Clarín - Viva

El hombre que halló el paraíso en la soledad absoluta

Richard Proenneke. A los 51, abandonó la vida en sociedad para irse a vivir solo a una cabaña hecha por él mismo en un páramo de Alaska. Su compañía: los animales.

- TEXTO CARLOS ALETTO

Cuenta el Génesis que, durante la Creación, la voz divina desplegó en sus ecos una afirmación trascenden­tal: “No es bueno que el hombre esté solo”. Según la narración bíblica, ni los paisajes exuberante­s ni la rica biodiversi­dad hacían del Edén un alivio para la soledad de Adán. La tragedia del final es conocida: el primer hombre y su reciente compañera fueron expulsados del Paraíso. Desde entonces se consolidó un ímpetu de regreso a ese lugar encantado como propósito vital de unos, como promesa para otros y como recompensa para tantos. ¿Dónde quedaba ese sitio de ensueños que hoy ya es mito colectivo en distintas culturas? Richard Proenneke, un naturalist­a norteameri­cano, lo encontró en unas lagunas del norte de Alaska, a pocos kilómetros del estrecho de Bering. Justo por donde, según afirman algunas teorías, cruzaron los primeros descendien­tes de Adán para poblar América.

Sobre las vastas extensione­s de los campos de Iowa, entre el polvo y el sudor del trabajo agrícola, un 4 de mayo de 1916 nació Richard Louis Proenneke, conocido por sus amigos como Dick. Su historia es la epopeya de un hombre que después de llevar adelante varios emprendimi­entos en la sociedad, decidió un día, a sus 51 años, abandonar la civilizaci­ón y retirarse a las remotas montañas de Alaska, a orillas de los lagos de Twin Lakes, donde permaneció solo desde 1968 hasta 1998.

Richard era el segundo de siete hijos de William Christian Proenneke y Laura Bonn. Su padre, veterano de la Primera Guerra Mundial, era un hombre de muchos oficios: pintor, carpintero y perforador de pozos, cuyas manos ágiles podían crear maquinaria­s con pocas herramient­as. Actividade­s y habilidade­s que Dick desarrolló por herencia y contacto familiar. Laura era el centro del hogar, una jardinera hábil y un ama de casa dedicada.

La infancia de Proenneke transcurri­ó entre libros de escuela primaria de la aldea de Primrose y las largas jornadas de trabajo en las granjas familiares de Iowa. La rutina escolar lo aburría y no le tomó mucho tiempo abandonar la secundaria. Después de dos años de escolariza­ción, cambió el rumbo en busca de algo de mayor seducción para aprender que la vida frente a un pizarrón. En su tiempo libre, disfrutaba de la libertad que le ofrecía explorar los viejos caminos sin asfalto en su motociclet­a Harley Davidson. Así podía soñar con horizontes lejanos y panoramas solitarios.

Sin embargo, esas sensacione­s de liberación se vieron interrumpi­das cuando Proenneke, todavía joven, se alistó en la Marina de los Estados Unidos un día después del ataque a Pearl Harbor en 1941. Durante casi dos años sirvió como carpintero en esa base naval y luego lo destinaron a San Francisco. Fue allí donde un hecho inesperado le cambió el curso de sus días.

Después de finalizar una jornada de senderismo en una montaña cercana, su cuerpo empezó a sentir los síntomas y los signos de la fiebre reumática. Por este motivo, pasó seis meses internado en el Hospital Naval de Norco.

Durante su convalecen­cia, la guerra llegó a su fin y recibió la baja médica de la Marina en 1945. Según su biógrafo y amigo Sam Keith, esta enfermedad fue reveladora para Proenneke, porque desde entonces él decidió dedicar el resto de su vida a fortalecer su cuerpo.

Rumbo a Alaska

Después de dejar la Marina, Proenneke estudió para convertirs­e en mecánico diésel, pero su amor por la naturaleza le ganó y terminó por mudarse a Oregón con la idea de trabajar en un rancho de ovejas. En su paso hacia el norte por el Pacífico, se trasladó en 1950 a la isla Shuyak, en el archipiéla­go de Kodiak, de la costa sur de Alaska. En ese lugar, fue contratado como operador y reparador de equipo pesado en la Estación Aérea Naval. A partir de entonces y por casi veinte años, Proenneke prestó servicios por toda Alaska como pescador de salmón y técnico diésel, destacándo­se por sus competenci­as técnicas.

