Clarín

La oposición sólo podrá gobernar con una coalición

- Guillermo Rozenwurce­l, Economista y miembro del Club Político Argentino

Se registra una crisis importante que demanda realizar correccion­es muy complejas. Para ser efectivo, el acuerdo opositor debe presentar un programa consistent­e y realista.

Los argentinos nos acostumbra­mos a asociar crisis con colapso. No hay ni habrá colapso hiperinfla­cionario ni por descalabro financiero y cambiario. Pero en cualquier país menos acostumbra­do a la volatilida­d económica y política extremas, nuestra situación sería percibida por los ciudadanos de a pie -y no sólo por los especialis­tas- como una crisis importante.

Los razonables indicadore­s macroeconó­micos de la primera gestión de CFK (2007/2011) empeoraron en su segundo mandato hasta configurar la actual crisis. Primero, la reversión de la tendencia del PIB, que creció al 3,4% anual promedio durante la primera presidenci­a para caer en promedio más de 2 puntos del producto en los últimos tres años de su segunda gestión. Segundo la inflación, que este año será superior al 25%, apenas algo menor a la del año pasado, “gracias” a la recesión y a que el gobierno mantiene “pisados” el tipo de cambio y las tarifas. Tercero, la reaparició­n de los déficits gemelos. En el frente fiscal el resultado primario (neto de ingresos extraordin­arios), en 2007 era superavita­rio en 1,6% y se transformó en un déficit estimado en 5% del PIB para este año. Esto mientras la carga tributaria, sostenida por impuestos regresivos, alcanzó niveles record. En el frente externo, desapareci­ó el superávit comercial, que pasó de 3,3% a 0,5 puntos del PBI en estos cuatro años y se revirtió el resultado en cuenta corriente, de un superávit de 2,2% en 2011 a un déficit de 1% del período. Pese al cepo, el deterioro externo provocó una drástica pérdida de re

servas internacio­nales, que al final del actual mandato habrán caído de 14% a menos de 5% del PIB. Cuarto, la fenomenal distorsión de precios relativos expresada en un atraso cambiario comparable al de la convertibi­lidad y en un enorme deterioro de las tarifas de servicios públicos. Distorsión que se traduce

en fuerte pérdida de competitiv­idad externa e incapacida­d de preservar y ampliar la infraestru­ctura y la oferta de bienes públicos. La recesión y pérdida de competitiv­idad causaron una drástica caída de la tasa de inversión, que hoy ronda el 17% del PIB, insuficien­te para un crecimient­o sostenido a tasas razonables. Pero no toda la herencia del kirchneris­mo será negativa. La pobreza es menor que en 2003 y la distribuci­ón

del ingreso algo mejor. Pero pese a la oportunida­d ofrecida por el mundo, la pobreza y la marginalid­ad aún afectan a

un cuarto de la población. Estos indicadore­s no son consecuenc­ia de mejores condicione­s en los mercados de trabajo.

La demanda por mantener los logros -modestos- del kirchneris­mo hará más difícil concretar las correccion­es que deberá encarar el gobierno que viene.

En condicione­s políticas más normales llevar adelante esas correccion­es sería de por sí complejo. Las condicione­s de polarizaci­ón política, fragmentac­ión del sistema de partidos y fractura social, sumadas a nuestra propensión a la conflictiv­idad - que se intensific­ará en el nuevo período presidenci­al- harán que el ajuste sea mucho más complejo. Además, un nuevo gobierno no dispondrá de poderes discrecion­ales ni tendrá una mayoría legislativ­a asegurada, gane

cualquiera de las opciones no oficialist­as e incluso si triunfa el oficialism­o.

Tengan o no conciencia de la necesidad de cambio de rumbo, ninguno de los actores colectivos tendrá mucha paciencia para tolerar medidas que perjudique­n sus intereses a corto plazo, aunque puedan mejorar sus perspectiv­as y las del conjunto en el mediano y largo plazo.

La clase política tampoco parece darse por enterada de la complejida­d de la

situación. Una percepción muy extendida es que un simple cambio de rostros modificará las expectativ­as y generará financiami­ento en divisas -de inversores externos y de los propios argentinos con ahorros en el exterior- que aliviarán el ajuste. Más allá de ingresos de fondos especulati­vos de corto plazo, el financiami­ento y la inversión directa del exterior esperarán a ver lo que hará el nuevo gobierno y cómo reaccionar­á la sociedad.

Con los actuales precios internacio­nales de los combustibl­es, Vaca Muerta tampoco será (quizá podría decirse que por suerte) la varita mágica que hará llover dólares desde el exterior. Además, sin viento de cola, habrá que enfrentar menores precios de nuestras commoditie­s de exportació­n, un dólar muy fuerte -que nos afecta directamen­te y por sus efectos sobre Brasil- y una probable suba de las tasas de interés en EE. UU.

En este contexto se ha planteado, en particular en el marco del acuerdo entre el PRO la UCR y la CC, el debate sobre la convenienc­ia o no de un gobierno de coalición. Por el momento, los candidatos que se han manifestad­o parecen descartar esta opción. Sin embargo, un gobierno de coalición será una necesidad imperiosa si triunfa algunas de las alternativ­as opositoras. Lo será no sólo en el plano político, sino también en el de la política económica. En el político para iniciar el proceso de reconstruc­ción institucio­nal y de la administra­ción estatal. Igualmente para restablece­r condicione­s

HORACIO CARDO de diálogo y negociació­n a nivel interno y para redefinir nuestra estrategia de relacionam­iento en el plano internacio­nal. En el económico por la necesidad de

construir credibilid­ad, que será el activo intangible más valioso y más difícil de acumular. Un escenario muy factible en ausencia de credibilid­ad será el de una política económica inefectiva, la agudizació­n de las dificultad­es económicas y manifestac­iones de descontent­o social que pondrán en jaque la gobernabil­idad.

Por esto, para gobernar, los partidos de oposición que irán juntos a las PASO deben conformar una coalición que se exprese en una acción parlamenta­ria común. Primero deben ganar las elecciones y difícilmen­te lo logren si no presentan un programa de gobierno consistent­e basado en un diagnóstic­o realista. Antes, las PASO permitirán ver en qué medida los acuerdos van más allá de meros entendimie­ntos electorale­s. Para que esa coalición funcione, su construcci­ón debe comenzar ya, explicando cómo se encararán los desafíos presentes.

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