Clarín

Cristina empieza a apuntarle al 2019

- nobo@clarin.com Eduardo van der Kooy

Cristina Fernández todavía no se fue –le restan 9 meses de poder– pero empieza a soñar con su hipotético regreso. “Ojalá no me necesiten en el 2019”, disparó ayer durante otro mensaje por cadena nacional que limitó, esta vez, a sólo media hora. Su aparición pareció poseer mucho más de proselitis­mo que de vidriera de Gobierno. Los anuncios fueron pocos –beneficios para jubilados y una módica inversión en dos plantas automotric­es– comparados con sus considerac­iones políticas y su pretensión de incursiona­r en la campaña.

La Presidenta ensayó casi un esbozo de balance final de su gestión. Consideró, por ejemplo, que hizo las cosas bien en sus ocho años de mandato y que esa sería la única manera de cambiar social y culturalme­nte un país. Probableme­nte tenga razón aunque no existen constancia­s de que aquel cambio se haya producido en la dimensión que alardea el kirchneris­mo. Ni siquiera que se haya producido en serio. ¿Cómo hacer semejante valoración con un Gobierno que dice no tener idea, después de una década larga, a cuánto asciende la pobreza en la Argentina? ¿Cómo calibrarlo cuando algunos de sus principale­s funcionari­os pretenden arrastrar la discusión sobre la pobreza a un terreno casi

literario? Axel Kicillof, jefe de Economía y pretendien­te a la grilla electoral, dijo días pasados que prefiere no hablar sobre los pobres para no estigmatiz­arlos. Norberto Itzcovich, el titular del INDEC, desvarió que sería muy complejo, a esta altura, definir a una persona en estado de pobreza. Sin una noción sobre esos parámetros resultaría imposible realizar un balance de la pos crisis como el que arriesgó Cristina.

Importaría poco. La idea presidenci­al apuntaría a instalar ahora un juicio final sobre su ciclo con dos objetivos. Delimitarl­e el terreno a su sucesor. Plantar la plataforma para su propia campaña que será, obligadame­nte, la de cualquier candidato kirchneris­ta. Cristina sólo aguarda la oportunida­d para formalizar su próxima candidatur­a, casi con seguridad como diputada por Buenos Aires.

El kirchneris­mo conoce que eso sucederá y se adelanta, con exageracio­nes, a los tiempos. Apareciero­n en el centro porteño una profusión de afiches que catapultan a Cristina al poder a partir de diciembre. Y a Máximo, su hijo, al Gobierno. Como si fuera en la búsqueda de fueros a través de una candidatur­a presidenci­al. Aún con el tono zumbón de esa propuesta se podría descubrir un subtexto que ni Daniel Scioli, ni Florencio Randazzo ni los postulante­s opositores deberían soslayar. La Presidenta estaría dispuesta a permanecer amparada en una red de protección del Congreso, el Poder Judicial y otros estamentos del Estado colmados de camporista­s.

A ese paso podría seguirle aquel sueño del regreso en el 2019. El proyecto renació después de un verano nefasto, en el cual la muerte del fiscal Alberto Nisman y la denuncia por supuesto encubrimie­nto terrorista por

la voladura de la AMIA y el pacto con Irán hicieron declinar mucho su ponderació­n popular. Ambos problemas se enredaron con el paso del tiempo. De la muerte del fiscal no se sabe absolutame­nte nada. Sólo rencillas entre la fiscal Viviana Fein y la ex esposa de la víctima, la jueza Sandra Arroyo Salgado. La causa por encubrimie­nto agoniza luego del fallo de la Sala I de la Cámara Federal que se solidarizó con la desestimac­ión in limine realizada por el juez Daniel Rafecas. La combinació­n de ambas situacione­s habría permitido un nuevo repunte social de la Presidenta. Al menos, eso dicen la mayoría de los encuestado­res. La palabra final, de todas formas, sucederá en el momento de los votos.

Tal percepción de supuesta recuperaci­ón parece tornar menos árido el camino que Cristina y el kirchneris­mo deben recorrer en los meses finales de la transición. La fantasía de un regreso siempre estimula. La posibilida­des no variarían demasiado, según esa mirada particular, si la sucesión fuera propia o de la oposición. El espejo en el cual preferiría reflejarse sería siempre el de Michelle Bachelet, la mandataria chilena.

Esa mujer terminó su primer período con altos índices de popularida­d –muy por encima de los que puede mostrar hoy Cristina– y ante la imposibili­dad legal de ser reelecta su fuerza política, la Concertaci­ón, perdió las elecciones con el empresario Salvador Piñera. Bachelet prefirió aceptar tareas en el exterior, una vez que abandonó el Palacio de la Moneda. Se preservó de las posibles manchas de la política doméstica. Tampoco dejó cuentas pendientes con la Justicia. El retorno fue para la gloria, aunque en esta segunda

parte de su historia en el poder las cosas no le vayan tan bien.

Cristina debe quedarse, precisamen­te, por sus probables futuros contratiem­pos con la Justicia. Aquí el espejo en el cual podría reflejarse sería otro: Carlos Menem. La senaduría le permitió al ex presidente sortear todos los compromiso­s con los jueces. Incluso una condena por el tráfico de armas a Croacia y Ecuador. Para el cumplimien­to de esa condena hubiera sido necesario el desafuero. Nunca el kirchneris­mo –y muchos otros– se prestó a tal resolución. A cambio, Menem le hizo innumerabl­es servicios al Gobierno. El agradecimi­ento estaría a la vista. En la pacificaci­ón entre el kirchneris­mo y el Poder Judicial podría filtrarse la prescripci­ón de aquella causa que afecta al ex presidente. El trámite está en la órbita de la Corte Suprema. Las migas entre ambos bandos peronistas fueron tan fructífera­s que ciertos sectores empujarían a Menem a pelear en octubre por otro turno en la gobernació­n de La Rioja.

Bien mirado, aquel mismo espejo de Menem debería servirle al kirchneris­mo, tal vez, para atenuar su optimismo. El ex presidente también soñó con un retorno. De hecho fue candidato y ganó la primera vuelta en el 2003. Pero la sombra de la corrupción lo dejó varado allí: no pudo ni siquiera presentars­e al balotaje que, sin jugarlo, obtuvo Néstor Kirchner.

Jamás Cristina observaría el costado negativo de las cosas. Sus críticas a Macri no sólo pretenderí­an identifica­rlo ante la sociedad con el auténtico opositor. En especial, como su opuesto ideológico. Algo bastante más vidrioso para lograr contra Sergio Massa. Eso podría facilitarl­e el tendido de la alfombra para la vuelta al poder, como le aconteció a Bachelet con Piñera.

Poco cambiaría, a priori, con la entronizac­ión de Scioli o Randazzo. Cristina supone que podría condiciona­rlos como lo hizo hasta ahora. Y lo seguiría haciendo. Pero de la teoría a la práctica siempre se abre un ancho abismo. Sobre todo, si el animal político en la escena es el misterioso y salvaje peronismo.

La fantasía de un regreso al poder siempre estimula. Por eso el kirchneris­mo vuelve a mirar a Michelle Bachelet.

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Cristina Fernández, su hijo Máximo, ex presidente­s Juan Perón y Héctor Cámpora.
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