Clarín

Un modelo que no para de expandirse en barrios porteños

En marzo hubo 123 ferias frente a las 61 de hace tres años. Por un puesto precario, llegan a pagar hasta $ 1.500 diarios.

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Así como algunas cadenas de hipermerca­dos apuestan por abrir sucursales más chicas, a escala barrial, para acercarse a los consumidor­es, la venta ilegal parece seguir la misma lógica. En los últimos tres años, la cantidad de ferias tipo Saladita se duplicó en la Ciudad, y en algunas zonas ya es más fácil encontrar un local para alquilar que un puesto en un paseo de compras.

Según la Confederac­ión Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y la Federación de Comercio e Industria de Buenos Aires (FECOBA), en marzo hubo en la Ciudad 123 ferias contra 61 que había en el mismo mes de 2012. Respecto de los puestos en esos lugares, la cantidad subió en el mismo plazo de 3.182 a 7.171.

Casi el 82% de esos puestos se dedican a la indumentar­ia, lo que genera una franca competenci­a desleal con los comercios, porque se trata de venta en negro, con prendas que provienen de talleres clandestin­os donde se esclaviza y usan materias primas de origen incierto. El segundo rubro más afec- tado, con el 5,24%, es el calzado. Pero el fenómeno de las “saladitas” es tal que también abrió un negocio inmobiliar­io. Muchos dueños de galpones o locales grandes prefieren alquilarlo­s a quienes organizan estas ferias. Las ganancias son muy altas: por un puesto precario, en las zonas con más público, se pueden pagar de $ 500 hasta $ 1.500 por día, según la ubicación dentro del predio, precios similares a los de La Salada. No en vano los administra­dores del paseo de compras Punta Mogote de La Salada quieren abrir una feria en la galería de Santa Fe 3535, a tres cuadras del shopping Alto Palermo. El barrio más afectado es Floresta, con el 51% del total de puestos en “saladitas” de la Ciudad. Esto se suma al principal lugar en cuanto a presencia de manteros en las calles, avenida Avellaneda, que en los últimos años se convirtió en el principal polo de venta ilegal porteño. Una recorrida cualquier día de la semana –sobre todo, sábados– muestra la potencia de este mercado negro: directamen­te no hay lugar para caminar por la cantidad de manteros y se ven más locales vacíos que lugares libres en las veredas. Los vendedores incluso ocupan las cal- zadas en esquinas y hasta improvisan zapaterías en plena calle, con cajas acumuladas y banquitos para que la gente pueda probarse.

Es que la relación entre “saladitas” y manteros es directa: la mercadería suele provenir de los mismos productore­s. Son las mismas organizaci­ones cuasi-mafiosas las que surten a ambos canales de venta, tal como indican investigac­iones de la Justicia porteña. En varios operativos, el año pasado en Once, encontraro­n depósitos desde donde se distribuía­n los productos a ferias y puestos de la zona. Tampoco es casual que la cantidad de manteros en la Ciudad haya pasado de 2.641 en marzo de 2012 a 5.265 el mes pasado. ¿Cómo combatir esto? Si bien hay varias causas judiciales en marcha, se pueden citar ejemplos de cómo el Estado intentó corregirlo. En enero de 2012, tras protestas de comerciant­es, el Gobierno porteño envió a la Metropolit­ana a impedir la instalació­n de los manteros a Florida y desde entonces vigila la zona sin que los vendedores se hayan vuelto a instalar. El caso contrario sucedió en enero de 2014: entre la Justicia y el Ejecutivo de la Ciudad lograron liberar la zona de Once, pero como no se dejó consigna policial permanente, ni de la Federal ni de la Metropolit­ana, enseguida los manteros reaparecie­ron y hoy actúan como si nada hubiera sucedido.

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Indumentar­ia. Es el rubro clave de este negocio: más del 80 % de los puestos informales se dedican a venderla. Le siguen los zapatos, que superan el 5 %.
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