Como sus destrezas eran conocidas y solicitada­s, trabajó con continuida­d para el Servicio de Pesca y Vida Silvestre en King Salmonreza y esto le permitió ahorrar lo suficiente para su jubilación.

Hasta aquí llega la trayectori­a de su vida en común dentro de la sociedad de entonces. El arribo de Proenneke a las lagunas de Twin Lakes, que ocurre el 21 de mayo de 1968, marcó, paradójica­mente, el inicio de su retiro definitivo, un momento que había anticipado con preparació­n meticulosa.

Un poco antes, había hecho arreglos para habitar una casa en Upper Twin Lake, propiedad del capitán retirado de la Marina, Spike Carrithers, y su esposa. La vivienda, bien ubicada y cercana al sitio que Proenneke había elegido para construir su propio refugio, ofrecía un lugar temporal mientras él trabajaba en su proyecto más ambicioso: construir una cabaña con sus propias manos.

El resultado es una obra de arte en sí misma, un testimonio de su pericia en carpinterí­a y un monumento a la ebanisterí­a. Proenneke, además, fue filmando en 8mm cada etapa de la construcci­ón, registrand­o la dedicación y el cuidado que ponía en cada detalle. (Todo ese material fílmico hoy está disponible en Youtube.)

En esos videos, se observa cómo Proenneke montó una estructura sólida y acogedora, utilizando materiales de su propio entorno, desde la grava tomada del lecho del lago hasta los árboles que seleccionó y cortó a mano.

La chimenea y su repisa fueron hechas con piedras que él mismo excavó en el sitio, mediante un trabajo de unión cuidadosa de cada pieza para edificar una morada duradera y funcional. Su ingenio se aprecia incluso en los detalles más pequeños, como los contenedor­es metálicos enterrados en la tierra para almacenar alimentos perecedero­s de manera segura.

Durante los siguientes dieciséis meses, Proenneke vivió en Twin Lakes, rodeado de la vida silvestre y disfrutand­o de la soledad que tanto apreciaba. Si bien hacía viajes relámpago a la casa natal para visitar a su familia y asegurar más suministro­s, su mente siempre estaba en Twin Lakes.

Regresó en la primavera y pasó los siguientes treinta años allí, filmando su vida solitaria y compartien­do sus experienci­as a través de sus películas, donde se lo ve alimentand­o pájaros de su mano y acercándos­e a familias de osos. Sólo cazaba animales por necesidad de superviven­cia y el resto de las provisione­s las conseguía de un amigo que se las alcanzaba en una avioneta.

Ya con 83 años, su hermano decidió que era hora de que Proenneke dejara el aislamient­o y lo trasladó de la cabaña a California, donde vivieron juntos hasta su muerte. Su legado perdura en la cabaña, su creación, su lugar en el mundo, que hoy se ha convertido en una atracción popular para quienes desean experiment­ar la vida y los valores del solitario de Alaska.

Su historia sigue inspirando aún a aquellos que buscan una conexión más profunda con la naturaleza y una vida más simple y contemplat­iva. A diferencia de la idea divulgada por el Génesis, Proenneke vivió sus mejores 30 años en soledad, alejado de la civilizaci­ón, en el paraíso terrenal que él mismo creó, en su sitio preferido, rodeado de montañas, lagos, con otoños dorados e inviernos blancos.

Contra cualquier dictamen divino, contra toda vulgata sobre los beneficios de la vida en común, su principal legado muestra que no es tan cierto eso que dicen que no es bueno que el hombre no tenga compañía. El paraíso también puede ser estar solo en casa. ■

Sólo cazaba animales por necesidad de superviven­cia y el resto de las provisione­s las conseguía a través un amigo que se las traía en una avioneta. Vivió 30 años así.

 ?? ?? Artesano. Richard Proenneke construyó solo su cabaña de Twin Lakes, en Alaska, utilizando maderas y materiales de la zona. Filmó su experienci­a y este registro puede hallarse en Youtube.
Artesano. Richard Proenneke construyó solo su cabaña de Twin Lakes, en Alaska, utilizando maderas y materiales de la zona. Filmó su experienci­a y este registro puede hallarse en Youtube.

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