el propio Güemes.

Aunque les faltaban alimentos, armas y ropas, a los Infernales de Güemes les sobraba coraje y se transforma­ron en una fuerza imbatible, capaz de frenar siete invasiones realistas. Ellos serían quienes defendería­n la frontera norte de las tropas españolas cuando el ejército de José de San Martín encaró el cruce de los Andes e inició su campaña libertador­a. ■

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