La rara avis que se convirtió en cisne
Barbra Streisand cuenta en su biografía cómo se impuso a los estereotipos de belleza y definió su look tan especial.
Flirteó con Marlon
Brando e incluso con el príncipe Carlos. Se la ha vinculado sentimentalmente con una sucesión de galanes de Hollywood, del orden de Warren Beatty y Ryan O’neal. Pero no hay vaporosas escenas de tocador en My Name Is Barbra (Me llamo Barbra), la autobiografía atrapante y exhaustivamente detallada de Barbra Streisand. En cambio, la estrella de múltiples orientaciones (cantante, actriz, productora, directora, filántropa) le concede vasta atención a su guardarropa, al que documenta, página tras página, hasta en cada paillette que reluce en él.
Siendo nena, esta autoproclamada “traga y flacucha” de Brooklyn, Nueva York, ya valoraba su chaleco de lana color bordó con botones de madera que “el primer día en el camping la diferenciaba del resto de la chiquilinada”.
Sus recuerdos casi fetichistas la impulsan hasta la adolescencia, cuando cada dólar que ganaba como baby sitter o trabajando de cajera en un restaurante chino iba a parar a indumentaria. Ella destaca, en particular, un conjunto de pollera y top estampado a cuadritos rosados y blancos, con ribetes de encaje y zapatos haciendo juego: “chatitas rosadas bien escotadas que dejaban ver un poco los dedos de mis pies”.
Mucho antes de la llegada de los y las estilistas de celebridades, Streisand, hoy de 81 años, aprendió a diseñar su imagen, aparentemente bajo la premisa de que si no podía cambiar sus rasgos para proyectar glamour y atractivo sexual evidente, bien podía contar con su combinación especial de elegancia offcenter.
“Supongo que me veía diferente, me vestía diferente”, comentó Barbra en un correo electrónico , como parte de una entrevista inusual, la primera centrada únicamente en moda. “Nunca me conformé con el estilo del momento. Tenía otras imágenes en mi cabeza. Me inspiraban las películas de época, las pinturas de los museos y esos fabulosos carteles de Sarah Bernhardt creados por Alphonse Mucha que vi por primera vez cuando era adolescente.”
“Buena chica judía” del barrio Flatbush de Brooklyn, Barbra era dolorosamente consciente de su alteridad. “Nadie me hubiera mirado y pensado: ‘Esa chica debería ser estrella de cine’”, escribe. “Tengo cabeza pequeña, la nariz ganchuda, boca demasiado grande y ojos demasiado chicos. ¿Pensaba al menos que era sexy? No.”
Pero en lugar de enmascarar esa diferencia, la aprovechó al máximo, minimizando insistentemente su sexualidad. En sus inicios actuaba con camisas de marinerito, pintorescas baratijas victorianas sacadas de comercios de segunda mano y un híbrido masculino-femenino de prendas de tweed para varón y blusas translúcidas con corbata al frente. Para su debut en 1960 en Bon Soir, un piano bar de Manhattan, se puso lo que en la entrevista describió como “un chaleco persa de cuello alto y mangas largas de principios de siglo, bordado con hilo plateado, sobre un vestido negro sencillo”.
En su segunda noche subió al escenario con una casaca para tocador victoriana que había enhebrado con una cinta de satén rosa para hacer juego con sus zapatos de los años 20, también de satén rosa que, como recuerda ahora, le costaron “apenas tres dólares en el negocio de cosas usadas”.
La cuestión, dijo, era que “no me identificaba con la forma de vestir convencional que usaba la mayoría de la gente que cantaba en night clubs. En lugar de eso agarré una tela de ropa de hombre (un tweed blanco y negro espigado) y diseñé un chaleco que usé con una blusa de gasa blanca y una pollera de tweed al tono, hasta el suelo, con una abertura en el costado y forrada en rojo. Desde entonces he venido usando una versión de ese traje”.
La impactante originalidad de Streisand impresionó a la editora de Vogue, Diana Vreeland. “Diana vio algo en mí cuando otra gente se burlaba”, escribe la autora. “Hablaba de mí como ícono de la moda mucho antes de que yo imaginara que alguna vez iba a estar en la lista de mejor vestidas.”
Hizo todo lo posible para estar a la altura de esa imagen, sentándose en la primera fila de Chanel con un tapado de jaguar y un pastillero haciendo juego, y subiendo al escenario con sus característicos vestidos Imperio. “Siempre me ha encantado ese estilo, con cintura alta y la tela que cae hasta el suelo”, contó hace un par de semanas. “Se adaptaba a mi cuerpo y me daba espacio para respirar cuando cantaba.”
Mujer audaz
A medida que crecía su fama, otro tanto ocurría con su refinamiento, a la par de una confianza sólo comparable a su audacia. Obsesiva confesa, buscaba dentro de su propio armario material para muchos de sus papeles en cine, entre ellos los de Nuestros años felices y El príncipe de las mareas.
Se ufanaba de bocetar diseños propios a su medida para los modistos Bill Blass, Arnold Scaasi y otros de su tan mentada calaña.
Para su boda en 1998 con el actor James Brolin (sí, aún son pareja), Barbra le pidió a su amiga Donna Karan que la engalanara con un vestido Imperio, si bien Karan la convenció de ponerse otro de tul de encaje que se amontonaba a sus pies.
Aun siendo una perfeccionista implacable, cometió errores, entre ellos un desliz de vestuario tristemente célebre. Para horror suyo, el reluciente traje-pantalón Scaasi que tenía puesto al ganar su primer Oscar en 1969, bajo las luces del escenario resultó ser demasiado transparente.
Barbra fue blanco de no pocos dardos. Cuando apareció en la primera ceremonia de asunción del presidente Bill Clinton con traje a rayas, chaleco que dejaba ver su busto generosamente y pollera larga con una seductora abertura lateral, una periodista se quejó en The New York Times porque el conjunto de la artista enviaba una “señal perturbadora”, un “amortiguado mensaje contradictorio”.
Streisand todavía sigue molesta. “Pensé que la redactora estaba leyendo más de la cuenta en ese atuendo y que decía más sobre ella que sobre mí”, manifestó por correo electrónico. “Como escribí en mi libro: ¿Por qué las mujeres no pueden ser exitosas y a la vez atractivas, fuertes y a la vez sensibles, inteligentes y a la vez sensuales?”
¿Y vestir de acuerdo a su edad? Ese concepto la elude. “La gente debería expresarse y vestir como lo sienta cada día”, afirmó. “Y eso no tiene nada que ver con la edad.”
En la entrevista, Barbra recordó que varios años atrás había sugerido posar para una portada de la revista de moda W nada más que con una camisa blanca limpia “y sin pantalones”. “Sólo piernas”, precisó. Al principio de su carrera se oponía a expresiones tan abiertas de su sensualidad como aquella. “Tenía demasiado miedo de que me vieran así en aquella época”, explicó. “Ahora estoy demasiado grande para que me importe.”
Pero nunca está demasiado grande como para renunciar a la moda o, en todo caso, para dejar de acumular tesoros. Posee vestuario de distintas películas, una túnica Fortuny, ropa vintage y muñecas antiguas. “Algunas tienen 100 años”, reveló. La rara avis de Brooklyn que se negó a deshacerse de la jorobita de su nariz se ha transformado en cisne. Como se debe hacer. “Crecemos siempre escuchando cuentos de hadas”, escribe Streisand. “¿A quién no le encantan las historias de Cenicienta?” ■
Tengo cabeza pequeña, nariz ganchuda, boca demasiado grande. ¿Pensaba al menos que era sexy? No.
Traducción: Román G. Azcárate