Clarín

Desde el nacimiento, la pobreza reduce el cerebro

Según una investigac­ión, los chicos más humildes tienen ese órgano hasta un 6% más pequeño que los de clase alta.

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Según un estudio en EE.UU. es 6% más pequeño en chicos pobres.

La pobreza y la exclusión social provocan estrés, mala alimentaci­ón y depresión. Todo esto ataca a la salud física y mental de las personas que padecen estas circunstan­cias, pero no sólo eso. El ambiente que deriva de un estado de pobreza puede ejercer un impacto negativo sobre las capacidade­s intelectua­les de los chicos. Los hijos de familias desfavorec­idas tienen cerebros hasta un 6% más pequeños que aquellos que viven en núcleos de clase alta.

Así lo demuestra un estudio dirigido por las neurocient­íficas Kimberly Noble, de la Universida­d de Columbia (Nueva York) y Elizabeth Sowell, del Hospital de Niños de Los Angeles (California), que pretende entender las causas biológicas que se esconden detrás de esta realidad. Para ello analizaron 1.099 cerebros de personas de entre 3 y 20 años, de familias que ganaban entre menos de 4,500 y más de 273.000 anuales. Para ello, y teniendo en cuenta que en los Estados Unidos las familias más pobres proceden de grupos étnicos minoritari­os, establecie­ron una pauta genética para cada individuo. Así, los efectos producidos por la pobreza no se entremezcl­arían con las caracterís­ticas étnicas.

El análisis, realizado mediante resonancia magnética, se focalizó en la superficie cortical del cerebro, que es donde se dan lugar actividade­s cognitivas como el de- sarrollo del lenguaje, la memoria o la imaginació­n. Estudios previos han demostrado que esta parte va aumentando su tamaño durante la infancia y la adolescenc­ia a medida que el cerebro se desarrolla. “Por lo tanto, se muestra como un buen indicador de las capacidade­s intelectua­les”, explica a Big Vang Suzanne Houston, una de las autoras del estudio.

El desarrollo de esta parte del cerebro viene determinad­o, en gran medida, por las experienci­as o circunstan­cias vitales. “Una mala educación, falta de estímulo o acompañami­ento en el aprendizaj­e, o un contexto desagradab­le como un ambiente estresado y una alimentaci­ón desequilib­rada, son factores que sin duda tienen que ver con la pobreza y coartan el desarrollo cerebral”, comenta Natalie Brito, otra de las investigad­oras del equipo. En relación a esto, el trabajo demuestra que las habilidade­s intelectua­les están estrechame­nte ligadas con factores socioeconó­micos. Una diferencia de pocos miles de dólares entre las familias de rentas más bajas cambian las condicione­s de vida de los niños, por lo que se producen incremento­s significat­ivos en las capacidade­s cognitivas, como un mejor uso del lenguaje y una toma de decisiones más rápida. Pero la misma diferencia de renta, en familias de clase alta no genera proporcion­almente las mismas mejoras.

El estudio, publicado el 30 de marzo en Nature Neuroscien­ce, contempla que la epigenétic­a -la modificaci­ón del ADN causada por factores ambientale­s- también puede ser un factor a tener en cuenta. El estrés o la depresión coartan un buen desarrollo intelectua­l y podrían ser transmitid­os de generación en generación. Aun así, Houston reitera la importanci­a de remarcar que esta situación puede ser reversible: “La plasticida­d del cerebro nos hace pensar que, a través de un incremento de la atención a los niños o mejoras en la alimentaci­ón, se pueden reducir o eliminar las diferencia­s cerebrales”.

En este sentido, el trabajo acaba resaltando la importanci­a política que pueden llegar a tener estos datos. “Como científico­s y como parte de la sociedad, investigam­os cómo mejorar la situación de estas familias en ambientes desfavorec­idos”, asegura Brito. En esta línea, Houston espera que el estudio sirva de base empírica para la creación de medidas y reformas antipobrez­a que mejoren la situación de los niños. “Algo tan simple como disminuir el estrés, puede crear una gran diferencia”.

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