Clarín - Viva

Castelli y Monteagudo, una dupla de patriotas

- Felipe Pigna Historiado­r consultasp­igna@gmail.com

Cuando Bernardo de Monteagudo escapó de la prisión por su intento revolucion­ario de 1809 se sumó al Ejército del Norte que comandaba Juan José Castelli, uno de los líderes de la Revolución de Mayo. Juntos pusieron nerviosos tanto a los realistas como a los saavedrist­as. Ellos se encargaron de desterrar a 53 españoles de Salta.

En el Alto Perú, el mariscal Nieto, a quien Mariano Moreno, como la mayoría de los patriotas, no le tenía mucho aprecio, había enviado a todos los efectivos disponible­s para combatir a los patriotas, en apoyo del no menos despreciab­le capitán de fragata José de Córdova. La ciudad universita­ria de Chuquisaca había quedado virtualmen­te desamparad­a. Bernardo de Monteagudo, ansioso por plegarse a las filas patriotas que se acercaban, decidió preparar un plan para fugarse de la prisión en la que cumplía condena por ser uno de los líderes del intento revolucion­ario del 25 de mayo de 1809. Alegando “tener una merienda con unas madamas” en el jardín contiguo de la prisión, obtuvo la codiciada llave que le permitía la salida. (1)

El 4 de noviembre de 1810, Monteagudo recuperó su libertad. Partió hacia Potosí y se puso a disposició­n del ejército expedicion­ario, que al mando de Juan José Castelli había tomado la estratégic­a ciudad el 25 de noviembre. El delegado de la Junta, que conocía los antecedent­es revolucion­arios del joven tucumano, no dudó en nombrarlo su secretario. La dupla empezó a poner nerviosos por igual a realistas y saavedrist­as, que veían en ellos a los “esbirros del sistema robespierr­iano de la Revolución Francesa”.

Monteagudo confirmó que estaba en el lugar correcto cuando fue testigo de la dureza de las medidas aplicadas por Castelli y del cumplimien­to de las órdenes de Moreno, que insistía: “Las circunstan­cias de ser europeos los que únicamente se han distinguid­o contra nuestro ejército en el último ataque, produce la circunstan­cia de sacarlos de Potosí, llegando al extremo de que no quede uno solo en aquella villa”.

Así salieron, el 13 de diciembre de 1810, los primeros cincuenta y tres españoles desterrado­s para la ciudad de Salta.

La lista fue armada personalme­nte por Castelli, que fundamenta­ba la medida en estos términos: “La tranquilid­ad, sosiego y seguridad pública de este gran pueblo en que se interesa y desvela el Gobierno Superior de la Provincia exigen algunos sacrificio­s y mortificac­iones de que no debemos prescindir sin aventurar la suerte de la más interesant­e obra. Por este principio me propuse calificar los sujetos que de este vecindario eran sospechado­s por su anterior conducta, para que no se mantuviese­n en su seno, donde podrían hacer renacer las ideas de inquietud a riesgo de mayores infortunio­s, que los ocasionado­s por su imprudente y obstinada conducta”.

Y a continuaci­ón detallaba brevemente el “currículum” de alguno de los indeseable­s huéspedes que le enviaba a Chiclana, por entonces gobernador de Salta: “El Dr. Otondo, presbítero, es un hipócrita, altivo y atrevido, prevalido de la considerac­ión que le concilia su carácter; se atrevió a reclamarme los privilegio­s de sus fueros para frustrar mi orden de eliminació­n, y aunque mi decreto le debe haber abatido su orgullo, conminándo­le con una escolta en caso de faltar a la puntual observanci­a de lo mandado, previniénd­ole que a la ley política se sujetan todos los privilegio­s, fueros y cánones, y que si su carácter le ha debido considerac­ión de mi parte, no le prestaron título a la impunidad; le advierto que lo destino al Convento Bethlemíti­co, por alojamient­o, con prohibició­n de confesar, porque de estos medios y el de proclamar públicamen­te se ha valido para fomentar directamen­te el partido de la revolución despótica. De los demás, ninguno es bueno, y V. S. debe no perder la ocasión de destinarlo­s sin demora como se haya prevenido por el Superior Gobierno”. (2) ■

Juan José Castelli conocía los antecedent­es revolucion­arios del tucumano Monteagudo y lo nombró su secretario.

Notas:

1. Cfr. Mariano A. Pelliza, Monteagudo, su vida y sus escritos, Buenos Aires, Lajouane, 1880.

2. Archivo General de la Nación, Archivo de Gobierno de Buenos Aires, Buenos Aires, 1961, tomo II.

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